Opinión
Ver día anteriorSábado 13 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Los mexicanos y el estado de derecho
E

l 27 de marzo, el presidente Peña Nieto entregó en la Residencia de los Pinos cartas de naturalización a 180 extranjeros que solicitaron ser ciudadanos mexicanos. Fue una ceremonia a la vez muy protocolaria y conmovedora, como se debe en tales circunstancias. También fue la expresión, al más alto nivel, de la hospitalidad de los mexicanos y de su apertura al mundo. Me honra haber sido aceptado en la comunidad nacional como nuevo ciudadano.

México es un país de fuerte personalidad y con identidad rica y compleja. Impresiona no solamente por su enorme diversidad natural, sino también por su cultura antigua y contemporánea, por la creatividad de sus habitantes, por la fuerza de sus tradiciones y por su capacidad para superar todas las condiciones adversas que frenan su desarrollo. Su historia es grandiosa; es la cuna de una de las civilizaciones más antiguas y sofisticadas del mundo, así como de grandes movimientos sociales. Tiene prestigiosas instituciones culturales y científicas, como pocos países emergentes y que muchos países del primer mundo podrían envidiarle. La capacidad de trabajo de los mexicanos, muchas veces en condiciones muy difíciles, es también notable. Trabajan todo el tiempo. ¡No tiene nada que ver con el cliché denigrante del mexicano durmiendo debajo de un sombrero al pie de un cactus gigantesco!

Tanto el secretario de Relaciones Exteriores José Antonio Meade Kuribreña, como el presidente Enrique Peña Nieto pronunciaron palabras muy atinadas para dar la bienvenida a los nuevos ciudadanos y recordarles sus obligaciones y compromisos. “Ser mexicano –dijo el Presidente– significa cumplir y respetar el estado de derecho; significa creer en este país y en su gente; implica forjar a nuestros hijos como buenos ciudadanos, como hombres y mujeres de bien. Ser mexicano es más que una nacionalidad. Es un compromiso. Es asumir una responsabilidad con el país que los adopta como hijos y con las personas que hoy los reciben como hermanos”.

Pueden estar seguros de que todos los nuevos mexicanos cumpliremos escrupulosamente con estos compromisos. Sin renunciar en nada a nuestras raíces y a lo que nos dieron nuestros países de origen, nos unimos a los ciudadanos que luchan por el desarrollo económico, social y cultural de México y por su completo reconocimiento como potencia a escala mundial.

El Presidente tuvo razón en insistir en el respeto del estado de derecho. En este terreno hubo indiscutibles progresos en las dos décadas pasadas, pero falta mucho por hacer. La prensa relata todos los días, con lujo de detalles, casos de violencia de crueldad irracional, homicidios cometidos por delincuentes o sicarios deshumanizados, entrenados para torturar y matar. Lo más indignante es que también revela que agentes públicos secuestran, extorsionan, torturan o matan, maltratan a los migrantes y que las prisiones están llenas de gentes que muchas veces no saben por qué están presas o que purgan largas penas siendo inocentes o delincuentes menores. En el documental Presunto culpable, el condenado –reconocido inocente y hoy libre– pregunta a la juez por qué lo mantiene preso. Ella le contesta con una sonrisa cínica: ¡Porque es mi chamba! También es chocante ver en la televisión la exhibición de presuntos delincuentes detenidos por las fuerzas de seguridad. Es una condena pública a priori y sin juicio, puesta en escena por las autoridades, con la complicidad de las televisoras, inaceptable en un estado de derecho moderno. Son presuntos inocentes hasta que la justicia no haya establecido, con todo el rigor de un debido proceso, su responsabilidad en actos delictuosos. Muchas veces estos presuntos culpables aparecen golpeados y bajo la práctica de las calentaditas para obtener confesiones. Es algo muy común y casi sistemático de algunos agentes públicos. En el derecho penal continental (romano-germánico) las confesiones no son una prueba de culpabilidad. En el otro gran sistema jurídico, el Common Law, son los testigos quienes juegan un papel fundamental. En todos los casos pertenece al juez, y a nadie más, establecer la culpabilidad de los detenidos, a partir de pruebas y evidencias objetivas e irrefutables. ¿Como es posible en 2013, cuando México es signatario de todos los convenios internacionales en materia de derechos humanos, que elementos de las fuerzas de seguridad, ministerios públicos o jueces no entiendan lo que es realmente un estado de derecho, a pesar de reformas constitucionales muy importantes y de la muy valiosa contribución de las comisiones de Derechos Humanos nacional o estatales? Y ¿por qué un gran número de agentes de seguridad que reprobaron exámenes de confianza siguen prestando servicios, a pesar de tener expedientes muy negros o vínculos conocidos con la delincuencia organizada?

Se requiere un fuerte compromiso de toda la sociedad para empujar las reformas en curso, construir un estado de derecho ejemplar en el cual los representantes de la autoridad pública, incluso los de nivel más bajo, obtengan una formación jurídica mínima y sean capaces de mantener el orden y la paz social sin hacer uso innecesario de la violencia. La ley antes que las armas. Antes de anunciar la construcción de nuevas cárceles, ¿no sería oportuno revisar la situación de miles de presos, que esperan un juicio meses y años, o son condenados sin pruebas reales, con pruebas sembradas, o confesiones obtenidas bajo tortura o amenazas?

La sociedad mexicana en su conjunto ya no puede tolerar arcaísmos indignos de un Estado moderno. Ocultan todo lo positivo que ofrece México a sus ciudadanos y al mundo, dañan la imagen internacional de México y frenan su desarrollo.

Como decía el recientemente fallecido Stephane Hessel a la juventud del mundo ( La Jornada, 23/3/13): Indígnense y comprométanse. Su mensaje es universal. En este sentido, los nuevos mexicanos, jóvenes y menos jóvenes, nos comprometemos, junto con nuestros compatriotas, a cumplir cabalmente con las exhortaciones del señor Presidente: ser hombres y mujeres de bien, respetar el estado de derecho.