Opinión
Ver día anteriorDomingo 7 de abril de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mar de Historias

La gran estafa

M

amá, no tienes que decírmelo. Ya sé que fui una estúpida por no haberle pedido a la secretaria de Bermúdez un recibo provisional por los 7 mil pesos que le entregué. Yo cómo iba a saber.… Además, la oficina estaba bien montada y todo parecía muy normal. Por lo que más quieras deja de hacerme recriminaciones. Al menos por una vez en la vida ponte en mi lugar y trata de comprenderme.

No sabes lo que se siente perder el trabajo de la noche a la mañana y más después de haberte pasado 11 años en la misma empresa. Creía que iba a quedarme en Lazar y Hermano por el resto de mi vida, o al menos hasta el momento de mi jubilación, pero no fue así.

El lunes 31de enero de 2011 el jefe de personal me llamó. Necesitaba hablar conmigo. No me preocupé. En diciembre hubo recorte y me pareció imposible que hicieran otro tan pronto. Es más, fui tan estúpida que pensé: Reyes va a decirme que solicitó a recursos humanos mi traslado al anexo del fondo. Allí estaré sola y sin tanto ruido. Para darme tiempo de pensar en cómo iba a agradecerle esa ayuda, en vez de subir al quinto piso por el elevador lo hice por la escalera.

Dos semanas en el infierno

Seguí puliendo mentalmente mi discursito de agradecimiento durante la hora que estuve en la antesala de Reyes. Cuando entré en su oficina me dio unos papeles para que los leyera. Lo hice sin comprender. Me explicó que se trataba de mi renuncia. Yo no la he presentado, le dije, y hasta le pregunté si estaba a disgusto con mi trabajo. Sólo habló de otro indispensable recorte de personal. Me ofreció su pluma. Más claro ni el agua. Temblando, puse mi garabato. Me apresuré a salir. Reyes dijo que no me precipitara, tenía hasta el viernes 11 para hacer entrega de la oficina y sacar mis cosas.

Del lunes que me entrevisté con Reyes a mi último día en Lazar y Hermano pasé dos semanas horribles, primero porque en ningún momento le dije a Rogelio que me habían despedido; segundo, porque como buena estúpida que soy esperé lo que nunca sucedió: que me recontrataran. Mi último día en la oficina fue el peor. Tuve que soportar las miradas lastimosas de mis compañeros y agradecer sus frases amables. Eran idénticas a las que yo les había dicho en diciembre a los despedidos: No te preocupes. Eres muy capaz. Con la experiencia que tienes, antes de un mes conseguirás un trabajo mejor. Aprovecha para descansar.

Insomnio y mentiras

Aquel viernes, cuando me reuní con Rogelio en el estacionamiento, le extrañó que llevara una caja con todas mis cosas. Es que estoy haciendo limpia porque me van a transferir al módulo. Fue la primera mentira que le dije. No me atreví a informarle que a partir de ese momento estaba desempleada y sin posibilidad de ayudarlo más allá de la miserable compensación que iban a darme.

El sábado Rogelio me llevó al cine. Si me preguntas qué película vimos no sabría decírtelo. Pasé todo el tiempo pensando si debía confesarle a mi esposo la verdad o callársela y mantener por lo pronto mis rutinas para que él no se diera cuenta de mi situación. Sí, mamá, ya sé que al marido no se le debe ocultar nada, pero no me quedó más remedio que hacerlo: Rogelio tiene úlcera, anda mal de la presión y le ha subido el azúcar. ¿Para qué iba a cargarlo con otro problema que empeorara su salud?

Además confiaba en que dedicándome a buscar trabajo las 12 horas fuera de mi casa encontraría algo.

Pasaron las semanas y todo seguía igual. Entonces, en busca de alguna entrada aunque fuera miserable, me ofrecía como ayudante en toda clase de negocios. Pocas veces me aceptaron y acabé por llevar al Monte mis joyitas. No refrendé ninguna boleta. Todo me salía mal, como si estuviera maldita.

Reconozco que fui muy tonta al pensar que podría ocultarle a Rogelio por tiempo indefinido la verdad. Después de algunos meses de vivir en el fingimiento no pude más. Un día me solté llorando y le confesé a mi esposo mi despido y mis andanzas secretas en busca de trabajo. Se enfureció y por semanas dejó de hablarme. Fue difícil arreglar las cosas.

Desde que Rogelio volvió a ser el mismo se la ha pasado diciéndome que no me desespere, que ya encontraré algo. Quiere hacerme creer que está tranquilo pero no duerme, según él a causa del calor. Se desvela pensando qué sucederá si él también pierde el trabajo. Yo le aconsejo que no se presione tanto y piense en su salud.

Hace un mes empecé a verlo más sereno. Pensé que mis consejos habían influido en su cambio, pero en realidad se debió a que su hermano Medardo lo había convencido de que se hicieran socios en un puesto de ropa. Le pedí no hacerse ilusiones. Un negocio requiere de una inversión grande. Su respuesta casi me mata: Allí está lo bueno: Medardo me pide aportar 7 mil pesos. Es todo lo que tenemos en el banco. En cuanto a Medardo le traspasen el local, saco el dinero y se lo entrego; pero eso sí, recibito de por medio.

El último refugio

Mamá: dile a mi papá que necesito para mañana los 7 mil pesos. Juro que se los pagaré. Cuando te pregunte por qué me urgen tanto, le dices la verdad: para reponérselos a Rogelio antes de que sepa que los tomé sin su autorización. No me juzgues mal: lo hice para salir del atolladero sin darme cuenta de que iba a meterme en otro peor.

Madre, una vez más te lo imploro: ¡ponte en mi lugar! Imagínate lo que fue para mí, después de casi dos años desempleada, ver el anuncio: “Posibilidad de trabajo inmediato en México y en el extranjero. Interesados llamar al teléfono…” Marqué. Me contestó una señorita: Asesoría Bermúdez. ¿En qué podemos servirla? Se lo dije y le pregunté con quién debía hablar. Con el licenciado Bermúdez, nuestro director. Voy a transferirla con él en cuanto termine una conferencia de larga distancia.

Bermúdez agradeció mi interés, me puso al tanto de los empleos conseguidos en México y Canadá y me aseguró que estaban a punto de extender sus actividades a Centro y Sudamérica. Le aclaré que por razones familiares no me interesaban plazas en el extranjero. Él respondió que no necesitaba viajar. Podía conseguirme aquí un muy buen empleo si le llevaba un currículum amplio y un depósito de 7 mil pesos por concepto de trámites.

Hice mis cálculos. Le dije que era mucho, pero él me animó asegurándome que una contadora experimentada como yo podría ganar muy pronto un sueldo de 15 mil pesos o tal vez más. Pensé: Con mi primera quincena devuelvo el dinero de Rogelio y ni quién se entere. Acepté. Lo demás te lo imaginas: saqué los 7 mil pesos del banco y los llevé a la oficina de Bermúdez. El licenciado se encuentra de viaje y sólo él puede extender recibos, pero si gusta déjeme su depósito. Regrese en dos semanas para que le entreguemos su documento. Si antes hay noticias del licenciado la llamo.

Mamá: me sentí en la gloria hasta hace un mes cuando Rogelio me habló de su sociedad con Medardo. Les pedí a todos los santos que el negocio no se hiciera, pero fue inútil. El lunes Rogelio me dijo que todo está listo y ya quedó de entregarle a su hermano los 7 mil pesos el día 15, porque van a inaugurar el puesto antes del l0 de mayo.

El martes en la mañana corrí a la oficina de Bermúdez para deshacer el trato y recuperar mi depósito. Encontré la oficina cerrada. Estuve horas tocando y nadie me respondió. ¡Me robaron, mamá, me robaron! Por favor, consígueme los 7 mil pesos. Si no los deposito en el banco antes de que Rogelio vaya a sacarlos, mi esposo es capaz de morirse o peor todavía, de divorciarse de mí.