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En la ceremonia, los totonacos piden permiso para que todos lleguen y se vayan en paz

Entre danzas y copal, el Litlán marca el inicio de Cumbre Tajín

Del ocaso al amanecer se baila al ritmo de un son interpretado con violín y guitarra

El CAI, corazón del festival, albergará a miles de turistas

El encuentro se realizará del 21 al 25 de marzo

Enviado
Periódico La Jornada
Miércoles 20 de marzo de 2013, p. 9

Papantla, Ver.

Decenas de totonacos rezan, danzan y lavan alrededor de una ofrenda frente a la pirámide de Los Nichos en El Tajín. Es la ceremonia del Litlán, por medio de la cual se pide permiso a los abuelos de usar su espacio y se solicita que los visitantes lleguen y se vayan en paz durante la celebración del festival Cumbre Tajín, que se llevará a cabo del 21 al 25 de marzo y el cual espera recibir a más de 300 mil turistas, la mayoría jóvenes que escucharán una fusión de música contemporánea, hospedados en el Centro de Artes Indígenas (CAI) y sus alrededores.

Ahí observarán a varios grupos de voladores, comerán en El nicho de aromas y sabores y recibirán, en diversas ceremonias, la purificación, que la igual que la herbolaría, estarán dispuestas en el Pabellón Totonaca durante los cinco días que dura este encuentro, que en 2014 cumplirá 15 años.

El pasado sábado, poco antes del atardecer, las veredas que conectan las diferentes casas o talleres del CAI, corazón de la cumbre, se llenaron de hombres y mujeres que trabajan y estudian durante todo el año, ataviados con lienzos del algodón que producen, bordados con las figuras que los representan. Salen de la Casa del Mundo del Algodón, de las Pinturas, de Alfarería, de la Palabra y de Medios y Difusión. Muchos jóvenes que estudian para voladores, y otros que interrumpieron sus ensayos de teatro, se dirigen a la zona arqueológica para participar en el Litlán.

Oran y los lavan

Del ocaso al amanecer se danza al ritmo de un son interpretado con violín y guitarra que se convierte en un canto de devoción. Hacia la medianoche sólo quedan integrantes del Consejo Supremo Tradicional Totonaco, quienes dirigen la ceremonia y lavan a los principales dirigentes y responsables del encuentro cultural. Los sientan. Enjuagan sus rostros y los frotan con jabón. Oran e invocan. Suavemente secan el agua. Ahora frotan sus manos. En una vasija dejan escurrir los restos. Señalan la cruz en la frente. Acercan la vela y le desean el bien.

Momentos antes presentan, asean y arrullan al guajolote que será sacrificado. Al fondo, iluminado, el templo de Los Nichos, icono de lo que fue el imperio totonaco dedicado al dios del Trueno. La noche es tierna y no dejan de brillar las estrellas. No se escucha el viento, pero ahí siempre hace aire. Se antoja el brandy Presidente que descansa al pie de la mesa, que sostiene lo que se ofrenda.

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Con grandes veladoras, curanderos y sanadoras, prometen cuidar el espacio de los abuelosFoto Fabrizio León

Los pocos niños que se desvelaron ahora duermen al pie de los otros templos, a un lado de las inscripciones y grecas. Sólo están sentados algunos de los invitados y, como sombras, asoman los custodios del Instituto Nacional de Antropología e Historia, a veces borrosos por las humos del copal e iluminados sus perfiles por las grandes veladoras que pasean en manos de los indígenas, quienes los igualan en su fisonomía; se acercan amables y dicen: Oiga joven.... aquí no se puede fumar.

Pero es el humo el que indica dónde está el centro de este ritual y pinta la corriente de aire. Calla la música y de manera formal solicitan permiso. Ofrendan comida y bebida. Dulces, frutas y flores. Rocían con aguardiente al guajolote negro, que despierta del arrullo. Son los curanderos y sanadoras, varias de ellas cocineras que se hacen llamar Mujeres de humo. Yo miraba desde pequeña los rayos de luz que entraban por la cocina y por donde se fugaba el humo de la leña, y pensaba que por ahí yo me iría al cielo volando, cuenta Martha Gómez Atzin.

La envidia está muy dura

En su idioma hablan al Viejo del monte. Recitan oraciones y explícitamente piden que no haya mal. Que no existan accidentes y que ellos cuidarán las instalaciones.

¿Y cuál es el mal?, se pregunta a la señora Guadalupe Lobato, durante la cena.

La envidia está muy dura y la juventud ya no quiere trabajar. No tienen fe, ¿verdad, compadre? A lo que Tirzo Jiménez Vaquero abunda: El mal también come y tiene hambre.

Pero sonríen y compadecen al miedo de sus interlocutores. Para eso estamos nosotros, para cuidarlos y curarlos.... anden y vengan, dicen y terminan de comer uno de los 10 tipos de tamal que se preperan por estas tierras.

Parece que no va a amanecer pronto y se van retirando los invitados que quedan, lo cual permite, en la intimidad de la familia, cantar Las mañanitas, que traducidas a su florida lengua suenan mucho mejor. Minutos después se despierta el Abuelo Sol y se preparan los voladores a saltar en Papantla, para agradecer que una vez más, ya amaneció.