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Ver día anteriorJueves 10 de enero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Calidad con malas calificaciones
C

alidad es una palabra ajena al vocabulario pedagógico, no porque la pedagogía no se ocupe de las cualidades de la educación sino precisamente porque esa es su esencia, es de lo que se ocupa y la palabra calidad, insustancial, vacua, de nada le sirve. Todo el debate pedagógico en Occidente, desde hace más de dos milenios, es acerca de las cualidades que debe tener la educación y cómo desarrollarlas; incluso lo mismo puede decirse de todo debate filosófico pues, como es sabido, en toda filosofía hay una filosofía del hombre y de la educación. Pero, igual que para la pedagogía, a la filosofía la palabra calidad le ha sido innecesaria para dar sustento y orientar a la educación.

No obstante, en los debates sobre las recientes reformas legales en materia educativa la palabra calidad ocupó el lugar dominante; la exigencia primordial de algunos de los más enjundiosos promotores de estas reformas fue que en las nuevas disposiciones legales se incluyera la obligación de que la educación que imparta el Estado sea de calidad. En general, estos promotores de la reforma han sido ajenos a la educación y sus problemas, su preocupación por el tema es reciente y están muy lejos de ser conocedores de la milenaria producción de pensamiento pedagógico. No es exagerado calificarlos de advenedizos, sólo de unos meses acá se han interesado en la educación y este interés está motivado por un diagnóstico falso e ideológico de la crisis que vive el país, diagnóstico construido con nociones elementales puestas en circulación desde el mundo de los negocios: cantidad y calidad. Para ellos, la causa de esta crisis está en las deficiencias de la educación pero, como a su parecer la cantidad de la educación ha dejado de ser un problema, porque los servicios educativos se han expandido (y para algunos de ellos se han expandido demasiado, con deterioro de la calidad), su dictamen es que la falta de calidad de la educación es la causa de la crisis de nuestro país.

En el campo educativo las buenas cualidades son la esencia misma de los retos y tareas de estudiantes, educadores, maestros y directivos. A lo largo de milenios, en la pedagogía no se ha usado la palabra calidad porque quien tiene una visión informada del mundo de la educación sabe que todo reto educativo es, antes que nada, cualitativo. La palabra calidad carece de significado propio, solamente insinúa, sugiere, y se puede usar para todo; por eso es muy útil para la mercadotecnia, pero es inútil para la educación, pues la definición de una educación de buena calidad empieza con la especificación de los objetivos, métodos, valores, conocimientos, actitudes y habilidades que orientan y constituyen a cada sistema o programa educativo. Estas cuestiones deberían ser la materia de las discusiones sobre la educación, pero han sido totalmente ignoradas en el debate suscitado por las reformas legales recientes, apelando a un falso consenso en torno de la palabra calidad.

Las cualidades esenciales de la educación que imparta el Estado han estado definidas en el artículo tercero de la Constitución. Podrá estarse o no de acuerdo con este texto y sin duda le vendría bien una actualización; discutirlo sería un aporte no solamente para el proyecto educativo sino para el proyecto de país, pero evidentemente lo que ha hecho la reforma es una tontería. Dicha educación tiene ahora una nueva cualidad: ¡deberá ser de calidad!

Lo mínimo que deberían exigirse a sí mismos los promotores de las reformas que persiguen la calidad de la educación es que sus propuestas tengan un mínimo de calidad. Pero véase el siguiente galimatías prácticamente incorporado ya a la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos: “(la educación que imparta el Estado)… d) Será de calidad, con base en el mejoramiento constante y el máximo logro académico de los educandos”. Mejoramiento constante ¿de qué? Este mejoramiento sin objeto ¿es la base de la calidad o, más bien, resultado de la calidad? ¿O es la calidad misma? El máximo logro académico de los educandos ¿es otra base de la calidad? ¿O es resultado de la calidad? ¿O es esta la esencia de la calidad? Esta definición de la educación ¿servirá para orientar los esfuerzos de educandos y maestros? ¿Es un criterio claro y práctico para que el nuevo Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación realice sus evaluaciones?

La reforma en marcha carece de una cualidad esencial: claridad conceptual. También carece de consistencia, véase esta contradicción: el nuevo instituto tiene la responsabilidad no solamente de hacer evaluaciones, sino que debe garantizar la prestación de servicios educativos de calidad a pesar de que no tiene facultades legales para prestar los tales servicios ni para exigir la ejecución de algo a quien los prestará; sus facultades son hacer mediciones, difundir información y emitir directrices.

El falso consenso en torno de la calidad no puede usarse para eludir los debates urgentes acerca de la educación. Sin pausa, pero sin los apremios que dictan los intereses políticos del régimen, debe organizarse un debate nacional sobre los fines, medios y métodos de la educación en México. Pero esta debe ser una discusión que revise la historia del sistema educativo mexicano, que se alimente de las riquísimas experiencias pedagógicas que ha tenido en los 150 años más recientes, que aproveche las experiencias de otros muchos países (no de las reformas de la educación estadunidense, que la han llevado a un grave deterioro), que contemple no solamente a la escuela, sino a la educación en su conjunto, particularmente la que proviene de la radio, la televisión y otros medios, y ante todo que, entendiendo a la educación como desarrollo cultural, contribuya a superar la visión economicista que predomina en las políticas gubernamentales.