Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 30 de diciembre de 2012 Num: 930

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Poetas de los cincuenta
en Guanajuato:
la generación vigente

Ricardo Yáñez entrevista con Benjamín Valdivia

El México de
Iván Oropeza

Ana Paula Pintado

Diez cuentwitters
Enrique Héctor González

Strindberg,
psique y pasión

Miguel Ángel Quemain

El infierno según Strindberg
Omar Alain Rodrigo

Insurgentes: cine y
política en Bolivia

Hugo José Suárez

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]

 

Alonso Arreola
[email protected]

Beben y beben y vuelven a beber

Fin de año. Todo menos remanso. Tráfico, superficialidad. Gasto y más gasto. Aguinaldo. Taxis demoníacos, mercados atestados, forzados intercambios. Horribles suéteres, tipos barbados en rojo desgastado. Navidad. Para algunos, todo; para muchos, nada. Diciembre, pretexto de fuga a través de regalos innecesarios. Y por si fuera poco: extrañamente musicalizado. “Oooooh blanca Navidaaaaaad, sueño y con la nieve alrededor, blanca es mi primera y es mensajera de paz y de puro amor.”

En las tiendas está sonando, seguramente, Rod Stewart. De blanco en su blanca y nevada portada nos dice Merry Christmas, Baby, como si los años no hubieran afectado sus dotes de galán. Desde otro anaquel, Olivia Newton-John y John Travolta sonríen bebiendo chocolatito caliente en la imagen de This Christmas. A su lado, Richard Marx se suelta la corbata con cara de crudo en Christmas Spirit. Estos y otros cantantes en decadencia aprovechan temporada pues, como dicen los directores de mercado: ahora es cuando. Y tienen razón. Se gasta lo que no se tiene.

Además suena raro, el maratón Guadalupe-Reyes, por lo que sucede en reuniones, fiestas, posadas y despedidas de año. Es de madrugada y en una casa el estéreo funciona a todo volumen. Entregados al tequila, los invitados empiezan con “Desde el cielo una hermosa mañanaaaa, desde el cielo una hermosa mañanaaaa, la Guadalupaaana, la Guadaaaalupana bajó al Teeepeeeyaaaac”, y de allí se van tendidos –hasta enero–, pasando por toda suerte de villancicos transformados en cumbia, salsa, merengue y pop, perennes recordatorios de que debemos celebrar a toda costa, sin miramientos espirituales.

“La Virgen se está peinando entre cortina y cortina”, dicen a coro. “Los cabellos son de oro y el peine de plata fina.” Pero la verdad es que ya no prestan atención a esas letras tradicionales heredadas de España, estribillos y coplas profanas del Medievo que después se apegaran a la Navidad con métricas e imágenes valiosas; no. Se trata de reventar; de olvidar. Pocos sexenios han sido tan duros. Pocos tan violentos y desesperanzadores.

Por cierto, revisando diccionarios nos topamos con esto: también era aguinaldo la dádiva que se ofrecía a los caminantes que tocaban de puerta en puerta cantando villancicos. Lo mismo pasaba con el carol británico, forma musical antigua que en tiempo de cosecha se acercaba a la iglesia como agradecimiento, hoy medular para la cultura anglosajona cada final de año. Pensando en ello nos preguntamos: ¿abrirían su puerta los de al lado si llegamos cantando? ¿Nos darían la bienvenida o un balazo? “Ande, ande, ande la Marimorena”, diríamos vela en mano. “Ande, ande que es la Nochebuena. En el portal de Belén hay estrellas, sol y luna. La Virgen y San José, y el Niño que está en la cuna.”

Lo cierto es que la banda sonora de este invierno tampoco suena bien porque sigue modelada por la percusión de las balas. A estas alturas no importa quién las dispara. Mexicanos contra mexicanos; gente mal educada (¿verdad, doña Elba?) contra gente mal educada; gente sin trabajo (¿verdad, Felipe?) contra gente sin trabajo; seres humanos contra seres humanos... Disparos de calibre 22 como tarolazos norteños; de calibre 38 como bombos oaxaqueños; de calibre 45 como guitarrones jaliscienses; de calibre 9 milímetros como zapateados jarochos; ráfagas en los cuatro puntos cardinales que al final son tres: el blanco y el negro, extremos que crucifican o enaltecen en un brindis borracho y leonino.

“Yo no olvido al año viejo –se desgañita una voz–. Porque me ha dejado cosas muy buenas: me dejó una chiva, una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra.” Nosotros reímos pensando que en esta época hasta el sonido de los discursos cambia. Entre reformas aprobadas al vapor y montajes de felicidad virtual en las cámaras, junto a las uvas se van enfriando temas importantes. Verbigracia: el esclarecimiento de los juicios que enfrentan los detenidos el primero de diciembre. En fin. Amanece.

“Yo quisiera poner a tus pies algún presente que te agrade, Señor –expelen unas afectadas gargantas–. Mas tú ya sabes que soy pobre también y no poseo más que un viejo tambor.” A ritmo electropop, ese viejo tambor adquiere dimensiones nunca oídas. No dormiremos. De alguna forma, una vez más nos las arreglaremos para cruzar la noche. Ya suena el amanecer. Aunque el presente apriete y se haga tan pequeño como un instante, diremos salud, que venga un año que suene mejor.