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Sarah, Sassy, La Divina
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Foto reproducida en la contraportada del discoFoto Carole Reiff
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Foto: Carel Devogel
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Foto: Chuck Stewart
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Periódico La Jornada
Sábado 1º de junio de 2013, p. a16

La señora Sarah Lois Vau-ghan, apodada La Divina, respiró el aire del mundo entre el 27 de marzo de 1924 y el 3 de abril de 1990. Cambió en ese lapso para siempre el aroma de ese oxígeno: gozó del don de la palabra cantada para modular, moldear, esculpir, elevar en volutas transparentes la música, en beneficio de todos los seres.

Sassy, mejor conocida como Sarah Vaughan es noticia porque en los estantes de novedades discográficas esplende un álbum de título y contenido contundentes: The Definitive Sarah Vaughan, como fruto de la unión de fuerzas entre dos de los sellos más influyentes en el reino del jazz y del blues: Verve y Blue Note, para conformar una antología magnífica.

El track inicial se antoja cinematográfico: tal es el poder vocal de la señora Vaughan que nos transporta a escenas, imágenes, situaciones del romanticismo propio de la era-ombligo del siglo XX: finales de los años 40. La pieza se titula Dedicated to you y fue grabada el 22 de dicembre de 1949 en Nueva York, a dúo con el maestro Billy Eckstine, quien, al igual que Sassy, formaba parte de la gran orquesta (literal: big band) de Earl Hines. Cuando Eckstine formó su propia banda, La Divina se fue con él, como cantante principal.

A esa joya inicial sigue un clásico: My Funny Valentine, de Rodgers y Hart, en una grabación con orquesta, dirigida por Richard Heyman, donde la voz cantante resulta en una narrativa modosa, tierna, inocente, dulce y candente, todo al mismo tiempo.

La capacidad modulatoria de Sassy, su amplísimo rango canoro, semejante al de una cantante de ópera, pero sobre todo su poderío dramatúrgico, desembocan en un don divino que técnicamente se conoce como musicalidad pero que en realidad es una varita mágica que todo lo convierte en nube, incienso, voluntad.

Shulie a bop, el siguiente track, presenta otra de las muchas facetas creativas de La Divina: su muy particular, peculiar, asombroso canto scat, esa forma de composición repentista donde ella hace gala de su gran cultura musical, pues lo mismo hace guiños a pasajes de ópera (Bizet, Carmen) que inventa sus propias melodías, su propio territorio de lo sagrado.

Nadie duda que Ella Fitzgerald y Billie Holiday son las más grandes cantantes de jazz en la historia. La monumentalidad de esas diosas, sin embargo, ha propiciado una sombra enorme donde se ha guarecido la voz increíble de Sarah Vaughan, de donde la han intentado sacar historiadores y críticos de enorme peso, credibilidad y autoridad moral, quienes la han declarado la mejor cantante de jazz en la historia, pero ni falta que hace: la diosa Fitzgerald, la vestal Billie reinan junto a la Reina Sarah, porque lo que importa, siempre, es el producto sonoro y de ahí el epíteto ya es lo de menos.

Las sílabas del drama, la sintaxis dramatúrgica, la poesía narrativa, los inagotables recursos técnicos de Sarah Vaughan hacen de sus interpretaciones verdaderas obras de arte frente a las que uno no puede sino estremecerse, asombrarse, suspirar y disfrutar.

Las caricias que nos tiende en Lover Man, su voz acerina en The sweetest sounds, la seducción que escancia en Tenderly, su voz quemadura, conducen a un encantamiento constante preñado de sorpresas: cuando suena una nota y la siguiente se acomoda en lógica prosódica, la tercera irrumpe y rompe toda lógica de manera graciosa, intempestiva, con la inocente malicia que hace de la voz de Sarah Vaughan una de las improntas más hermosas de la cultura jazz.

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