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Ver día anteriorViernes 14 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Pero vas a estar muy triste, y así te vas a quedar
L

as canciones y la poesía son lugar privilegiado de expresión de las emociones y en especial el repertorio de José Alfredo Jiménez sigue la huella de los trovadores del amor cortés, pero sobre todo reproduce los patrones culturales masculinos que regulan el amor, la pasión, el abandono y la venganza en el horizonte cultural mexicano.

Hoy Genaro Góngora Pimentel, junto con Enrique Peña Nieto, cantan en coro y al volumen del mariachi: Pero sigo siendo el rey. El ex ministro Genaro Góngora Pimentel recurrió al tráfico de influencias para encarcelar a una de sus parejas sentimentales, Ana María Orozco, por poner a su nombre una (de sus varias) casa destinada al patrimonio de sus dos hijos menores que padecen autismo. Eso ocurrió tras ser demandado por incumplimiento de pensión paterna, ante lo cual él argumentó que ella y sus hijos merecían menos de lo legalmente estipulado (30 por ciento de su ingreso), por pertenecer a un estatus social medio bajo. Además, intentó quitarle la patria potestad acusándola de maltrato a sus hijos. Nos enteramos que durante el año en que ella estuvo en la cárcel, el ex ministro nunca visitó a los pequeños, y que tuvo también otros hijos con Rosalba Becerril, ex ministra promovida por él a tal posición. En la misma semana salió a la luz pública otro caso que involucra a una figura de alto poder. Maritza Díaz Hernández, compañera sentimental de Enrique Peña Nieto por nueve años y madre del hijo que procreó con él, pide por Youtube abrir un diálogo para conversar sobre los juicios de controversia familiar en los que ella se queja de trato discriminatorio a su hijo, en comparación con los otros hijos del Presidente del país, así como de incumplimiento de responsabilidades paternas: hace 17 meses que Peña Nieto no ve a su pequeño hijo.

Ellos, como reyes, aprovechan su posición de poder para hacer siempre lo que quieren: “Yo sé bien que estoy afuera, pero el día que yo me muera, sé que tendrás que llorar… dirás que no me quisiste, pero vas a estar muy triste, y así te vas a quedar… Con dinero y sin dinero, hago siempre lo que quiero, y mi palabra es la ley; no tengo trono ni reina, ni nadie que me comprenda, pero sigo siendo el rey”.

Dice María Victoria Arechabala, la conocida Toya, que cuando el sujeto enamorado siente que el sentimiento de pérdida es intolerable pone en juego una relación maniaca, busca la manera de controlar al sujeto amado, de triunfar sobre él, se defiende con narcisismo omnipotente: Yo se bien, y finalmente la desprecia y le predice una inmutable tristeza, que será para siempre: y así te vas a quedar. El sujeto enamorado no se perdona el abandono y desea que el objeto amado sufra y padezca lo que antes él sufrió y padeció para conseguir la revancha, desahogar rencores, en definitiva, estar parejo. Se fantasea con el recuerdo perpetuo de quien es dueño de su amor para siempre y de manera inevitable: Yo sé que mi cariño te hace falta, porque quieras o no, yo soy tu dueño. Este sujeto busca la salida maniaca del orgullo y la fatuidad –interpreta Arechabala–, muestra una realización de deseos omnipotente, repetitiva y egocéntrica. Enumera los atributos que no tiene: ni la mujer reina que otorga el trono y estatus de rey (lo que define a un hombre es su relación con la mujer, e inversamente, Jacques Lacan), ni un espacio de reconocimiento: huye hacia el mundo exterior e invierte la dependencia del objeto pero sigo siendo el rey. Para impresionar a quien lo escucha hago siempre lo que quiero, sin reconocer más ley que su palabra. Basta cualquier acontecimiento que se asimile a una pérdida para identificarse con el padre ideal, para triunfar sobre la castración en una codificación de una ley pura que sólo tiene que rendirse cuentas a sí misma (María Victoria Arechabala, Las canciones de José Alfredo Jiménez: una escucha analítica, Trilce Ediciones, México, 2013).

Costó al feminismo demostrar que lo privado es público y que la paternidad de los políticos (como la de todos) es un tema de interés público. La paternidad en el orden patriarcal es una manifestación concreta y a la vez dramática de lo que ocurre cuando se perpetúa el valor de la figura paterna tradicional: ley, autoridad y distancia. La función paternal se identifica con el poder y unido a la violencia como factor constituyente de la masculinidad ha creado las bases para la subordinación femenina y la división sexual del trabajo. La crianza de los descendientes se asigna como tarea femenina, sinónimo de lo despreciable, inferior e indigno, discordante e incompatible con lo varonil. La figura de la madre, en apariencia adulada, en realidad es venida a menos: su papel es criar hijos para el padre. Este tipo de paternidad se impone a través de la iglesia, la escuela, los centros de salud y la familia; las madres deben engendrar, gestar, parir y aceptar abnegadamente la distancia del padre para asistir a sus hijos hasta que crezcan. Así se transmite de generación en generación la idea de padres distantes, que abandonan real y simbólicamente a sus hijos (Péter Szil, Masculinidad y paternidad, www.szil.info)

Con más profundidad que el mar, Juan Rulfo perpetúa en la literatura el sentimiento de abandono del padre, a la mexicana: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera… –No vayas a pedirle nada. Exígele lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio... El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro.
–Así lo haré, madre.”

Twitter: @Gabrielarodr108