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Los encantos de una calle
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esulta imposible, caminando por la calle de Donceles, no asomarse al templo de La Enseñanza. Es una de las alhajas barrocas más bellas de la ciudad de México. Sentarse en una banca en el pequeño templo, casi siempre vacío y solazarse un rato con los retablos de oro viejo, los cuadros y las esculturas, lo ponen en armonía con el mundo. Si es religioso, aprovecha para rezar y salir como nuevo.

Aprovechemos para recordar a su fundadora, la opulenta y brillante dama coahuilense, María Ignacia de Azlor y Echevers, quien tuvo particular interés en fundar una institución religiosa dedicada exclusivamente a la educación femenina. Para lograrlo fue a España, donde ingresó a la Compañía de María, para, ya siendo monja, dedicarse a realizar los complicados trámites que se requerían para crear una institución de esa índole.

En tanto conseguía la autorización definitiva, adquirió dos casonas en la calle entonces llamada de Cordobanes, con un costo de 39 mil pesos. Ahí levantó una modesta construcción, que permitió la operación de la escuela, y desde luego un sencillo templo para las funciones religiosas. A la muerte de la noble fundadora, se reconstruyó, dando como resultado las maravillas que hoy admiramos.

El exterior, remetido de la banqueta por un pequeño atrio, es uno de los más bellos y originales del periodo barroco. La portada consta de dos cuerpos y un remate. Una pequeña y exquisita imagen de alabastro de Nuestra Señora del Pilar, patrona del templo, adorna la fachada, junto con un San José. Una representación en relieve de la Santísima Trinidad, corona elegantemente el remate. Por lo alto y angosto de la construcción no es fácil apreciar los finos detalles, ni la hermosa cúpula octagonal, por lo que vale la pena cruzar la acera y voltear hacia lo alto lo más posible, aunque como alguna vez comentamos, se arriesgue a padecer tortícolis .

En el interior los luminosos destellos de oro por doquier realzan el inmenso placer de apreciar todas las joyas que lo adornan: altares prodigiosamente labrados recubiertos de oro, pinturas excelentes, fina herrería y las esculturas del retablo principal que son de tela engomada.

El templo tuvo adjunto un gran convento, como prácticamente todos los que aún existen en el prodigioso Centro Histórico. Tras las Leyes de Exclaustración fue abandonado por las monjas destinándose a Palacio de Justicia, después tribunales y ahora sede del Colegio Nacional, continuando así con su vocación original, ya que fue creado para enseñar. Las religiosas poseían en esa fecha, además de sus enormes instalaciones conventuales, que abarcaban una superficie de 8 mil varas cuadradas, 34 casas en la ciudad, que les producían buenas rentas.

A un par de cuadras sobre la misma Donceles se encuentra el Café Río, que desde hace más de medio siglo ofrece muy buen café. Era lugar favorito de los abogados que asistían a los tribunales, que en ese entonces se ubicaban en el antiguo convento de La Enseñanza. También eran asiduos concurrentes los preparatorianos de San Ildefonso; eran los años sesenta del siglo XX, época en que los estudiantes descubrían a Sartre y las jóvenes se fascinaban con las ideas feministas de Simone de Beauvoir.

En las pláticas aparecía también la última cinta que habían visto los compañeros en el cine Río, que exhibía las que entonces se consideraban películas pornográficas, que ahora serían consideradas para niños. Esos fieles clientes del histórico lugar, aún regresan a recordar esos tiempos maravillosos y deleitarse con el excelente café cuyo aroma da vida a los cafetos que en original mural adornan el lugar. Un buen acompañamiento son los ricos postres que prepara la dueña.

Otro encanto de la calle de Donceles son las librerías de viejo, esos sitios placenteros, donde se pierden las horas y se gana una edición de esa obra que llevábamos años buscando o el encuentro sorpresivo de un autor admirado en un libro desconocido.