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Aplican innovadora técnica para restaurar óleos de los siglos XV y XVI

Método con georradar ayuda a preservar el patrimonio cultural

Ahora es posible ubicar diminutos túneles que durante siglos han hecho pequeños devoradores de madera en los cuadros, explican

México es pionero en el uso de esa tecnología

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Restauradores junto al lienzo Santa Catalina y Santa MagdalenaFoto María Luisa Severiano
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El geólogo José Ortega con el carrito electrónico del Instituto Nacional de Antropología e Historia, donde se monta el georradar de alta densidad que mide velocidad y distancia para realizar sondeosFoto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Miércoles 27 de febrero de 2013, p. 3

A simple vista, el óleo de finales del siglo XV titulado Santa Catalina y Santa Magdalena luce en buenas condiciones. Sin embargo, por dentro está carcomido por insectos y en cualquier momento se puede romper.

Con ayuda de uno de los georradares del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), los restauradores pueden ahora determinar la ubicación exacta de los diminutos túneles que han hecho durante siglos pequeños devoradores de madera y así proponer una intervención más precisa para salvar el cuadro.

Se trata de una técnica innovadora que apenas se comienza a utilizar en el Centro Nacional de Conservación y Registro del Patrimonio Artístico Mueble (Cencropam) del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) para devolver su esplendor a diversas pinturas.

Trabajos en cuatro obras

Silvia Hernández y José Luis Ortiz Castro son los restauradores encargados de un par de obras del acervo del Museo Nacional de San Carlos y otras dos del Museo Nacional de Arte (Munal). Cuentan con la colaboración del doctor en geología José Ortega Ramírez, investigador responsable del laboratorio de geofísica del INAH.

La finalidad de ambas instituciones es una: aplicar los métodos científicos más modernos para salvar el patrimonio nacional. Si bien desde 2002 el laboratorio encargado de los georradares fue creado para dar apoyo a los trabajos arqueológicos, ahora comienza su participación en estudios que se antojan de filigrana.

Actualmente el laboratorio de geofísica del INAH cuenta con antenas de 100, 200, 300, 400, 900 y mil 500 Mhz, así como una de altísima definición que es una maravilla, quizá la Universidad Nacional Autónoma de México tenga una similar, pero probablemente sólo el INAH cuenta con ese aparato en todo el país, es lo más avanzado en tecnología electromagnética de alta frecuencia; incluso, para su operación en Estados Unidos, se requiere de un permiso especial porque son ondas que están en el rango de las frecuencias militares, explica Ortega en entrevista con La Jornada.

El investigador detalla que con toda esa variedad de instrumentos, el instituto puede hacer sondeos arqueológicos a diferente profundidad para localizar lo que los arqueólogos llaman subestructuras, necesitamos bajas frecuencias, con la antena de 100 Mhz podemos hacer sondeos, fácilmente, de unos 10 metros de profundidad, cubrimos un espectro bastante grande, pero para que podamos identificar objetos con bajas frecuencias éstos deben ser grandes, porque la amplitud de las ondas lo es.

El especialista aclara que el georradar no proporciona una imagen, como si se tratara de un ultrasonido o de rayos X, “se obtienen otro tipo de datos que se deben procesar, pero los resultados son muy buenos en cuanto a la detección de lo que llamamos anomalías; pueden ser muros, cavidades grandes, alineamientos de rocas, fracturas, etcétera.

Otra de las cosas innovadoras que hacemos en el INAH es que para estos estudios trabajamos con programas de computación especializados que generan imágenes en tercera dimensión.

Rápido y preciso

México es pionero en la aplicación del georradar para trabajos de restauración de pinturas sobre madera, con la ventaja de que se trata de un método no invasivo, continúa Ortega, lo único que cambia es la escala de la superficie que se va a analizar. El georradar es maravilloso, porque es rápido y preciso, pero sus deficiencias son que si en el subsuelo hay sales o humedad no hay penetración de las ondas, o es más lento el paso de éstas, aunque se pueden hacer trabajos con el georradar en ríos para determinar si hay objetos en el lecho, siempre y cuando el agua sea dulce, que no tenga sales, es decir, que no sea conductiva.

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Otro aspecto de la pintura Santa Catalina y Santa Magdalena Foto María Luisa Severiano

La relación entre el Cencropam y el laboratorio de geofísica del INAH se dio a raíz de una conferencia que Ortega Ramírez impartió en la Escuela Nacional de Conservación, Restauración y Museografía Manuel del Castillo Negrete del instituto.

Una de las alumnas, especialista en insectos xilófagos, preguntó si el método del georradar podría funcionar en madera, “al principio tuve mis dudas, pues era una aplicación nueva. Pero hace un año concretamos el proyecto de colaboración.

“Empezamos a trabajar con el cuadro Santa Catalina y Santa Magdalena, al cual ya lo habían analizado con rayos X. La madera tiene un espesor de 3.5 centímetros, carcomida por dos tipos de insectos, uno que come la madera blanda, el cual hace pequeños túneles, y otro que se come todo haciendo enormes galerías.

“Trabajamos con el georradar de alta densidad, es una antena muy pequeña que va montada en un carrito electrónico que mide velocidad y distancia, lo cual permite un sondeo más preciso.

“Como el georradar debe tener contacto con la superficie, aquí entra la parte bonita de la restauración, pues se debe cubrir la obra para que al pasar las ruedas del carrito no dañemos en ningún momento la pintura.

Con el mapa de distribución de las oquedades que obtenemos, los restauradores ya pueden ir directamente a las zonas más afectadas para reforzarlas, en vez de usar métodos invasivos o aplicar algunas sustancias en todo el cuadro. Con coordenadas muy precisas y finas les mostramos dónde está el daño que buscan.

Sigue la resonancia magnética

“Esta tecnología –prosigue José Ortega Ramírez– nos abre campos de aplicación inmensos, sobre todo para la preservación del patrimonio cultural, en este caso los retablos, pues en este momento ya puedo asegurar que sí podemos detectar las cavidades dentro de la madera, o para analizar el soporte de algunos murales, no en pintura de caballete, ahí se tendría que usar resonancia magnética, porque la capa pictórica es de micras de espesor y el georradar, aunque sea de alta frecuencia, no lo capta, y en ese caso lo que se busca es conocer si hay dos capas de pintura o si ésta tiene alteraciones por humedad. Esta tecnología aún no la tenemos en el INAH, sería el siguiente paso”, concluye.

Otros cuadros en los que actualmente se utiliza el georradar para ayudar en su restauración son San Simón, óleo de autor anónimo (realizado entre los siglos XV y XVI), del acervo del Museo Nacional de San Carlos; así como San Juan Bautista, atribuido a Baltasar de Echave Ori (1540-¿1620?), y El ángel de la guarda, de Luis Juárez (1635-1665, discípulo de Echave), los dos de la colección del Museo Nacional de Arte.