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La dimensión de Hugo Chávez
D

e tiempo en tiempo, la humanidad genera algunos hombres y mujeres destinados a pasar a la historia por su ejemplo y legado para la humanidad, logrados no sólo por sus virtudes y su visión personal, sino por la magnitud de los problemas y la complejidad de las situaciones a las que hubieron de hacer frente en la consecución de sus objetivos. En algunos casos, ello fue posible con sus esfuerzos y capacidades individuales, pero sólo de manera extraordinaria, mediante la claridad y firmeza de su convocatoria, la cual les llevó a mover la voluntad de miles y de millones de seres humanos para hacerla realidad. Este fue el caso de Hugo Chávez, querido y admirado por la inmensa mayoría de sus compatriotas, así como por los líderes y pueblos de muchas naciones latinoamericanas y de otras partes del mundo, y al mismo tiempo repudiado como pocos, por los representantes de los intereses más retrógradas del planeta, pero también por multitudes incapaces de entender la importancia de las luchas libertarias en el mundo.

Si bien Hugo Chávez es el gran reformador y revolucionario comprometido con la justicia y el bienestar de las mayorías de su país, Venezuela, la tierra misma que vio surgir al libertador Simón Bolívar, resultaría difícil explicar la gran transformación que ha vivido Sudamérica en la década reciente, con el surgimiento de los diferentes regímenes democráticos que hoy gobiernan Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia y Ecuador, ni tampoco las situaciones que han estado viviendo Chile y Perú, sin la presencia de Chávez, y ello no por el supuesto intervencionismo que sus opositores le han atribuido, sino por el ejemplo del gobierno de Chávez, y por el respaldo que el pueblo venezolano le dio para hacer las nacionalizaciones y transformaciones que han convertido a esa nación en un ejemplo a seguir para su emancipación y progreso, como tampoco podría explicarse el surgimiento mismo de Chávez sin pensar en el liderazgo ejemplar de Fidel Castro, de Ernesto Guevara y de la revolución cubana.

A partir de los comités de ciencia y tecnología que se formaron por iniciativa del gobierno español para festejar los 500 años del primer viaje de Colón, fui invitado a representar a México y posteriormente a dirigir los trabajos de un comité, relacionado con la tecnología educativa; ello me dio la oportunidad de viajar y conocer la mayor parte de los países de América del Sur a principios de la década de los 90 y de observar de cerca la existencia de los diferentes regímenes militares y civiles de la región, así como sus formas de gobernar en ellos. En esos años visité Venezuela en varias ocasiones, percatándome de la corrupción existente en los círculos gubernamentales y de los enormes privilegios de que disponían los miembros de una elite de burócratas y comerciantes que, haciendo gala de su capacidad para dilapidar los recursos del país, comentaban, por ejemplo, de la servidumbre doméstica que importaban de Italia, de Francia y de otros países europeos, en virtud de la ignorancia y desaseo típico de sus compatriotas con menores recursos, a quienes no era posible confiar el aseo de sus residencias y menos la administración de las mismas.

La arrogancia, superficialidad y estupidez de aquellos hombres y mujeres me hizo pensar en la necesidad del cambio evidente que esa nación requería y que, sin embargo, se veía muy remota, en virtud de la existencia de intereses estadunidenses en torno a la explotación de los gigantescos recursos petroleros de los que allí podían disponer. La existencia de enormes cantidades de petróleo en su subsuelo había caído como una maldición para el país, cuya dependencia del extranjero se hacía evidente hasta en los alimentos más básicos, importados todos ellos –con excepción del azúcar y el ron–, ante la actitud y miopía de los sucesivos gobiernos que se habían desentendido del desarrollo industrial y económico del país, ubicados ellos en su amplia zona de confort generada por la riqueza aparente del oro negro, mientras la inmensa mayoría de la población se sumía en la pobreza.

La vista del creciente cinturón de miseria, observable en todas las colinas y montes que rodean a la ciudad de Caracas e incluso en la carretera atestada de autos que subían a la ciudad, desde el aeropuerto ubicado en la costa, marcaban con claridad las dimensiones de la miseria de aquel país de abundancia. Fue un poco después de aquel tiempo, cuando nos enteramos por la prensa de un golpe militar realizado por un oficial para deponer a Carlos Andrés Pérez, presidente entonces de aquel país de contrastes –bueno, un golpe militar más como todos los que sucedían en aquellos años en Sudamérica–, aunque las declaraciones de aquel oficial, llamado Hugo Chávez, detenido luego del golpe, parecían ser de naturaleza diferente a las otras ocurridas en aquellos años y aquellas regiones.

Luego de algún tiempo, la prensa comenzó a hablar de nuevo de aquel hombre, al principio dándole poca importancia, la cual fue creciendo después, ante el entusiasmo que sus discursos comenzaban a tener entre la población venezolana, hasta que a finales de 1998, supimos de su triunfo electoral. Desde el inicio de su mandato, Chávez dio muestra de su voluntad transformadora, destruyendo privilegios y poniendo en marcha programas de asistencia social y de restauración de la capacidad industrial abandonada. El descontento de quienes vieron sus intereses afectados no se hizo esperar, especialmente de la poderosa elite de los dirigentes petroleros, cuyos privilegios se veían afectados, el país entero se fue sumiendo en una crisis que parecía insalvable, la cual culminó con otro golpe militar perpetrado por un grupo de oficiales al servicio de los intereses opositores. La respuesta de la población y la posición asumida por el ejército en su conjunto, lograron restituirle en el poder, con lo que su imagen pública internacional comenzó a llamar la atención en otros países.

A partir de ese momento y hasta el lamentable día de su muerte, su influencia transformadora movió profundamente la conciencia de otros países, en la medida que iba siendo claro que, con el apoyo de sus pueblos, los gobernantes podían restablecer las ideas de soberanía e independencia respecto de los poderes trasnacionales. La pequeñez, la falta de visión y de compromiso social de nuestros últimos gobernantes, nos ha llevado a nosotros por caminos diferentes. Esperemos que la muerte de este líder latino americano del siglo XXI llame a la reflexión a quienes hoy tienen los cargos de mayor responsabilidad para transformar nuestro país.