Opinión
Ver día anteriorMiércoles 10 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Bergoglio, su periodo de gracia y sus sombras
L

a elección de un papa latinoamericano como Bergoglio, quien fue actor de la historia reciente de la Iglesia argentina en la cruenta década de los años setenta, lleva inevitablemente a evaluar el papel de la jerarquía ante los golpes militares. Los claroscuros del papa Francisco abren la puerta para volver a mirar la actuación de la Iglesia frente a los genocidios y las atroces dictaduras militares que azotaron nuestra región.

Desde este espacio sostuvimos que una de las características del cónclave 2013 era la ausencia del progresismo católico, la mayoría absoluta de los cardenales estaban marcados por el signo del conservadurismo; en cierta manera eran doctrinalmente una clonación entre Wojtyla/Ratzinger. Está claro que el papa Francisco ha ganado con sus gestos y símbolos la simpatía aun de aquellos que han sido implacables críticos de la Iglesia, como Hans Kung y Leonardo Boff. Hay un periodo de gracia que se concede a un pontífice que ha mandado poderosas señales de querer cambiar de tono la monarquía eclesiástica, petrificada bajo notorios síntomas de rebasamiento. Hay una verdad histórica que ni Lombardi puede maquillar, Bergoglio como uno de los dirigentes jesuitas que se opusieron a la teología de la liberación, que estaba bastante extendida entre los propios jesuitas en América Latina. Se enfrentó a Pedro Arrupe, superior general de la compañía entre 1965 y 1983, quien había orientado a la compañía a priorizar la justicia social. Pero una cosa puede ser el pasado de Bergoglio y otra el presente del papa Francisco; ambos están imbricados, pero no necesariamente Francisco será una versión pontifical de Bergoglio. Es el caso de Angelo Giuseppe Roncalli con Juan XXIII, el Papa bueno.

A pesar del gran entusiasmo popular argentino que desencadenó la designación de Bergoglio como papa, de ahí mismo surgieron las primeras críticas, señalamientos y dudas sobre el desempeño del religioso durante la dictadura militar. Desde Buenos Aires, su ciudad natal, empezaron a circular fotos que nos mostraban al actual Papa conviviendo con dictadores militares. Imágenes de condescendencia que parecen contradecir el compromiso, expresado por el papa Francisco, de orientar la Iglesia hacia los pobres cuando en su trayectoria no sólo se opuso intelectualmente, sino que actuó contra aquellos actores religiosos que enarbolaban la solidaridad de la Iglesia con las causas de la pobreza y la defensa de los derechos humanos. Y, hasta hoy, parece que ha actuado más para frenar que para estimular a aquellos que luchan para eliminar la pobreza. Sin embargo, religiosos como los dominicos progresistas Raúl Vera, obispo de Saltillo, y Gonzalo Ituarte, provincial de la orden de los predicadores, quieren ver al papa Francisco más con los ojos de la esperanza que con objetividad, le ofrecen su simpatía y le dan su voto de confianza. ¿Cuánto durará?

Con el papa Francisco, América Latina se prepara para hacer un sereno balance del papel de la jerarquía en los golpes y dictaduras militares latinoamericanas. El tema vuelve a ponerse sobre la agenda. Por ejemplo, en Chile se puso de relieve el comportamiento no sólo de los obispos ante el régimen de facto de Augusto Pinochet, sino del propio Vaticano. Con cierto resentimiento se lee un cable diplomático revelado por Wikileaks que muestra supuesto apoyo de Roma al derrocamiento de Salvador Allende, en 1973. El documento, de octubre de 1973, contiene declaraciones del entonces subsecretario de Estado del Vaticano, Giovanni Benelli, quien consideraba exageradas las notas sobre la represión en aquel país, diciendo: Como es natural, desafortunadamente, tras un golpe de Estado, hay que admitir que ha habido algún derramamiento de sangre en las operaciones de limpieza en Chile, pero la nunciatura en Santiago, el cardenal Silva y el episcopado chileno en general han asegurado al papa Pablo que la junta está haciendo todo lo posible para que la situación vuelva a la normalidad y que las historias de los medios internacionales que hablan de una represión brutal no tienen fundamento. Esto nos conduce a pensar que muchas actitudes de los obispos latinoamericanos frente a los golpistas sudamericanos tenían soporte en sectores de la propia curia romana. Este texto ha causado revuelo en la Iglesia chilena, la cual sostiene que el Vaticano siempre alentó la tarea de defensa de los derechos humanos en aquel país. La pregunta obligada salta: ¿por qué en Argentina la Iglesia no siguió las orientaciones vaticanas en defensa de los derechos humanos? En el peor de los casos hubo complicidad activa y muchos sacerdotes castrenses purgan largas condenas por su colaboracionismo con las torturas y tráfico de infantes. Hubo también la complicidad pasiva que se manifestó en el silencio. Un silencio que aceptaba tácitamente el comportamiento brutal de las fuerzas armadas contra la población indefensa.

Es el momento de revisar, a más de cuarenta años de distancia, el compromiso de muchos sectores de la Iglesia con la llamada doctrina de la seguridad nacional. Releer los viejos textos de Franz Hinkelammert (Las armas ideológicas de la muerte), o el libro de José Comblin Le pouvoir militaire en Amerique latine: L'ideologie de la securite nationale. París, 1977. Ambos sostienen que es una ideología de guerra total, de origen estadunidense, la geopolítica que extiende su exterminio principalmente frente al enemigo interno en defensa de la civilización occidental y cristiana. En el caso argentino, militares y muchos obispos católicos se utilizaron mutuamente, bajo la conducción del general Jorge Videla, hoy en el banquillo de los acusados, cercano al Opus Dei. Los obispos en aquel país propiciaron una situación de dependencia y una estructura de compromisos asociados al Estado. Este enlace fue notoriamente reforzado durante la dictadura militar del periodo 1976-1983. Los prelados consiguieron sueldos y jubilaciones a cargo de los fondos públicos. Flotan muchas interrogantes, sin duda habrá guerra de interpretaciones y la historia será un nuevo campo de disputa de la realidad presente. O quizá la oportunidad de pedir perdón y perdonarse.

Nota final. Quiero dar de corazón mi agradecimiento por las innumerables muestras de apoyo y cariño de muchísimas personas, organizaciones e iglesias, a partir de mi despido injustificado del Grupo Radio Centro.