Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 30 de diciembre de 2012 Num: 930

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Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Poetas de los cincuenta
en Guanajuato:
la generación vigente

Ricardo Yáñez entrevista con Benjamín Valdivia

El México de
Iván Oropeza

Ana Paula Pintado

Diez cuentwitters
Enrique Héctor González

Strindberg,
psique y pasión

Miguel Ángel Quemain

El infierno según Strindberg
Omar Alain Rodrigo

Insurgentes: cine y
política en Bolivia

Hugo José Suárez

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Columnas:
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De la locura como poesía mansa y sublime

Ricardo Yáñez


Juan de Alba. Un poeta del siglo XX,
Françoise Castaigne (selección y notas),
Conaculta,
México, 2012.

En un primer intento de reseñar este libro me perdí (o sentí extraviarme, más que perderme) en divagaciones de curioso, que no estudioso, de las situaciones extremas y su relación con la poesía (con y sin palabras). Concluía allí, verdad de Perogrullo, que no es imposible que la poesía, en el sentido nombrado, lleve a situaciones extremas, pero que no es lo más probable que de situaciones extremas derive la poesía (o sí, con esta salvedad: no en todo individuo sujeto a situaciones extremas surge o habita un poeta). La relación locura (o menos fuertemente, neurosis) y genialidad ha sido ampliamente estudiada, y hasta donde yo he podido enterarme, los estudiosos no ponen tanto al arte del lado de la locura como del lado de la curación. Es la curación lo que busca el individuo de una manera u otra enajenado cuando al arte se aboca. Omito, quizá descortésmente el nombre de dos profesionales de la psiquiatría, uno de los cuales me dijo que “el arte es una especie de locura que no es locura”, mientras el segundo me indicó, me hizo ver, que la informalidad que popularmente se cree observar en los auténticos artistas no es sino un mito: puesto que los artistas se dedican a la forma, trabajan formalmente, lo que equivale a decir que por más que los impulsos originales puedan quedar oscurecidos u opacados al propio creador, su relación con la forma lo obliga a estar en relación con la razón; repito: con la formalidad. Esa relación, según André Mourais, sería salvadora, sanadora. En el mundo de la ficción y en el mundo real uno encuentra ya personajes (Susana San Juan, Blanche Dubois), ya personas (Martín Ramírez, Antonin Artaud, Alfonso Cortés, Hokusai, cuántos otros) que ya bordean la/ o ya desbordan/ poesía en apariencia gracias a la situación extrema en que decidieron vivir o viven; mas nada garantiza, mejor dicho, es entre mentiroso y equívoco, que de esa situación extrema provenga la realidad o la capacidad –acaso sí la necesidad– poética (otra vez escribimos “poética” en sentido general, por “artística” o “estética”).

Veo que involuntariamente reincido. Me extendí en una consideración que al principio creí no tan pertinente y ahora encuentro fundamental. Juan de Alba, de excelente y sencillo nombre, ese “poeta del siglo XX” nacido en San Luis Potosí en 1910 y muerto en Cholula en 1973, es, aparte de poeta, un caso psicológico, y cabría estudiarlo también desde esa perspectiva. Naturalmente no es éste el espacio, ni quien escribe estas líneas, los indicados para ello. Lo apunto nada más, a la espera de que alguien especializado tome la estafeta, si es que no más de alguno la ha tomado ya, y consiga enriquecer el mundo de personalidades líricas mexicanas con un trabajo sobre De Alba, “un poeta que ha sido casi completamente ignorado hasta el día de hoy”, creador de “una obra de búsqueda interior; una poesía de la existencia, del asombro ante los descubrimientos propios” y, palabras del prologuista, Ignacio Betancourt, “de una extraordinaria vitalidad… y un afortunadísimo tono de racionalidad y pasión” imaginativamente armonizadas.

“La locura me cultiva/ las regiones del cerebro,/ y con mal humo me enhebro/ mi absurda leyenda viva…”, declara el poeta en “Plan de nueva vida”, donde en prosa expone su propósito de alejarse de la mariguana. Con una extraña mezcla de humildad y fatuidad, vocablo suyo, más adelante (mismo texto) se pregunta: “¿Por qué escribo con tanto afán terrible?” Y contesta” “Porque quiero ser célebre en el mundo…/ que me aclamen autor imperfectible/ más profundo que el hombre más profundo.” Y continúa reconociendo: de ahí que su yo vaya a la locura irremisiblemente, en una involución, que partiendo de sí mismo lo arrastra “hacia la bestia al fondo del abismo”. Orgulloso, aun cuando, como ya se vio, dolido, declara: “He de sentir a Dios, pese a la ciencia/ pesada, miope y mecanizadora” (en algún otro momento se cuestiona el tener tantos amigos ateos, entre ellos marxistas); sigue: “he de sentir su vida redentora/ desde el fondo más negro de mi esencia”. Y asombrosamente formula su confianza de que su existencia “a buen amor despertará en la aurora,/ cuando me llegue a la divina hora [pudiera ser que  esa segunda a sobre]/ de hacer trono de Dios a mi conciencia.”

El libro preparado por Françoise Castaigne incluye también varios fragmentos (lo mismo, verso y prosa) de un “Autorretrato” en el que confiesa “la trágica negrura del no ser en la vida sino sombras y en la nada estoy y antes de la nada es y desde Dios que es Verbo… Poesía me apacigua el ser y es existir y amar… la redentora Poesía”, o, ya en palabras medidas, “el mando/ que dirige mi vida en el poema, [donde] estoy ardiendo y no me estoy quemando”.

Reproduzcamos ahora un soneto sin título que de otro modo describe lo mismo: “Al poema le doy toda mi vida:/ el rumbo de mis sueños infinito,/ mi alta salud, y el peligroso rito/ del humo extraño en la razón pulida.// Será el verso la cántara elegida/ que ha de verte [seguramente se trata de una errata, por verter] mi corazón bendito,/ con el fin de luchar porque el granito/ cuaja la flor en que la luz anida.// En toda mi cordial efervescencia/ palpita la sonora refulgencia/ que ha de tener el ritmo de mis cantos,// y con sus caracteres anhelantes/ de cósmicos fulgores crepitantes,/ va exponiendo la ‘Fuente de los Santos’.”

Volvamos al “Autorretrato”, para tener cierta noción de lo que es su verso libre (no se trata de un poema, sino de un fragmento): “Todo negro negro negro… falsa la luz… falsa la vida… no existe Dios./ ¿Y la historia y el género y la conciencia pensando la eternidad… la infinitud?/ Estoy revolviéndome en la cama y asfixiándome desconocida angustia del polvo porque estoy desorbitándome en el alba abismal del espanto del espíritu…/ Es el espanto-raíz de la conciencia ante el inexistir del amor en la muerte…/ Me corre el sudor frío… Está helándoseme el sudor y sólo será la nada… inexistir…”

Cerremos estos comentarios con la voz de Elías Nandino: “Era [De Alba] un loco manso, pero sublime… Tenía, muchas veces, una humildad asomada al semblante, como de niño de primera comunión arrepentido de muchos pecados que no había cometido.”


Entre el centralismo y el localismo global

Ricardo Venegas


Derechos humanos y justicia en clave constitucional,
Arístides Obando Cabezas (compilador),
Universidad Autónoma del Estado de Morelos,
México, 2012.

Como bien lo rememora Ricardo Tapia en su ensayo “Constitución y tratados internacionales, imbricaciones entre localismo y globalización”, incluido en este volumen, el centralismo en México es una heredad añeja que bien puede remontarse a  la Mesoamérica prehispánica, región que se distinguió por el modelo centralista de su gobierno, entre muchos otros rasgos que caracterizaron a esta enorme comunidad. Y haciendo otra mención breve (y ejemplar), se podría aludir a la etapa colonial, en la cual los virreyes estaban subordinados a las órdenes fulminantes del Viejo Mundo.

La bipolaridad de nuestro sistema jurídico-político se manifiesta desde su origen. La primera Constitución de México (1824) proclamaba una “república representativa popular federal”, pero en 1835 y “después de algunas revueltas intestinas […] se promulgaron las siete leyes que cesaron el régimen federal para implantar una primera república centralista, lo cual originó otras tantas luchas internas, y en 1843 se proclamaría una segunda república centralista que duraría hasta 1846, año en que se rehabilitaría la constitución federal de 1824”, abunda Tapia en el texto. Luego de la guerra con Estados Unidos (1846-1848), el país soportaría, durante tres años, una dictadura (1853-1856), y luego de una explosión social, en 1857, emergería la segunda constitución “y el país se establecería como una `república representativa, democrática, federal, compuesta de estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior, pero unidos en una federación´”. Con este breviario histórico basta para observar los zig-zags que nuestras leyes han dado en pro de consolidar la nación que actualmente somos, del federalismo al centralismo, los creadores de estas normas parecen trazarlas al capricho de su estado de ánimo; no se observa una definición, una línea de pensamiento continuo que por lo menos sugiera la claridad de un objetivo común. Es entendible por ello que el poder es envolvente y, como las ambiciones, obnubila los sentidos. Las pugnas entre bandos contrarios también explican buena parte de este proceso. Luego de la invasión francesa, que instauró en México (“en el ombligo de la luna”, a propósito de cambios de nombre) un imperio de cuatro años (1863-1867), sobrevino la presidencia de Porfirio Díaz. Quien fuera un indígena silvestre reeducado y refinado por su propia esposa, elevó el crecimiento económico del país, privilegió a pequeños grupos, incrementó las desigualdades y escondió a los indigentes de las calles cuando había visitas de extranjeros en el país, grosso modo, Díaz fue un renegado de su propio origen, un hombre que también de facto centralizó el poder bajo una apariencia de prosperidad y bonanza, a pesar de encontrarse en un sistema constitucional federalista, bajo los cimientos tambaleantes del perfume y la elegancia. En 1910, como bien refiere Tapia, surgiría el movimiento revolucionario que, bajo el lema de “Sufragio efectivo no reelección”, derrocaría la dictadura de un hombre ya devastado por los años. En 1917, y producto de la Revolución, surgiría la tercera constitución (que a la par de aquélla de 1857, ratificaría el modelo político estructural de “República representativa, democrática, federal, compuesta de Estados libres y soberanos en todo lo concerniente a su régimen interior; pero unidos en una federación”). En este renglón es donde Ricardo Tapia, como analista del Derecho, cuestiona: ¿hasta qué punto los estados realmente son soberanos y no sufren las imposiciones del centro? El ensayista da en el blanco cuando cita las palabras de Venustiano Carranza en la sesión inaugural del Congreso Constituyente (1 de diciembre de 1916), en su calidad de Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, cuando afirma: “La historia del país demuestra que por regla general y salvo raras ocasiones, esa soberanía no ha sido más que nominal.” No es extraño entonces que en México la Suprema Corte de Justicia de la Nación haya interpretado, hasta ahora, soslayando la soberanía del régimen interior de los estados y las materias de competencia reservadas constitucionalmente a éstos, y que “los tratados internacionales se deben ubicar jerárquicamente por encima de las leyes generales, de las federales y de las locales, y por debajo de la constitución, lo cual es una reminiscencia de la cultura fáctica del centralismo”.

Entre localismo y globalización (lo estatal y lo federal) hay implicaciones culturales infranqueables. No son pocos los intelectuales que han rechazado los “beneficios de la globalización”, que parecen procurar, más que una convivencia multicultural, jugosos negocios en la aldea global, y en ello va incrustado el peligro latente de la pérdida de identidad y de tradiciones de pueblos ancestrales, es decir, una banalización de las raíces del individuo en favor de una falaz universalidad. Nunca estuvimos tan lejos y tan cerca de nuestros semejantes, y si esta postura es contundente, Sonia Camboni, citada por Ricardo Tapia, asegura que ante “el intento de asimilación a un pensamiento único, a una sola visión del mundo, a la aldea global, a la univocidad del progreso occidental: la multiculturalidad, la pluralidad y lo diverso, no sólo continúa, sino que se fortalece y reconstruye, pues la realidad no es reductible a un camino ni a un pensamiento único, sino que más bien se comprende a partir de la diversidad de culturas e identidades que existen en nuestro mundo”. A este debate bien puede añadirse la conciliación de contrarios que propone Roland Robertson, cuando habla de la fusión de las antípodas y se refiere a la “glocalización” (lo local es parte de lo global), como una forma de unir lo que para muchos es incompatible de origen.

Coincido con Ricardo Tapia sobre la necesidad de una reflexión urgente que nos conduzca a una adecuada interpretación constitucional, quizá ese sea uno de los tantos desafíos del nuevo sexenio: transparentar el sentido y aplicación de las normas. Tanto en el tema de los derechos humanos, como en el de las artes y la cultura, por ejemplo, es apremiante revisar hasta qué punto se ha descentralizado el país. Ya son muchos años hacia un país de lectores y no hemos aprendido a leer ni a interpretar.



Periplos. Notas para un cuaderno de viajes,
Ricardo Sigala,
Arlequín/Universidad de Guadalajara,
México, 2012.

Estas notas de viaje, confeccionadas en cuanto a su género desde la muy afortunada óptica bifronte de la prosa poética, constituyen la segunda parte de lo que, promesa de autor, ha de ser una trilogía, cuya primera entrega –publicada en 2001– lleva por título Paraíplos. Son éstos, pues, una miríada de microrrelatos que proponen al lector una siempre necesaria y siempre venturosa re-lectura del mundo, lo mismo del llamado real que de ese otro, tantas veces tan real, pero conocido como imaginario por razones que, a propósito, aborda Sigala a su muy particular manera con la creación a veces, y otras la re-creación, de mitos ya conocidos o por él inaugurados en tanto viajero de sí mismo.



Los árboles que poblarán el Ártico,
Antonio Deltoro
Era/Dirección de Literatura UNAM,
México, 2012.

Con esta reunión de poco menos de seis decenas de poemas, prolífico, en plena posesión de sus recursos estilísticos, en conciencia igualmente absoluta de las muchas perspectivas desde las que ha venido aprendiendo a mirar y a hablar de los que son sus muchos temas, el capitalino Deltoro –Premio Nacional de Poesía Aguascalientes por Balanza de sombras y más de una vez recipiendario de alguna beca literaria, como es el caso en estos tiempos que corren–, también ensayista y antologador poético… con ese bagaje a cuestas y este volumen, regala a sus lectores un rico puñado de lagartijas, camellos, gatos, moscas, oasis, caravanas, bullicios, sonrisas, caballitos de mar, banquetes y otras delicias.



Últimas mareas,,
José Antonio Moreno Jurado,
Vaso Roto,
España, 2012.

Inclusive resumida, impresiona la currícula de este sevillano nacido a mediados de los años cuarenta del siglo pasado: doctor en Filología Clásica, catedrático y traductor del griego clásico –Platón, Aristóteles, Aristófanes…–, del medieval y del griego moderno –Elytis, Seferis…-, autor de la indispensable Antología de la poesía neohelénica, amén de ganador del prestigiado premio Adonáis en 1973 por Ditirambos para mi propia burla. En sus propias palabras, estas Últimas mareas constituyen su “afortunado reencuentro con el verso”, y así habrá de advertirlo el lector en este diálogo abierto y generoso en torno a “la poesía y la vida misma”, que Moreno Jurado propone y con el que logra innúmeros hallazgos de faz que deslumbra y fondo que alimenta.



Corro a mirarme en ti,
Carmen Boullosa,
Conaculta,
México, 2012.

Este es el más reciente volumen publicado por la poeta, novelista y ahora también conductora televisiva Boullosa. Dígase con las palabras que ofrece el editor: el libro se divide en dos partes, la primera de las cuales, de donde toma título el conjunto, consiste en un diálogo “con el poeta Juan Ramón Jiménez desde el yo lírico” que “se pregunta por su esencia y se mira en el espejo de aquel otro poeta” mientras le narra “lo que sucede en el atropellado Nueva York del siglo XXI”. La segunda parte no está muy lejos, geográficamente al menos, de la primera: “Otoño en Brooklyn” es su nombre, y en ella se ofrece “una serie de poemas más breves y más personales […] que reflexionan en torno a esta nostálgica estación del año y de la vida”.



Violencias de Estado. La guerra antiterrorista y la guerra contra el crimen como medios  de control global,
Pilar Calveiro,
Siglo XXI Editores,
México, 2012.

Argentina de nacimiento, la autora radica en México desde finales de los años setenta del siglo pasado y es en nuestro país donde ha desarrollado su brillante carrera, como catedrática –UNAM, BUAP–, investigadora –pertenece al Sistema Nacional de Investigadores– y ensayista. Además de autora colectiva y articulista asidua en publicaciones que se especializan en ciencias políticas –cuenta ella, por la propia UNAM, con un doctorado en la materia–, ha publicado entre otros los volúmenes Redes familiares de sumisión y resistencia, Familia y poder, así como Política y/o violencia.

Para dar fe de la importancia pero, sobre todo, de la urgencia que imponen estos días que corren, de analizar y entender a cabalidad los temas abordados por la doctora Calveiro, nómbrense aquí algunos de los numerosos capítulos y subcapítulos que componen este sólidamente estructurado ensayo: Qué se entiende por terror y terrorismo; La flexibilización del derecho; La construcción de una red represiva global; Novedades represivas de la “guerra antiterrorista”; La “guerra” contra el crimen organizado; ¿Guerra con(tra) la delincuencia organizada?; El sistema penitenciario mexicano; El tratamiento de los cuerpos; La prisión masiva.