Cultura
Ver día anteriorDomingo 9 de junio de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio

El jurado premió la naturaleza colaborativa que se tradujo en experiencia palpable

León de Oro de la Bienal de Venecia para Angola y el británico Tino Sehgal
Especial para La Jornada
Periódico La Jornada
Domingo 9 de junio de 2013, p. 3

Venecia, 8 de junio.

Para el primer sábado de apertura de la Bienal de Venecia había ya una muchedumbre. La costosa entrada no desanimó al público –extranjero en su mayoría– a abarrotar poco después de la apertura las cuatro taquillas puestas a lo largo del sendero del parque donde se ubica una de las dos sedes de la bienal. Las taquillas dividen en dos los llamados Jardines Napoleónicos, cuya primera parte es un parque público y la otra un área de 42 mil metros cuadrados dedicada a las bienales de artes visuales y arquitectura que se alternan y vivifican el área cada año.

Aquí, mientras el bullicio externo hacía su parte, dentro, un comité presidido por la inglesa Jessica Morgan, y los expertos Sofía Hernández Chong Cuy (México), Francesco Manacorda (Italia), Bisi Silva (Nigeria) y Ali Subotnick (Estados Unidos), asignaba los siguientes premios:

León de Oro, por mejor participación nacional, a Angola, con Luanda, la ciudad enciclopédica, del joven angoleño Edson Chagas (1977). Asimismo, el León de Oro por mejor artista fue asignado al inglés Tino Sehgal (1976) y el León de Plata a la joven artista francesa Camille Henrot (1978).

El jurado además asignó cuatro menciones especiales a la estadunidense Sharon Hayes (1970), al italiano Roberto Cuoghi (1963) y a las participaciones nacionales del pabellón conjunto de Chipre y Lituania titulada Oo, así como a Japón con Habla abstracta-intercambio de incertidumbres y actos colectivos, del artista Koki Tanaka.

El jurado prestó especial atención a los países que lograron dar una idea original en la práctica extendida dentro de su región y a los pabellones y muestras donde la naturaleza colaborativa fue una experiencia palpable.

Pabellón Angola

No terminada la última palabra de la premiación, salté en un vaporetto que me catapultó en el pabellón de Angola situado cerca del Museo de la Academia, punto estratégico de la ciudad, por su centralidad y porque se ubica en uno de los pocos puentes que unen las dos partes de la isla.

El pabellón fue puesto dentro a la Galería Cini, una deliciosa casa-museo veneciana inaugurada en 1981, que contiene una pequeña pero óptima colección renacentista desde Beato Angelico, Piero della Francesca, Ercole de’ Roberti y Cosmè Tura, entre otros. La puerta estaba cerrada para mi desconcierto y el de unos ocho periodistas; éramos pioneros frustrados. El señor Cini llegó y nos advirtió que la galería abría a las dos, que volviéramos entonces. A mi regreso, la fila parecía interminable; calculé, por lo lento que corría, que entraría en un par de horas. Me indignó el poder mediático, pero en este detalle pude comprender la fuerza de la Bienal y el enorme interés que despierta.

Así, un artista y un país completamente ajenos y desconocidos al sistema del arte, en su primera participación a la bienal, se encontaron de repente en el centro. En las cercanías veía gente que como trofeo llevaba bajo el brazo grandes cartulinas rojas que contenían un pedazo de ese pabellón y de la obra de Chagas; vi pasar también a la misma Bice Curiger, directora de la pasada bienal. Me fui, pero la curiosidad me martillaba, sentía como un deber entender cómo una nominación tan singular se había podido dar ¿Que había dentro?

Foto
El pabellón de Angola fue puesto dentro a la Galería Cini, una deliciosa casa-museo toscana inaugurada en 1981Foto Alejandra Ortiz

Estando ya lejos, más allá de la plaza de San Marcos, decidí regresar creyendo, por ser ya tarde y tras un chubasco, que se habría desalojado; estaba por salir mi tren, pero tenía que intentarlo. Al llegar, la fila era todavía mayor, pero corrí con la enorme suerte de que en ese momento llegó uno de los organizadores; me le pegué detrás como si fuéramos juntos y la gente nos dejó pasar, estaba temblando de nervios, pero lo logré. Nunca había sentido tal trepidación por una exposición y mi entrada me pareció sin duda un triunfo.

Subí las escaleras hasta el primer piso; al entrar quería devorar en pocos segundos todo, asimilar rápidamente el concepto que me daría la clave final de lo que aprehendí y presencié a lo largo de tres días. Tenía menos de 10 minutos si no quería perder el último tren del día. Al entrar como descarga eléctrica centré la clave que fui reflexionando e integrando conforme caminaba.

Angola ganó no por una obra maestra, sino por una idea, traducida con sencillez y autenticidad volcando en sí misma las líneas de investigación perseguidas por esta bienal.

Chagas estudió fotoperiodismo y utilizó su cámara para recaudar motivos de Luanda, la capital de su país, sin folclorismo, donando alma a los objetos que retrata, recordando en su silencio, dignidad y abstracción a los cuadros de Giorgio Morandi. El esquema es común en todas las fotos: una silla, una caja, un tubo metálico, en fin, un objeto urbano frente a una grande pared muchas veces desgajada, pintada con grafiti, deteriorada, con lo cual a penas se intuye el contexto urbano.

Una veintena de imágenes, apiladas en grandes cantidades en el piso en el formato de cartel. El visitante pasa a su alrededor y las va recogiendo y almacenando, llevándose el catálogo angolés a su casa. Para protejerlas vienen insertadas en una gran cartulina roja que se pliega en tres.

Aquí está centrada la hibridación de tipo geográfico, cultural e histórico, empezando por el maravilloso espacio, una antigua casa veneciana con la más refinada pintura renacentista, pero, ojo, no veneciana, sino toscana y ferrarés, que a diferencia de la primera consideraba fundamental el dibujo y no el color. En este pequeño espacio están reunidos Europa y África, espacios geográficos, artísticos y culturales distintos. Los visitantes interactuan con la obra, hay un sentido de comunión con una cultura desconocida para el occidental, de diálogo, y finalmente regresan palabras como idealismo y utopía, que en la búsqueda de estetismo a ultranza del último decenio se había olvidado.

Perdí mi tren, pero mi catálogo angolés lo llevaba bajo el brazo.