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Dichoso usted que sabe la hora de su muerte
L

a frase del título es una de las más célebres de la leyenda de don Juan Manuel, una de las muchas que nos cuenta el cronista don Artemio de Valle Arizpe, en su vasta obra sobre el pasado virreinal de la ciudad de México. El predio que ocupó la inmensa casona en donde sucedieron los hechos, actualmente alberga dos magníficas residencias del siglo XVIII, situadas en República de Uruguay 90 y 94. Un viejo cuidador afirma que por las noches aún deambula el espíritu atormentado de don Juan Manuel Solórzano.

Cuenta la leyenda que el virrey don Lópe Díaz de Armendáriz, marqués de Cadereyta, se hacía acompañar a todas partes del tal don Juan Manuel, con quien además de juergas y paseos compartía jugosos negocios, lo que le ocasionó múltiples enemigos, cuestión que le mantenía sin cuidado por su estrecha amistad con el virrey.

Pero sucedió que un día el gobernante se vio forzado a salir de México, por acusaciones de corrupción, dejando en la desgracia a su gran amigo, quien de milagro se libró de la cárcel. Triste y amargado se confinó en su casona con la sola compañía de sus múltiples criados y su bella esposa doña Ana Porcel.

El encierro parece haberlo perturbado y empezó a sentir celos feroces de su dulce y fiel cónyuge, que lo llevaron a espiarla obsesivamente. Era tanta su desesperación al no encontrar evidencias del engaño, que finalmente acudió a un brujo a quien estaba dispuesto a darle lo que pidiera.

Éste lo citó una oscura noche, a un costado de la iglesia de San Diego y tras diversos conjuros le dijo: Mi compadre Satanás acepta tu alma, don Juan Manuel de Solórzano. El y yo sabemos quien es el amante de tu esposa; si tu también quieres saberlo para que tomes justa venganza, sal de tu casa a las 11 de la noche y al que pase a esa hora por la acera, mátalo porque él es quien te roba la honra y la dicha.

Cegado por los celos la noche siguiente a la hora indicada, salió de la casona embozado en su capa; al primer sujeto que pasó se le acercó y preguntó: “¿Perdone que lo interrumpa en su camino señor, pero podría usted decirme qué hora es? Las 11 –le contestó, a lo que don Juan Manuel respondió: ¿las 11? Dichoso usted que sabe la hora de su muerte clavándole a continuación filoso puñal en el corazón: Esta escena se repitió noche tras noche durante varias semanas, porque sus celos enfermizos no se calmaban.

El desenlace inició una madrugada en que tocaron el portón de su mansión para avisarle que su querido tío don Francisco Medano, había sido encontrado apuñalado a la puerta de su casa, misma escena que se sucedió la noche siguiente, con la persona de un cercano primo.

Desesperado de dolor y arrepentimiento, buscó el alivio de la confesión; el sacerdote condicionó su absolución a que durante tres días a la medianoche, rezara un rosario al pie de la horca que se hallaba en la Plaza Mayor, y que al rezar el último volviera y le daría el perdón.

Así lo hizo la primera noche, aunque huyó aterrorizado al finalizar, pues una voz de ultratumba anunciaba: ¡Un padre nuestro y un avemaría por el alma de don Juan Manuel Solórzano!. Acudió asustado con el confesor y este le ordenó que continuara con la penitencia ordenada. La segunda noche fue peor, pues vio pasar su entierro.

En pánico regresó con el cura rogándole que ya le diera el perdón; este comprensivo lo absolvió, pero le mandó concluir la pena; con un supremo esfuerzo se dirigió nuevamente al pie de la horca. Al día siguiente la ciudad se conmocionó, con el cadáver del rico caballero don Juan Manuel Solórzano colgado de la horca de la Plaza Mayor.

Para quitarnos la impresión vamos al Centro Castellano, que se encuentra en el número 16 de la misma calle de Uruguay. Ofrece excelente comida tradicional española. Todos los manjares que preparan en su gran horno de leña son para chuparse los dedos: lechón, pecho de ternera, cabrito y un huachinango con perejil, que si no le gusta no lo paga.

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