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Puntos sobre las íes

Rodolfo Gaona XIV

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El diestro Juan José Padilla en La Maestranza de SevillaFoto Reuters
T

uvimos que cortar la anterior entrega, porque llegó el terrible tirano y hubo que aceptar.

Así que reanudamos la crónica de don Manuel García Santos, testigo fiel de lo sucedido en la plaza de toros de Madrid la tarde del 21 de junio de 1917, corrida a beneficio del Montepío de Toreros.

…“Belmonte, en su primero estuvo solamente regular. Continuaba Juan produciendo en el público aquella sensación de cosa acabada y de impotencia ante los toros que lo llevaron a sus extrañas ideas de suicidio, de lecturas desordenadas y de reacciones totalmente extravagantes. Cuando salió el cuarto toro, ya Gaona y Joselito eran los dueños del interés del público. Torearon de modo extraordinario con el capote; se ofrecieron banderillas el uno al otro en ese toro y en el quinto, y en los tercios de quites bordaron primores y levantaron tempestades de aplausos. Joselito le hizo al quinto una faena de las suyas, de esas que lo habían hecho el amo de la torería, y cuando dio muerte al toro, la plaza de Madrid se venía abajo. El público, enfebrecido, reclamó a Gaona también para que diera la vuelta al ruedo y aquello era el triunfo más grande que se recordaba para dos toreros. Al final de unas ovaciones interminables, la gente se volvió de espaldas al ruedo para dirigirse al representante de la empresa y gritarle a coro: ¡Una corrida para los dos solos! ¡Para los dos solos! Y todavía señalaron estentóreamente ¡Fuera Belmonte, que se vaya Belmonte! Cuando sonó el clarín para la salida del sexto toro, el público se disponía a abandonar la plaza ¿Ya qué se iba a ver después de aquello? Se abrieron los toriles, salió a la arena el toro y el público se quedó un momento al ver a Juan Belmonte irse hacia la bestia. ¿Haría algo Juan? ¡Era difícil!... Belmonte citó al toro, se le arrancó y el torero dibujó tres verónicas perfectas, geométricas y rítmicas, llenas de mando, de suavidad y de temple. El público se sentó.

“Decididamente, Juan Belmonte no podía después de aquello, realizar algo digno de ser contemplado. En el primer quite, las verónicas de Belmonte produjeron en la plaza esa emoción que producía el torero en sus días de triunfo y que él sentía, a la vez que los espectadores. Y cerró el quite con la media verónica más perfecta que él, creador de ella, había dado en su vida. La ovación surgió espontánea y atronadora. Todavía Gaona y Joselito dibujaron quites maravillosos que hicieron enloquecer al público y parecía que iban a opacar el éxito de Juan. Pero Belmonte en las tardes en que sentía el toreo, cuando se encontraba a sí mismo, era único. Se fue al toro. Con la muleta, después de un pase impecable con las rodillas en tierra, se echó la muleta a la mano izquierda y ligó naturales pegado al toro y clavado en la arena, que levantaron un clamor de aplausos. El toro iba cosido a la muleta del torero y el torero corría la mano con lentitud inverosímil y engarzaba un muletazo con otro sin enmendar terreno. El público, que presenciaba de pie aquella faena, clamaba y aclamaba al torero con una especie de histerismo que hacía de la plaza un manicomio”, locura que duró hasta el día siguiente.

Nadie durmió.

¡Qué tercia!

Y ahí estuvo formando parte de ella el gran Rodolfo Gaona.

¡Qué torero!

+ + +

Y vino el desastre.

Se casó Gaona.

En Lima volvió a tratar a la que sería su primera esposa y que tiempo atrás le habían presentado en Madrid; las relaciones fueron in crescendo, sin ir más allá, pero al volver a la Villa y Corte decidieron formalizar su relación, y en el mes de octubre estaban ya casados.

¿Quién era ella?

Carmen Ruiz Moragas era un mujer de gran belleza, famosa artista de teatro, admirada por muchos, pero… había sido amante del rey Alfonso XII y lo que esto trajo como consecuencia, fue lo que el amable lector puede suponer.

Al día siguiente, Gaona se preguntaba ¿qué hice, cómo fue posible?

Y sucedió lo que tenía que suceder.

La boda tuvo lugar en el mes de octubre y para noviembre estaban ya como perros y gatos y estaba ya planteada la separación.

No había de otra.

+ + +

Sí, don tirano, sí.

Nos vamos.

Pero volveremos.

(AAB)

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