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De la mano de Barenboim, el tenor mexicano vuelve por la puerta grande a Berlín

El público alemán reconoce el talento, el carisma y la voz de Rolando Villazón

En abril interpretará el Requiem de Mozart, acompañado del director argentino-israelí y su orquesta

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Rolando Villazón (izquierda) y Daniel Barenboim, el pasado martes, en la sede de la Filarmónica de Berlín. Foto: Anne/ Blog Villazonista
Especial
Periódico La Jornada
Sábado 30 de marzo de 2013, p. 3

Berlín, 29 de marzo.

Mucho ha llovido y nevado en Berlín desde aquella noche de julio en 2006, cuando el tenor mexicano Rolando Villazón compartió con Plácido Domingo y Anna Netrebko el escenario de la famosa Waldbühne en la capital alemana.

Aquel verano Villazón coronaba el éxito mundial que había supuesto la grabación protagonizada en Salzburgo por el tenor y la soprano Netrebko de La Traviata, de Verdi, con la que el mexicano y la rusa hicieron temblar el legado de Pavarotti y Joan Sutherland. Era la cereza del pastel y la capital alemana se rendía a los pies del dúo demoledor.

Desde entonces las cosas no habían ido tan bien para Villazón: una primera lesión en la garganta en 2007 y otra –más dolorosa aún– en 2009, poco antes del Lucia di Lammermoor que el MET preparaba con Netrebko. Esa tarde, Edgardo fue interpretado por el polaco Piotr Bezcala y el cantante mexicano se preparaba para una intervención quirúrgica que lo mantendría lejos de los escenarios durante varios meses.

Recuperado, Rolando Villazón reapareció en noviembre de 2010 en Berlín para presentar una muy irregular –y casi mala– compilación de canciones mexicanas que pretendían celebrar el aniversario de la Independencia. (¡Mexico!, Deutsche Gramaphon, 2010). En aquel concierto, efectuado en una sala a medio llenar, se escucharon silbidos y algún abucheo. Para ser sinceros, Agustín Lara nunca fue peor cantado.

Cuando parecía que no se hablaría más del mexicano en la ciudad, el talento se sobrepuso al destino. En 2012 pasó por el Schiller Theater, donde interpretó un buen Nemorino (en L’elisir d’amore) que suscitó reseñas positivas.

El martes pasado, sin embargo, Villazón volvió por la puerta grande a esta ciudad: en la Filarmónica de Berlín, de la mano del pianista y director argentino-israelí Daniel Barenboim, con la Staatskapelle de esta capital, en el contexto de la celebración de Pascua que la orquesta hace cada año, en la que converge lo mejor de la música clásica alemana e internacional. No había mejor escenario ni mejor momento para volver la memoria siete años atrás.

El programa del concierto del martes era, por sí solo, una delicia; dos obras orquestales en las antípodas del repertorio musical: la Ouvertura I vespri siciliani, de Giuseppe Verdi, y Le sacre du printemps, de Igor Stravinsky. Entre las dos estaba situado una rareza musical: cuatro de los ocho romanze per tenore e orchestra, de Verdi, y orquestados por Luciano Berio. El mexicano era el solista.

La obertura de Verdi sirvió para preparar la noche. Los violines de la Staatskapelle obedecieron milimétricamente las órdenes de un Barenboim embriagado de música. A veces suave, a veces furiosa, a veces sufriente, a veces lacrimosa, a veces frenética. Así es la música de Verdi y así se tocó el martes.

Alegría, confianza y técnica

Vino el turno de Rolando Villazón, quien eligió para esa noche cuatro de los ocho romances compuestos por Verdi y transcritos por el maestro Luciano Berio en 1991 (In solitaria stanza, Il mistero, Deh, pietoso, oh Addolorata y L’esule). Las obras, casi desconocidas para el gran público, tienen ecos de grandes óperas (Nabucco, Don Carlo) e incluso frases enteras que remiten a otras arias (Tacea la notte Placida, en Il Trovare). La orquestación de Berio reconstruye los gestos verdianos al tiempo en que toma distancia de las frases más comunes de, por ejemplo, La Traviata; modifica algunos elementos de la relación entre armonía y letra y actualiza una obra al lenguaje musical de finales del siglo XX.

Pero Villazón es de los grandes y no se intimida ante Verdi ni Berio ni Barenboim ni el público berlinés. En la voz del tenor mexicano había alegría, claridad, matiz y técnica. Pero sobre todo talento y confianza.

Quien escuche el disco más reciente del cantante (Villazón Verdi, Deutsche Gramaphon, 2012) reconocerá tres de las obras que fueron interpretadas en la Filarmónica y me concederá razón en que Villazón logra, a pesar de tratarse de un encadenamiento de arias desvinculadas de su situación original, impedir el menoscabo dramático y rescatarlas del vacío tan recurrente en estas situaciones. Pues bien, lo mismo sucedió con la exégesis del martes. En la sede de la Filarmónica de Berlín fueron interpretadas cuatro obras distintas, diferentísimas, pero que parecían una sola. El público así lo percibió y aplaudió a rabiar en los tres diminutos intermedios entre cada romance y después de la última aria. Era apenas la mitad de la noche y el público berlinés, habitualmente determinado a no salir de sus asientos, se ponía de pie para reconocer el talento, el carisma y la voz del tenor mexicano.

Al centro del escenario aguardaba un piano negro destinado a ser utilizado única y exclusivamente para el encore. Barenboim colocó sus dedos sobre el alfil, Villazón calentó la voz y juntos, ya en clima de máxima alegría y comunión entre artistas y público, interpretaron otro exquisito romance de Verdi: Il poveretto.

El sonido del piano –sublime y delirante con Barenboim– y la complicidad con la voz de Villazón provocaron otra hilera de aplausos a la que se sumó la orquesta. Salió Barenboim del escenario, recogió un libreto y ante la sorpresa del propio Villazón volvió al piano e interpretó un sexto romance: Brindisi. No estaba en el programa ni en el acuerdo del preconcierto; estaba simplemente en el aire: otra obra tenía que ser tocada. Entonces volvieron los aplausos, los gritos y las sonrisas de un tenor que recupera la fuerza y la confianza de antaño.

Al final del concierto, la gente se preguntaba por la próxima presentación de Villazón en Berlín. No habrá que esperar mucho –sonreían con alivio, pues en abril cantará acompañado otra vez por Barenboim y su orquesta, el Requiem de Mozart. Y ese día tal vez caiga el cielo sobre Berlín.