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Ver día anteriorDomingo 16 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La evaluación educativa en el medio indígena: ¿garrote o t’arhexperakua?
L

a sorpresiva reforma laboral del magisterio, mal llamada reforma educativa, ha hecho estallar un conflicto de larga data en torno a la educación pública que se centra, hoy, en la evaluación de alumnos y maestros y las consecuencias laborales de dichas evaluaciones para los docentes.

Dos temas entrecruzados no han sido discutidos a fondo todavía, aunque sí se mencionaron. Uno se refiere a la hipótesis, certidumbre para muchos, de que ninguna evaluación verdadera, que contribuya a un mejoramiento real de la educación, será posible sin una auténtica descentralización y democratización de la educación, sin una real participación y sin el empoderamiento de las comunidades educativas en su conjunto.

El otro tema es el de la diversidad real existente en el país, no sólo en el caso de los pueblos indígenas, que nos obliga a reconocer el agotamiento definitivo de los modelos únicos en la educación: el currículo único, con sus libros de texto únicos, y la defensa a ultranza del monopolio centralizado en materia educativa. No por casualidad la crítica actual centra su fuego justamente en los exámenes únicos estandarizados de las evaluaciones educativas vigentes (Enlace), como posible pieza medular del nuevo modelo de evaluación educativa que mandata la ley.

Abordaré estos dos temas desde la práctica de un proyecto escolar indígena sumamente innovador. En los años noventa, un equipo de maestros y maestras p’urhepechas inició su modelo propio de educación intercultural bilingüe basado en la lengua y cultura autóctonas. Las escuelas de San Isidro y Uringuitiro en la Meseta P’urhepecha empezaron a alfabetizar, enseñar matemáticas y las demás materias en lengua indígena, tomando en cuenta la alta vitalidad etnolingüística en la zona. Desde hace más de diez años cuentan con el acompañamiento de un equipo académico de la UAM y UPN. Juntos desarrollamos un programa, un currículo propio y una experiencia de investigación colaborativa. Siempre ligados a la práctica en el aula, se incorporaron los conocimientos científicos más actuales con el conjunto de contenidos de la cultura y cosmovisión p’urhepechas que los docentes y comunidades consideraron relevantes atender en la escuela (ver documental en www. youtube.com/ watch?v=CDNE07bu-3o&feature=youtu.be).

Como parte importante del trabajo, elaboramos una batería de pruebas en ambas lenguas para evaluar los aprendizajes; las aplicamos al conjunto de alumnos durante varios años escolares. Quizás no tengan la calidad técnica de las pruebas Enlace y Excale, pero están hechas con la sabiduría práctica y teórica de docentes experimentados y los insumos modernos de la lingüística aplicada. Tienen además una alta confiabilidad estadística (entre 0.85 y 0.97 en la escala Alpha de Cronbach).

Los resultados de las pruebas demuestran la validez del modelo y confirman una de las hipótesis más importantes en la educación bilingüe: que la alfabetización y enseñanza en lengua indígena puede llevar a mejores resultados que la castellanización en el desarrollo de ambas lenguas y de los contenidos curriculares. Desmienten la ideología tan arraigada del monolingüismo y de la castellanización que instaura el español como única lengua válida para la enseñanza.

Las largas sesiones de evaluación y calificación de las pruebas se realizaban entre todos. Nos permitían entender cómo aprendían los alumnos, dónde estaban sus avances y sus deficiencias. Así estábamos evaluando a los alumnos y al mismo tiempo (auto)evaluando a sus docentes. No fue fácil tocar el tema de los desempeños pedagógicos insuficientes que se reflejaban en algunos resultados. Pero como habíamos logrado establecer una confianza colectiva básica y fue el equipo quien ejercía y controlaba el proceso en todas sus fases, pudimos atender las deficiencias y buscar remedios. Le perdimos el miedo a las pruebas y nos dimos cuenta de que éstas pueden constituir instrumentos valiosos de diagnóstico y aprendizaje. Lo importante es quién las elabora, quién las aplica y con qué fin, para que tengan validez y, sobre todo, legitimidad. Nuestro trabajo de evaluación nos comprueba que las escuelas pueden desarrollar una evaluación desde la base, cuando están constituidas como proyecto y cuentan con cierta asesoría. Lo más importante es que se apropien de los instrumentos, los hagan suyos y creen bases de confianza y respeto mutuo. La evaluación interfiere en uno de los ámbitos más delicados de cualquier sistema humano: atañe directamente a la dignidad, el respeto propio y ajeno de la identidad profesional.

La experiencia de un proyecto educativo local no puede trasladarse directamente al nivel nacional. Pero es indiscutible el agotamiento del modelo imperante, de la imposición vertical y autoritaria de políticas públicas definidas por pequeñísimos grupos de poder que carecen de legitimidad y actúan a espaldas de la nación.

Frente a un estado parcialmente fallido en la educación básica, particularmente en la educación indígena, han surgido proyectos locales múltiples y diversos que se han constituido en comités de autodefensa de los derechos educativos de una población desamparada. Existen cientos de experiencias ricas y creativas que podrían y deberían ser el germen de una nueva educación, incluyendo la evaluación.

Es en este contexto que el Instituto Nacional de Evaluación Educativa (INEE) tendrá que emprender su tarea de diseñar y aplicar nuevos sistemas y enfoques de evaluación. Dada la composición muy respetable de su nueva junta directiva, quiero pensar que tiene muy en claro que de poco serviría diseñar un sistema, por perfecto que sea en lo técnico, desde la cúspide. El INEE haría bien en tomar contacto con un conjunto de proyectos educativos locales que trabajan en la mejoría de la educación.

En las comunidades p’urhepechas el concepto “t’arhexperakua” significa evolucionar o crecer juntos (= kua); remite a una visión de que podemos avanzar en nuestro camino en la colectividad que se respeta y colabora. Es el nombre que le dieron los docentes p’urhepechas a su proyecto escolar. Ojalá sea la visión de “t’arhexperakua” y no del garrote autoritario la que guíe la transformación de la educación y de su evaluación.

* UAM-I, Departamento de Antropología