Opinión
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Dos italianos en México
E

n varias ocasiones hemos hablado acerca de las aportaciones que han hecho diversos extranjeros a nuestro país. Una de las mejores visiones del México decimonónico nos la dio la escocesa madame Calderón de la Barca, con sus célebres cartas. El alemán barón Von Humboldt dejó interesantes estudios sobre distintos aspectos del mundo natural y mineral. De Francia llegaron los famosos Barcelonettes, que iniciaron el comercio moderno a principios del siglo XX. Para no hablar de las riquezas culturales que trajeron los españoles del exilio.

Hoy hablaremos de un par de italianos que nos dejaron un bello legado. Uno de ellos fue el arquitecto Silvio Contri; Porfirio Díaz lo contrató para que diseñara el que habría de conocerse como Palacio de Comunicaciones. Lo inició en 1904, durante la época en que el Modernismo surgió como una corriente arquitectónica.

Se caracterizó por combinar estilos del pasado como el gótico, clásico, barroco, etcétera, con estructuras de hierro, que era uno de los avances tecnológicos más notables. Gran parte de la decoración interior: tallas en madera, pinturas, yesos, herrería y demás, la realizó la familia florentina Coppede.

La construcción se inició en 1904, en el predio que había ocupado el hospital de San Andrés, célebre porque en su capilla se embalsamaron los restos del emperador Maximiliano de Habsburgo, antes de ser enviados a Viena. En 1911 fue inaugurado por Francisco I. Madero, haciéndonos recordar el dicho nadie sabe para quien trabaja.

Años más tarde fue sede del Archivo General de la Nación y a partir de 1982 se estableció ahí el Museo Nacional de Arte (Munal), que brinda un extenso panorama de la trayectoria seguida por el arte mexicano de la época prehispánica a nuestros días. En los majestuosos salones se muestran obras de arte de todas las épocas, entre las que sobresale una magnífica colección de paisajes de José María Velazco.

Un rincón exquisito del Museo es el Gabinete de Estampa, que expone litografías de artistas notables del siglo XIX que muestran: paisajes, escenas costumbristas, personajes, flores, frutos, oficios y lo que se imagine. Este universo de imágenes constituye una importante crónica gráfica de esa época.

El que trajo la litografía a México fue el italiano Claudio Linati, Conde de Parma. Llegó a México en 1825, seducido por la posibilidad de observar de cerca el proceso político de un país, que recientemente había logrado su independencia y con la idea de participar en la politización del pueblo.

En Italia había formado parte de los carbonarios, un grupo que luchaba por la unificación italiana y que organizó levantamientos en Nápoles. A lo largo de su vida, su activismo político le valió persecuciones, exilios y condenas a muerte.

Al llegar a México estableció en la capital un taller de litografía, el primero del país. Fue uno de los editores del semanario El Iris, que sólo se publicó siete meses. Ahí apareció la primera caricatura política mexicana, la alegoría Tiranía, que se atribuye a Linati. Él y sus colaboradores empezaron a hacer agudos comentarios políticos de los acontecimientos del día, lo que provocó la clausura del periódico y su expulsión del país en 1826.

Su aportación más importante es la recreación de trajes típicos y escenas costumbristas, reunidos en los textos y litografías que creó para el libro Trajes civiles, militares y religiosos de México. Es una obra extraordinaria que, además, se acompaña de breves textos de Linati, varios con una sutil crítica social. Algunas de estas litografías y las de otros autores las podemos admirar en el Gabinete de Estampa. En el centro de la pequeña sala hay un gran mueble cuadrado con cajones; hay que abrirlos para gozar de una extraordinaria colección de litografías de frutas mexicanas.

Su vista nos despertó el apetito así es que nos dirigimos a la avenida Madero a uno de los nuevos establecimientos que venden, expuestas de manera muy atractiva, precisamente.... frutas.