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Mal de Graves es la obra más reciente del autor, publicada por el sello Almadía

La poesía es un sanador, pero también es la locura, dice Francisco Hernández

Aunque la maten a cada rato, está viva y continúa alimentándonos, expresa a La Jornada

El padecimiento de Leticia, su esposa, propició un libro muy personal e íntimo, comparte

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Francisco Hernández, en su casa, durante la entrevista con La JornadaFoto Jesús Villaseca
 
Periódico La Jornada
Miércoles 29 de mayo de 2013, p. 4

En la parte interior del antebrazo izquierdo el poeta Francisco Hernández tiene tatuadas las palabras Poesía: lo cura, frase que leyó de su par colombiano Jaime Agudelo Escobar. La poesía como medicamento y enfermedad.

La poesía es un sanador, algo que cura, pero también es la locura, dice Hernández, en entrevista con La Jornada con motivo de la publicación de su nuevo libro Mal de Graves, que aparece de forma casi simultánea con la redición de Diario sin fechas de Charles B. White, ambos publicados por la editorial Almadía, los cuales serán presentados el 5 de junio, a las 20 horas, en la Feria del Libro Independiente en el Centro Cultural Bella Epoca.

Dos libros de poesía, género que a pesar de que no son buenos tiempos, está ahí, viva, publicándose, a pesar también de la tecnología hay muchos leyéndola o escribiéndola a contracorriente. Por algo será. Está viva aunque la maten a cada rato, aunque piensen que es inútil en estos momentos. Nunca faltan razones para considerarla moribunda o inútil; sin embargo tiene más de siete vidas y sigue alimentándonos, convenciéndonos de que hay otra vida en esto. Creo que leerla todos los días es un gusto.

La enfermedad como tema

“Seguramente –agrega Francisco Hernández–, comencé a escribir poesía por limitaciones. No puedo escribir otra cosa. Traté de escribir cuento, tengo dificultades hasta para leer novelas; soy muy disperso, inquieto, estoy leyendo una novela y ya estoy pensando en otra cosa. Quizá por eso me aboqué más a la poesía y eran los libros que más me gustaron de los pocos que tenía mi padre: Rubén Darío, Salvador Díaz Mirón, Bécquer me identifiqué con eso y comencé a imitarlos, eso era lo que hacía”.

Mal de Graves, enfermedad que padece su esposa Leticia, es un problema con la glándula tiroides que afecta la vista y puede causar ceguera. Lleva el nombre de quien estableció los síntomas, el médico Roberto Graves, quien es homónimo del poeta y novelista inglés Robert Ranke Graves.

Hernández, quien entre otros ha obtenido los premios Aguascalientes de Poesía, Internacional de Poesía Jaime Sabines, Xavier Villaurrutia y el Nacional de Ciencias y Artes 2012, en el rubro de lingüística y literatura, tomó la enfermedad como tema del libro un poco para entender el proceso por el que pasa mi esposa, para que se sintiera quizá un poco menos sola, que había alguien además de los médicos que la estaban acompañando y tratando de entender.

Mal de Graves es un libro muy personal, por esa intimidad hay datos más frescos o más inmediatos. Preguntarle a ella qué está pasando, cómo le fue con el doctor, que me contara los avances, la parte técnica de la enfermedad, o en Internet informarme de qué estaba pasando, si tenía cura y todo eso se fue transformando en la memoria, en la desesperanza o esperanza de que se cure. Todo eso contribuyó al desarrollo del libro.

La estructura del volumen es la de la tragedia griega. Aquí son tres voces, el doctor Graves, el poeta Graves, y una mujer, basada en un texto de Tomás Segovia que se titula Cantata a solas.

“Como todo creo que la literatura, pero más la poesía, tiene mucho que ver con el azar. No sabía qué escribir, qué libro iba a dar al Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, porque fue escrito con una beca. Mi esposa Leticia está enferma del Mal de Graves, que comienza por la tiroides y termina por afectar la visión. Ya no ve bien, o acaban viendo triple, cosas muy extrañas.

“Entonces comencé a investigar quién había sido Robert Graves, resulta que se llama igual que el poeta; además, estaba leyendo en ese momento un libro de Tomás Segovia, pero básicamente Cantata a solas, que tiene la estructura como de teatro griego, al menos eso me pareció. Ya tenía eso, pero no sabía cómo empezar. Si embargo, Leticia, quien ya tiene problemas en la vista, me dijo: ‘ahora me peino con mis recuerdos’: lo hacía al recordar en qué parte del cabello tenía que pasar el cepillo o el peine. Le dije ‘me has dado la primera línea del libro’ y empecé a escribir basado en la estructura de Segovia”.

En este libro “soy el que recopiló todo, el amanuense, el que observa la representación, el que escribeo lo que oye, lo que le dictan, tratando de oír al doctor y al poeta. De pronto lo más difícil de imaginar es lo que Tomás Segovia puso ‘pensado’, ¿cómo oír lo pensado?, ¿cómo escribir lo que alguien está pensando? Sí, hay partes en el que soy el que escribe, pero también el que lo habla”, dice Hernández, autor de más de 20 libros, entre ellos Mascarón de prosa, Imán para fantasmas, Las gastadas palabras de siempre y Una forma escondida tras la puerta.