Opinión
Ver día anteriorLunes 10 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a Morir

Mamá sin culpa/ II

E

n la columna anterior Maru, terapeuta en biomagnetismo y madre de un hijo que a los 30 años empezó a desarrollar una esclerosis múltiple o rigidización progresiva de nervios y músculos, abordó el problema de emociones y relacional que la enfermedad de Eduardo generaba entre ambos, no obstante los esfuerzos de éste por vivir solo a pesar de sus crecientes limitaciones físicas.

“A veces se caía en el baño –añade Maru–, se quedaba toda la noche en el suelo y así lo encontraba. Fue entonces que decidí llevármelo de nuevo a casa, pero ahora no aguantamos ni tres meses, entre las discusiones y mi impotencia para atenderlo siquiera físicamente, pues mide un metro 75 y pesa 80 kilos. El mundo se me venía encima con bastante más que eso. Haciendo cuentas salía lo mismo un cuidador de día que un asilo por lo que empecé a contemplar la idea.

“Ante su explicable rechazo inicial debí advertirle: ‘Te voy a llevar al asilo, no porque no te quiera, sino porque te quiero y no te puedo atender’. Le pedí a su hermana, madre de tres hijos, que el día que yo falte no lo atienda, pero que vea que no le falte nada. Fue mi primer desprendimiento como mamá y me sentí la más mala de todas las madres, pero comprobé que no tengo madera de mártir. Estaba dando todo, pero a la vez me estaba quedando sin nada. Hay que saber hasta dónde puede una llegar sin enfermarse con sus enfermos.

“Me dolía todo el cuerpo, física y emocionalmente, por la tremenda culpa de haber dejado a mi hijo, un hombre de 37 años, en un asilo de ancianos con cuidadoras-celadoras, donde juega dominó con algunos residentes y se ayudan mutuamente. El tiempo todo lo cura siempre que haya un proceso de aprendizaje interior y exterior. Ha sido un crecimiento doloroso para ambos y he podido ver la enorme diferencia entre ser fuerte y ser resistente.

Parte de mi crecimiento ha sido aprender a pedir ayuda, bajarle a mi soberbia y a mi enojo inmenso de por qué a mí y por qué a mi hijo, a aceptar lo inevitable. Busqué primero recuperar mi salud física y luego empecé a crear conciencia de mí misma como la mejor posibilidad de seguir apoyando a Eduardo. Si yo estoy bien, le dije, tú no vas a estar mal. Recurrí a la meditación, a lecturas espirituales, a modificar mis hábitos alimentarios, en fin, todo lo que impidiera ser presa de la amargura. (Continuará)