Opinión
Ver día anteriorJueves 28 de febrero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Debates fiscales
N

ormalmente hay una buena relación entre el mundo académico y quienes diseñan políticas económicas. La academia, alejada de las decisiones políticas, analiza hechos después de que han ocurrido, los explica y, cuando profundiza, puede llegar a plantear la manera en que es posible evitar que se repitan. Las crisis económicas y financieras son momentos claves para que teorías dominantes, sometidas al cuestionamiento de la caída de la producción, el comercio, las bolsas y, sobre todo, de la tasa de empleo, sean sustituidas por nuevos paradigmas teóricos.

Eso ocurrió inicialmente en esta crisis. La teoría económica dominante había establecido que la prevención de las depresiones había sido resuelta, de modo que estos fenómenos sólo mantenían un interés histórico. El estallido de agosto de 2007 les sorprendió. Consecuentemente, fueron incapaces de reaccionar con rapidez, permitiendo que otros enfoques teóricos recuperaran su lugar por su capacidad para explicar las crisis y, más importante aún, por disponer de herramientas probadas para enfrentarla. Políticas fiscales agresivas fueron instrumentadas en casi todo el mundo, junto con políticas monetarias llevadas a su límite.

No duró mucho esta situación. La teoría económica dominante se recuperó, explicando la crisis por factores relacionados con la existencia de información asimétrica, por comportamientos irracionales de los agentes financieros y por interferencias al funcionamiento de mercados financieros provocados por intervenciones estatales en la forma de prestamista de última instancia del banco central. Consecuentemente se detuvo la expansión fiscal, concentrando la atención en desequilibrios en las finanzas públicas y en el tamaño de la deuda pública. Esta revisión fue reforzada por el surgimiento de importantes sobretasas a las emisiones de deuda pública en países desarrollados europeos.

La teoría dominante advirtió que estas sobretasas eran la respuesta de los mercados al deterioro de los fundamentos económicos en esos países, como la deuda gubernamental, deuda externa, competitividad, finanzas públicas. La receta obvia fue obligar a que se corrigieran, a través de políticas de austeridad. Corrigiendo los fundamentos se resolvería la crisis. Incluso países sin esos problemas en sus fundamentos, como los del norte de la eurozona, se involucraron en agresivos programas de austeridad. Muchos meses después los resultados han estado muy lejos de las previsiones de quienes diseñaron estas políticas.

El FMI reconoció que había hecho una evaluación equivocada del impacto negativo de la austeridad sobre el desempeño económico. Esa declaración institucional le dio visibilidad a varias contribuciones de académicos que demostraban que la política diseñada por las autoridades europeas tenía consecuencias contrarias a las estimadas. La academia crítica, tomando distancia nuevamente de la ortodoxia dominante, cuestionó abiertamente la política y justificó la resistencia social.

El debate académico ha sido fomentado por diversos autores, destacadamente Krugman (con su libro ¡Detened la recesión ya!), Stiglitz (que ha abierto una veta de análisis central con el libro El precio de la desigualdad y con la sección abierta en The New York Times titulada The Great Divide), De Gauwe (con sus artículos Self-fulfilling crises in the Eurozone: an empirical test y Panic-driven austerity in the Eurozone and its implications [voxeu.org/article/panic-driven-austerity-eurozone-and-its-implications]), entre otros.

Olli Rehn, comisario europeo de Asuntos Económicos, en una carta a los ministros de Finanzas de la zona euro, escribió que el debate académico sobre las consecuencias de la política fiscal instrumentada por la Comisión Europea no sólo no ayudaba, sino que erosionaba la confianza que estaban construyendo. Su planteo es desestimar los aportes analíticos de la academia, proponiendo mantener la austeridad aunque los resultados sean absolutamente inadmisibles en términos económicos y, sobre todo, en sus consecuencias sociales.