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Maravillas que son, sombras que fueron reúne textos del ensayista e imágenes históricas

Compilan la visión de Monsiváis sobre la fotografía en México

A iniciativa de Vicente Rojo, la editorial Era recabó apuntes del autor en libros, diarios y revistas

La mitad de las reproducciones incluídas pertenecen a la colección del Museo del Estanquillo

 
Periódico La Jornada
Viernes 4 de enero de 2013, p. 2

A la fotografía se le encomienda el descubrimiento y la fijación de las facciones nacionales y las facciones individuales, el retrato del pueblo y los retratos específicos de las clases dominantes y, por lo mismo, no se le exigen hazañas estéticas, sino la mayor y más incontrovertible fidelidad reproductiva y/o simbólica. Así describió Carlos Monsiváis la fotografía, que captura un instante en nuestra historia, el cual se vuelve eterno mientras unos ojos miren y recuerden, incluso aquello que pasó antes de nuestro nacimiento.

Por iniciativa del artista Vicente Rojo, Ediciones Era realizó una búsqueda bibliográfica para compilar los textos de Carlos Monsiváis sobre fotografía; así surgió el volumen Maravillas que son, sombras que fueron. Fotografía en México. Se trata de una serie de apuntes extraídos de diversos libros, así como periódicos y revistas, en letra de uno de los cronistas más grandes y apasionados por las artes y por México.

El volumen incluye fotografías, la mitad pertenecientes a la colección del Museo del Estanquillo; la otra fue propuesta por los fotógrafos que son, a la vez, los personajes principales de este libro, como Rogelio Cuéllar, quien aportó la imagen que ilustra la portada.

El compendio incluye imágenes de la bellé époque, con los fascinantes y cautivadores desnudos de la lente de Ava Vargas; los inicios del fotoperiodismo en México, con lo que hoy es el Archivo Casasola, bajo la premisa hay que imitar la naturaleza, no corregirla, fotografías fieles que aún se conservan como patrimonio histórico de la nación. El México revolucionario, la vida de los alzados en la bola y los rostros que después hicieron historia y ahora estampan monografías y libros de texto.

Las décadas de los 20 y 30 del siglo pasado traen consigo notables avances, no sólo en el ámbito tecnológico, sino también en lo estético y lo retratable. Manuel Álvarez Bravo, Lola Álvarez Bravo, aunados a la llegada de extranjeros como Sergei Eisenstein, quien si bien no marcó, sí definió los parámetros de lo que después sería la fotografía nacional, lo que se constata en la cinta ¡Qué viva México! (1930-1932), donde el paisaje rural, sacado del más perturbador cuento de realismo mágico, cobra un sentido simbólico que definiría el mexicanismo ante el resto del mundo.

Gabriel Figueroa, el fotógrafo del cine mexicano, retomó la visión de Eisenstein y la avivó con armonía, inteligencia y disciplina profesional. El libro incluye un extracto del discurso que el autor leyó en abril de 1997 y que La Jornada publicó (29/4/97).

El estadunidense Edward Weston fue otro de los pilares de la fotografía rural y al lado de Tina Modotti dio testimonio de su andar y amor por México. Modotti, por su parte, también recuperó muchos de sus recursos; realizó retrato y una magnífica serie de desnudos basados en la obra del pintor francés Henri Matisse.

Las estrellas del cine mexicano se volvieron iconos de la sensualidad y el glamur en los años 40. Una década más tarde, los hermanos Mayo, exiliados de España y aún con espíritu de la lucha, dejaron constancia del México de movimientos y rebeliones sociales, la muerte de militantes de los grupos comunistas, aunque también documentaron deportes, espectáculos y la vida nocturna del país.

Hay nombres que aún resuenan por su ausencia cercana, como Héctor García, quien en tres ocasiones mereció el Premio Nacional de Periodismo. García dejó imágenes inolvidables ,como el Niño en el vientre de concreto y su reportaje del movimiento del 68.

Lo ajeno y lo extraño no son nunca atributos del tema o del sujeto en las fotos. De esta manera Monsiváis abre el capítulo dedicado a Mariana Yampolsky, quien sin perder el encanto y gusto por el paisaje rural sabe encontrar un estilo y características propias.

Foto
Rafael Doniz, Juchitán, fotografía tomada del libro Maravillas que son, sombras que fueron, de Ediciones Era
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Héctor García, sin título
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Nacho López, de la serie Constructores de ataúdes, 1955

Es quizá esto y su siempre manifiesto amor por México lo que hace de su trabajo una verdadera obra de arte y un deleite para los ojos que admiran.

La foto-poesía que Diego Rivera y Xavier Villaurrutia le adjudicaron al trabajo de Manuel Álvarez Bravo posee una tendencia lírica que hace de la fotografía una condición artística, mezcla de lo ancestral y lo moderno. Condición a la que Graciela Iturbide, ganadora del Premio Hasselblad de Fotografía 2008, supo adaptarse y dignificar, prueba de ello es la por demás emblemática imagen de La señora de las iguanas, tomada en Juchitán, Oaxaca, que muestra el torso de una mujer laureada con una corona de iguanas; heroica, Monsiváis la define como la alegoría antialegórica. Medusa mexicana, juchiteca y majestuosa.

Pero no sólo el campo mexicano fue deleite de los fotógrafos; también la ciudad, que resonaba al ritmo de Sábado Distrito Federal, de Chava Flores, se enmarcaba y mostraba la gloria de sus edificios, la creciente y desmedida población, y los inicios del caos reinante en las grandes urbes.

A estas motivaciones sucumbieron Nacho López y Marco Antonio Cruz. López con series como Constructores de ataúdes (1955) y La venus se fue de juerga (1953).

Al continuar con las vicisitudes de la ciudad y su folclor característico, la lucha libre no podía faltar en esta colección y las fotos de Lourdes Grobet rememoran una época de héroes mexicanos, mexicanísimos, de los buenos y los malos, los rudos y los técnicos, las películas que hicieron época y que aún habitan en el imaginario colectivo de todos los mexicanos que, aficionados o no, igual conocen del tema; es cuestión casi genética.

El Metro es uno de los transportes más funcionales. Habitan sólo las grandes ciudades, como enormes gusanos eléctricos que, subterráneos o al aire libre, muestran su vaivén diario. Esto sirvió de inspiración para Carlos Monsiváis y otros cronistas, pero también para fotógrafos como Francisco Mata Rosas, apocalíptico y realista, quien nos regala imágenes que vemos a diario en el Metro de la ciudad de México.

Las décadas de los 80 y 90 estuvieron repletas de crisis y corrupción, no muy diferentes a nuestros días; los movimientos sociales despertaban de los lugares más recónditos (como Chiapas) y personajes como Pedro Valtierra, Elsa Medina, Frida Hartz, Raúl Ortega y Eniac Martínez –algunos colaboradores de La Jornada en sus inicios– comenzaban a figurar como una nueva generación de fotógrafos al servicio del periodismo gráfico.

Al respecto, Monsiváis dedica el último capítulo titulado El fotoperiodismo. La historia se hace a cualquier hora. En él no sólo figuran estos grandes nombre, sino también resumen en breves páginas el periodismo gráfico en México, desde sus inicios con la Revolución Mexicana hasta la actualidad.

Finalmente, y aunque no es mexicano, Spencer Tunick se gana un capítulo en esta historia con sus desnudos en el Zócalo capitalino, que en su momento y quizás aún sacudieron la moral de millones de mexicanos que, ante la expectación de los cuerpos desnudos, miraban víctimas del voyerismo y la incitación.

El texto se presentó, de manera no oficial, en la pasada edición de la Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, Jalisco, por lo que la editorial aún se encuentra en trámites para la presentación oficial, considerada para los primeros meses de este año en el Museo del Estanquillo.

Maravillas que son, sombras que fueron. Fotografía en México (Ediciones Era/CNCA) ya está a la venta en librerías con precio de lista de 239 pesos; también se puede conseguir la edición electrónica mediante el sitio web www.edicionesera.com.mx.