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Si uno quiere cantar, necesita estar entrado en carnes, según la soprano Kiri Te Kanawa

En ópera, si se tiene la voz, se debe superar el mito de la cantante gorda

Las mejores intérpretes de la década pasada, como Angela Gheorghiu, Anna Netrebko, Renée Fleming, tienen un cuerpo de tamaño saludable, lo cual refuta lo dicho por la artista japonesa

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Desde la izquierda, Maria Callas; luego, Deborah Voight, antes y después
The Independent
Periódico La Jornada
Domingo 23 de junio de 2013, p. 4

Londres.

La última vez que fui a la ópera fue hace un mes, para ver La flauta mágica en Covent Garden. Esta ópera presenta probablemente la más arquetípica aria de una cantante gorda que haya existido: Der Holle Rache, de la Reina de la Noche, donde la soprano coloratura debe dar un fa alto varias veces y extender su voz a dos octavas.

Esa noche en la Royal Opera House la Reina de la Noche fue una rusa llamada Albina Shagimuratova, dotada del más extraordinario registro alto, que alcanzó con fuerza las notas más altas. Pero, ¿hubiera podido una cantante más delgada hacer la misma justicia a la amenazante matriarca de Mozart? ¿O necesitan las voces mayores ser grandes en todos los sentidos de la palabra?

La legendaria soprano Kiri Te Kanawa dice que sí. En una entrevista con Radio Times de Londres, señala: Si uno quiere cantar, necesita estar entrado en carnes, y se queja de las presiones a las que son sometidas las cantantes de ópera más jóvenes para que bajen de peso si quieren lograr papeles.

Cuando visitó la Metropolitan Opera de Nueva York en fechas recientes, Kiri vio jóvenes intérpretes que se mueren de hambre, pero se aterran de subir de peso. Dice que cuando estaba en la cúspide del éxito ella comía para cantar.

Al mismo tiempo, Jenni Murray, presentadora del programa Woman’s Hour, ha condenado la mercantilización de las intérpretes femeninas de música clásica, en la que las compañías disqueras promueven a las más atractivas. Nombra a la violinista Nicola Benedetti y a la trompetista Alison Balsom entre las más preparadas a aceptar la vieja idea de que el sexo vende. Las dos poseen enorme talento, pero también son muy bellas. ¿Tendrá razón Jenni Murray?

No hay duda de que existen violinistas, trompetistas y otras ejecutantes que son tan talentosas como Benedetti y Balsom, pero carecen del glamur deseado por las personas (bueno, los hombres de mediana edad) que dirigen las empresas grabadoras. Las integrantes del cuarteto de cuerdas Bond tocan bien sus instrumentos, pero es deprimente descubrir que los dos hombres que conjuntaron el ensamble querían un grupo de jóvenes bellas y talentosas.

No es noticia que el sexo vende, y estoy segura de que Jenni Murray lo acepta. Tanto ella como Kiri libran una batalla perdida por romper esa añeja regla. El sexo ha vendido desde que Mozart escribió La flauta mágica, y aun antes.

Es correcto quejarse de que en la música clásica y la ópera se use a las mujeres como objetos, pero me resulta difícil criticar a Balsom o a Benedetti, la violinista de 25 años que, a juzgar por su sitio web, no parece vestirse de modo provocativo. No hay manera de dar la vuelta al hecho de que es bella. También obtuvo el título de Joven Ejecutante Musical de la BBC en 2004, tiene una carrera establecida en la grabación de discos, y está en mitad de una extensa gira de conciertos. Si no tuviera calidad, ya se habría descubierto a estas alturas.

Lo cual me lleva al comentario de Kiri Te Kanawa. En los 10 años que llevo asistiendo a Covent Garden, las sopranos han variado en tamaño corporal. Por el tiempo de mi primera visita, la soprano estadunidense Deborah Voigt fue echada de una producción de Ariadne auf Naxos por estar pasada de peso. Pesaba 125 kilos, tamaño probablemente limitante para resistir una ejecución de tres horas. Luego de someterse a cirugía de banda gástrica, bajó de peso y fue invitada a regresar. Es un ejemplo extremo.

Adiós a los varios platos de pasta y vino tinto

Luego está la historia de Maria Callas, sin duda la más grande soprano de todos los tiempos, de quien se dice que perdió la voz cuando bajó de peso. Yo no vivía cuando ella cantaba, pero tengo una grabación de cuando era más delgada, cantando Un bel di vedremo, de Madame Butterfly, y es exquisita.

Las sopranos de talla mayor al promedio aún obtienen papeles, pero las mejores cantantes de ópera que he visto en la década pasada –Angela Gheorghiu, Anna Netrebko, Renée Fleming– no son de las que Kiri describiría como entradas en carnes. No son demasiado delgadas, sino más bien tienen un cuerpo de tamaño saludable. No importaría si estuvieran pasadas de peso, pero no lo están. Su éxito prueba que Kiri no tiene razón. Si se tiene la voz, no importa si se es gorda o flaca.

Lo mismo va para los hombres. El mejor tenor que he visto en escena en Covent Garden es posiblemente el mejor cantante de su generación: Jonas Kaufmann. Para nada está pasado de peso, pero vaya que tiene voz.

Es probable que los cantantes de ópera sean simplemente más sanos hoy que en otros tiempos, pues comer con sensatez es parte de la preparación para una presentación, junto con los ensayos, en la misma forma en que los futbolistas (por lo regular) han dejado de beber alcohol y fumar antes de un partido. Junto con los calendarios de presentaciones, que son más estrictos, al igual que los contratos de grabación, debe venir un rigor más saludable. Quedaron atrás los días en que los tenores consumían varios platos de pasta y una botella de vino tinto antes de la presentación, como hacía Luciano Pavarotti al principio de su carrera, antes que le aconsejaran ponerse a dieta (cosa que, cuando lo hizo, no afectó su hermosa voz).

Por supuesto, ningún cantante joven, hombre o mujer, debe sentir que tiene que morir de hambre para obtener el gran papel. Pero necesitamos superar el mito de la cantante gorda.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya