Opinión
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Consumo y cocina

E

s interesante dar seguimiento a la manera en que el consumo ha usado a la mujer como instrumento. Carmen Martín Gaite, en su libro Usos amorosos del siglo XVIII, muestra cómo hubo una intencionalidad al permitir que los hogares en España –antes espacios cerrados a lo público– se abrieran paulatinamente aun en las clases medias, para permitir un mayor consumo de diversos insumos: trajes, zapatos, alfombras, muebles, vajillas y juegos para tomar el chocolate, mantelería, cubiertos, cristalería, tuvieron mayor demanda y dieron mayor impulso a un tipo de sistema económico.

Eso apenas fue el principio. Los diarios mexicanos, sobre todo en las últimas décadas del siglo XIX, mostraban en sus anuncios y consejos que daban a las señoritas que tenían acceso a la lectura –que no eran muchas por cierto–, la gama de utensilios que se volvieron una tentación para aquellas jovencitas vestidas con muselinas o crepé de seda, cuya cintura breve se lograba gracias a estrechas fajas.

El Gran Almacén de Muebles Americanos, por ejemplo, ofrecía un buen catálogo de muebles hechos en serie; entre ellos había mesas de extensión, aparadores y cristaleros para colocar piezas de porcelana, plata y cristal; también refrigeradores. Estos aparatos permitían conservar siempre en buenas condiciones la cerveza, el vino, las legumbres, carnes, mantequillas, etcétera. El número 500 del catálogo contaba con dos entrepaños de lámina, depósitos para hielo y desagüe; sus paredes eran gruesas y estaban cubiertas de lámina para conservar mejor la temperatura deseada.

La Cristalería Moderna anunciaba vajillas de mesa en preciosas formas y decorados, juegos de cristal desde la clase ínfima hasta lo más lujoso, y cubiertos de varios estilos y marcas. En este tiempo se buscó sustituir la tradicional piedra para filtrar el agua, por modernos aparatos.

Pero el tiempo de mayor despegue del consumo en el hogar llegó con la electricidad. A partir de ese momento hicieron su agosto las empresas de Estados Unidos; el patrón francés fue desplazado poco a poco por el modelo que imponía el vecino país del norte, aunque aún había anuncios de Porcelaine de Haviland, cuyo catálogo enviaba desde París previa solicitud. Entonces aparecieron toda clase de utensilios para calentar y cocinar por medio de la corriente eléctrica y Mosler puso a la venta cafeteras, teteras, hornos, sartenes eléctricos –llamados cocinas al minuto– y baños maría propios para calentar el alimento de los niños. En el siglo siguiente las baterías de cocina hechas de peltre o aluminio sustituirían a las cazuelas y ollas de barro.