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Reforma migratoria: ¿participar o no?
E

l presidente Barack Oba­ma en su discurso presentado en sobre el estado de la Unión, el martes 12 de febrero, señaló enfáticamente que ahora sí está dispuesto a llevar a cabo la reforma migratoria y conminó a los miembros del Congreso a presentarle lo antes posible una propuesta. Por distintas razones, ahora hay muchas posibilidades para que esta reforma se haga realidad, entre otras cosas porque los republicanos tienen una posición menos virulenta contra los migrantes. Están convencidos de que el candidato Mitt Romney perdió la presidencia por su posición contra ellos. Todos recordamos su propuesta de hacerles la vida tan difícil que llegaran a autodeportarse. Caro le costaron al candidato semejantes declaraciones. Y ahora están sumamente preocupados por lo que les pueda pasar en las elecciones intermedias de 2014, pues si no suavizan el discurso podría ser devastador para ellos. Esto parece haberlo entendido el senador Marc Rubio, conocido por sus posiciones antinmigrantes, pero en el discurso en el que respondió al presidente Barack Obama, el día 12 de febrero, tomó una postura totalmente distinta, muy bien calculada, pues pretende ser candidato a la presidencia por su partido, el Republicano.

Sin embargo, esto no quiere decir que sea fácil el camino para que esta reforma llegue a tener las bases necesarias para que los indocumentados puedan transitar del limbo jurídico en el que se encuentran hacia condiciones que les permitan vivir y trabajar como cualquier otro ciudadano. Justamente ahí está una de las grandes polémicas que enfrenta la reforma migratoria. Los republicanos, sobre todo los de extrema derecha, no quieren que los indocumentados tengan ese derecho, a diferencia de los demócratas que plantean esa condición para que la reforma sea real.

Por otro lado, los republicanos también insisten en que primero el presidente tiene que certificar la seguridad fronteriza para discutir la reforma migratoria. Exigencia que no queda clara en qué pueda consistir, pues Obama ha reforzado la frontera invirtiendo más dinero y personal que otras administraciones, y el muro de la ignominia ahí sigue. Por otro lado, es el presidente que más deportaciones ha concretado en el periodo de su administración, sin importarle las condiciones de devastación en las que se quedan las familias. Por ejemplo, en el año fiscal de 2012 fueron deportados 410 mil migrantes.

Sin duda, un sustrato de conveniencia electoral está marcando esta historia, pero no puede olvidarse que Estados Unidos tiene problemas estructurales de difícil solución a corto plazo, tanto demográficos como educativos. Bajas tasas de natalidad que afectan la reproducción de la población económicamente activa, y las mujeres migrantes permiten, en alguna medida, revertir esa tendencia. En cuanto a la educación, Barack Obama fue muy claro en su discurso, planteando las dificultades que enfrenta el país: universidades muy caras, baja eficiencia terminal, mucho rezago a nivel de materias como matemáticas, ingeniería, ciencias, informática y tecnología, que les impide ser competitivos, asignaturas necesarias para que Estados Unidos recupere el liderazgo en la economía del conocimiento. En este marco, encontramos a los hijos de los migrantes indocumentados, los llamados dreamers, estudiantes talentosos que requiere la economía del conocimiento y a los que, sin embargo, los republicanos les regatean el apoyo para que puedan alcanzar las visas para ser residentes permanentes aun cuando los necesite el país.

Sin duda hay un momento histórico propicio que pasa tanto por lo electoral como por el hecho de que, lo reconozcan o no, se trata de un conjunto laboral necesario para el país. Esto me recuerda lo sucedido en 2001, cuando el presidente George W. Bush estaba presentando su propuesta de reforma migratoria y su portavoz explicaba en qué consistía esa reforma ante un público ciertamente conservador. Al terminar se le preguntó por qué en lugar de una reforma el gobierno no deportaba a los migrantes indocumentados. La respuesta de la portavoz fue contundente: porque el país se paralizaría, por eso.

El año 2001 fue también un momento crucial que estuvo muy cerca de lograr una reforma migratoria, suspendida por los acontecimientos del 11 de septiembre. Pero si estuvo tan cerca fue también por el papel que jugó México con la presentación de propuestas en relación con lo que debía ser una reforma migratoria que, si bien beneficiara a Estados Unidos, también a los migrantes. Y el ex canciller Jorge Castañeda fue central en esa discusión; sostenía que no sólo podía hablarse de un programa de trabajadores temporales, sino que se debía incluir lo que coloquialmente fue llamada la enchilada completa, es decir, la regularización de los migrantes indocumentados. Se habló mucho de la migratización de la relación México-Estados Unidos, palabra por demás extraña que fue utilizada en forma crítica. No entiendo tampoco la posición del muy respetado embajador Montaño, quien señala que no debe mexicanizarse la situación actual.

No estoy de acuerdo con estos puntos de vista, pues si los migrantes están en Estados Unidos es porque México no les ha ofrecido las condiciones para vivir y trabajar en forma decente, y el país tiene una deuda con ellos. Lo menos que debe hacer es contactar con los sectores más retrógrados para convencer de la importancia de estos trabajadores y alcanzar una reforma migratoria que en alguna medida salde esa deuda y se alcancen las mejores condiciones para los migrantes indocumentados.

México tiene una enorme responsabilidad. Sin embargo, es muy preocupante que el gobierno actual, en palabras de Peña Nieto, se hace a un lado, como si fueran extraterrestres los que se están jugando el futuro.