Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 10 de marzo de 2013 Num: 940

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Los empapelados de las granjas Peri & Sons
Agustín Escobar Ledesma

América Latina,
juventud y libertad

Marcos Daniel Aguilar

Poesía para romper
los límites

Ricardo Venegas entrevista
con Floriano Martins

Clientes frecuentes
Edith Villanueva Siles

El arte de seleccionar:
de los 10 mejores a la construcción del Yo

Fabrizio Andreella

Del suicidio al accidente: tropezar con
la propia mano

Marcos Winocur

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Columnas:
A Lápiz
Enrique López Aguilar
La Jornada Virtual
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Paso a Retirarme
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Orlando Ortiz

Los domingos del profesor

Comienzo a sospechar que es una perversión esta que me asalta año con año, en los días de las fiestas decembrinas. Invariablemente, desde hace ya varias décadas, me digo que aprovecharé ese lapso para ordenar mis libros y papeles. En cuanto a éstos, casi siempre consigo poner algo de orden, tirando toneladas de recortes, notas –que ya olvidé a qué se referían o para qué eran–, reclamos de pagos, recordatorios y similares.

En lo que respecta a los libros el cantar es otro. Nunca consigo ponerlos en orden, pues inicio la tarea y me topo con algún volumen que ya no recordaba haber leído, y al hojearlo encuentro subrayados o notas mías. Repaso sus páginas, las disfruto de nuevo o recuerdo sus ideas –con las que pude o no,  haber estado de acuerdo–, y se me va el tiempo. Al día siguiente ocurre algo similar, de ahí que termine el puente Guadalupe-Reyes sin que consiga cumplir con mis propósitos de fin de año.

En esta ocasión un reencuentro muy grato fue con el profesor: Enrique Anderson Imbert. Lo “conocí” a través de su Historia de la literatura hispanoamericana, tal vez la más célebre de sus obras y la que nos da una imagen equivocada de su persona. La idea que me quedó de Anderson Imbert durante muchos años fue la de un académico erudito, una eminencia en nuestras letras, en otras palabras, una especie de enciclopedia ambulante. Nunca se me ocurrió indagar si tenía otras obras. Años después, en la mesa de alguna librería de segunda, me topé con Los domingos del profesor. Ensayos, volumen que supuse continuaba el camino de la erudición académica. Me equivoqué.


Enrique Anderson Imbert

Tengo la mala costumbre de obviar prólogos y presentaciones y en aquella ocasión así lo hice, de ahí que al leer el primero de los textos, titulado ¿Quién es el padre del ensayo? me llevé una sorpresa muy grata y comenzó a cambiar de rumbo mi opinión sobre don Enrique. Incluso creo que todavía hoy son muchos los que consideran que Anderson Imbert es un académico muy serio pero carente de vena creativa. Tal idea se debe a que todos hemos visto, por ejemplo, además de su Historia... volúmenes como Teoría y técnica del cuento, La prosa, definiciones, usos y modalidades, La crítica literaria contemporánea, etcétera. Sin embargo, insisto, mi opinión comenzó a cambiar con la lectura de Los domingos..., que recoge algunos de los ensayos periodístico publicados tempranamente, con los asuntos más variados, que van desde el ya mencionado hasta Tríadas en una trama de Tirso, pasando por  El liberalismo de Victoria Ocampo, Amado Alonso y el Modernismo o La estética de Korn, hasta asuntos como Psicología del turista o Cursi.

Lo digno de celebrar en los ensayos de este autor es que son –él mismo lo decía– como una flecha en el aire, que pocas veces da en el blanco, confesaba; sin embargo, lo importante no era dar en el blanco, porque: “...lo que yo estimo de mí mismo son mis disparos imaginativos: La flecha en el aire, ardiente y efímera, no la posesión final de un blanco atravesado”. Porque para él la función del ensayo no es otra más que “poetizar en prosa el ejercicio pleno de la inteligencia y la fantasía del escritor”. Textos ensayísticos más centrados en la literatura son los de Crítica interna, libro que no obstante sigue teniendo muchas de las características de Los domingos...

De ahí que cuando cayó en mis manos El grimorio, colección de cuentos, mi sorpresa aumentara. Son relatos que datan de más o menos 1935 y el más reciente, entonces, era de 1960. Su capacidad para la ficción era indudable y muy singular, pues la tesitura iba de lo fantástico a lo maravilloso, y del relato breve a los de mayor aliento. Si su capacidad para la ficción era asombrosa; ¿por qué no había seguido esa línea de la escritura y había optado por la enseñanza en universidades estadunidenses. Esa fue la pregunta que me hice durante muchos años.

En esta ocasión (intento fallido de poner orden en mis libros) tuve el tino de leer el prólogo que escribió Alfredo a. Roggiano a Los domingos... y obtuve la respuesta: Enrique Anderson Imbert publicó en 1934 su novela Vigilia, y dos o tres años después La flecha en el aire, volumen de ensayos, y desde años antes había estado publicando cuentos en diarios y revistas. Todo apuntaba a que sería un autor de ficción; sin embargo:”Como en la Argentina no es posible vivir de la pluma y, además no hay un periodismo literario, tuve que cambiar de oficio y me hice profesor, con lo que inmediatamente mi esfuerzo intelectual cambió de dirección”, declaró en una  entrevista.