Opinión
Ver día anteriorDomingo 6 de enero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nuevos, viejos y necios dilemas
C

on la reaparición del EZLN, ahora de modo pacífico, pero no menos contundente en sus silencios, los dilemas sobre la guerra y la paz internas adquieren particular agudeza, sin que los que emergieran de la estrategia antidrogas del gobierno anterior hayan quedado superados. En el fondo, el de los indios de México es, sobre todo, un reto mayor a nuestras categorías y convicciones sobre el desarrollo y sus significados históricos y sociales.

Igual que la violencia criminal que asuela buena parte del territorio físico del país y a prácticamente todo su espacio mental y moral, la irrupción zapatista es un recordatorio de que nuestras lacras ancestrales, resumidas en la desigualdad profunda de la sociedad, siguen con nosotros. Aún más: que, como lo podemos constatar un año tras otro cuando el Congreso discute y aprueba los impuestos y los gastos del Estado, la democracia mexicana reporta un alto grado de inelasticidad, de insensibilidad sería mejor decir, ante la injusticia social y la pobreza de sus masas.

No está de más plantearse así estas cuestiones, cuando la crisis global se despliega y reproduce en nuevos y antiguos desafíos para la estabilidad y la capacidad de renovación del capitalismo. A lo largo de poco más de dos siglos este sistema y su dinámica se han encargado de imponerse a las visiones y las ilusiones que pronostican su inminente fin, convenciendo a no pocos de que su historia es única y no admite alternativas.

Sabemos que este orden económico es poseedor de una fuerza renovadora endemoniada, sin cuya concreción en crecimiento y cambios estructurales no puede sobrevivir por mucho tiempo. Una y otra vez, en medio y al final de sus crisis, los ideólogos y los gobernantes han imaginado alcanzar las condiciones de un desarrollo sostenido, tan sólido que la mera idea de oscilaciones o recesiones menores es desechada como impertinente.

Pero una y otra vez, son los propios mecanismos del sistema, los molinos satánicos como los llamara Polanyi, los que se encargan de mostrar crudamente y sin clemencia, cómo son esas caídas y convulsiones las que lo llevan a renovar dicha dinámica a costa de enormes cuotas de destrucción física y humana, como si la creación de nuevas formas de vida y producción material no pudiera darse sino a través de la demolición de lo existente.

Hoy, es probable que asistamos a un episodios histórico de tal naturaleza, a un época cuyos cambios y contradicciones nos anuncian más bien la cercanía de un momento límite, de un cambio de época como ha gustado imaginarlo la secretaría ejecutiva de la Cepal, Alicia Bárcena. Junto con las figuras del desarrollo combinado, que le añaden más de un pie de página al globalismo eufórico de antes, encarnadas por la migración masiva así como por los fundamentalismos y, desde luego, por los reclamos profundos de que otro mundo es posible, las señales ominosas del cambio climático serían los argumentos prima facie de una postura radical en torno a la necesidad de mudanzas profundas de este régimen.

Ahora, podríamos agregar, esos deslizamientos históricos tendrán que acometerse por las sociedades organizadas, sin tener que esperar a que otra guerra mundial les prepare el escenario y les dé la justificación histórica necesaria para emprenderlos. De aquí la importancia adquirida de nuevo por el Estado, su composición y calidad, sin que, por otro lado, se haya llegado e a una solución positiva y de largo plazo en el tema.

La Europa periférica devastada y el irracional legado de fanatismo fiscal y clasista en Estados Unidos nos hablan con elocuencia de esta corrosiva incapacidad de las sociedades y sus Estados para reconocer la realidad y actuar en consecuencia con sus intereses fundamentales de supervivencia y bienestar. Por eso, entre otras razones, la necesidad de construir miradas largas, para ver a través de la bruma.

Tal es, hasta hoy, la ironía de esta historia: sin guerra a la vista, la dinámica del sistema no se recupera pronto y más bien se despliega perezosamente en recuperaciones efímeras, sin que el desempleo masivo encuentre un punto de inflexión consistente.

Las políticas de la reacción, disfrazadas de mantras y jaculatorias por una austeridad autodestructiva, no han hecho sino profundizar estas tendencias al estancamiento, portadoras impasibles de un desgaste mayor de los tejidos y resortes conocidos para dejar atrás la crisis. De aquí la legitimidad de las convocatorias alternativas y del reformismo profundo, independientemente de que cuenten con la agencia adecuada para ponerse en acto.

Ojalá que la nueva puesta en escena del zapatismo llevara nuestra entrampada discusión sobre la democracia y el desarrollo a nuevos y más prometedores territorios intelectuales y políticos. Lo hará, tal vez, si sus dirigentes y militantes, junto con sus múltiples exegetas, intérpretes y voceros, hacen un esfuerzo por inscribirse en la perspectiva más amplia y compleja de un Estado nacional que no ha podido superar sus dramáticas heterogeneidades ni dejar atrás sus expresiones retardatarias, hoy coaguladas por un régimen incapaz de incluir a los viejos y los nuevos contingentes sociales que condensan esa heterogeneidad y sufren la desigualdad y la pobreza que la resume. Como antes ocurriera, será el compromiso con el factor humano, con su protección y ocupación digna, lo que defina la salida de la crisis y sus perspectivas de arribar a un mejor modo de vida.