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Nosotros ya no somos los mismos

Del 1º de diciembre, hacen falta responsables de la represión encarcelados

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Imagen de archivo. Manifestantes protestan el 1º de diciembre en las cercanías de San Lázaro contra la asunción de Enrique Peña Nieto como PresidenteFoto José Carlo González
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os acontecimientos del 1º de diciembre eran el tema de mi columneta del lunes pasado, pero como no tenía totalmente clara la forma de expresar mis opiniones sobre un asunto tan peliagudo y, además, las respuestas del obispo Vera tenían derecho de antigüedad, decidí esperar. Hice bien. En esta semana se han producido cambios en el proceso legal que se les sigue a los detenidos, y se han hecho públicos, por diferentes medios, hechos y datos que inciden en la apreciación inicial que se tenía sobre lo vivido esa fecha. La puntual, acongojante (y acojonante) crónica de Adolfo Gilly nos esclarece y marca los términos de espacio y tiempo, dentro de los cuales debemos centrar el análisis de lo ocurrido. Hagamos un intento.

Lo primero que se me presenta ante los ojos, la madrugada del 1º de diciembre, es la existencia de dos grupos beligerantes cuyos particulares propósitos inevitablemente los llevarán al enfrentamiento. Uno, decidido a manifestar su enojo y descontento porque Enrique Peña Nieto asumía la primera magistratura del país. El otro, el de las fuerzas del orden, tiene sólo una encomienda: contener, rechazar, reprimir a los protestantes, según las instrucciones que vaya recibiendo, ¿de quién?

Una previa aclaración que juzgo necesaria: estoy absolutamente seguro de que, entre los primeros, no había nadie que objetivamente pensara que su oposición, justa o equivocada, pudiera llegar a impedir la toma de posesión presidencial, a la que con toda vehemencia se enfrentaban. Su protesta era una cuestión de principios, no de resultados. Tampoco considero desmedida mi acotación, porque ya entrados en gastos, después de la aplicación del 362 del Código Penal capitalino, acusar a los protestatarios de subversivos y golpistas resulta una gran tentación. ¿Exagero diputado Sesma?

Y anotemos, desde ya, otra característica singular: en ninguno de los dos bandos privaba la homogeneidad. En cuanto a los contingentes de la protesta, los grupos eran tan diversos que ni siquiera se conocían y, por eso, precisamente, se manejaban por la libre. Dentro de las fuerzas del orden, éstas respondían a diferentes mandos: jefes, archijefes, pirocutijefes o, séase, intereses. No los del país, sino los de cada banda en particular.

Entre los protestatarios todo es explicable: cuando convocas a una acción contra el poder aceptas en tus filas a quien se aviente, aunque sea por equivocación. Nada más faltaba que en los llamados al riesgo establecieras, como en los bailes de mi pueblo: nos reservamos el derecho de admisión. Ahora, a tiempo pasado, queda claro que cuando el grupo de los recién incorporados y nunca identificados, comenzó su labor de adiestramiento dizque militar defensivo, era el momento del deslinde y la recuperación del mando y dirección de la protesta pero, seamos claros, ¿el movimiento juvenil, estrictamente estudiantil, tiene la menor experiencia en estas andanzas? ¿Podía, ante la modesta respuesta que recibió a su llamado, prescindir de medio centenar de activistas tan avezados?

Imagino que estoy en la Acampada Revolución. Se están tomando decisiones sobre el inevitable: ¿Qué hacer? Propongo: No acercarnos a San Lázaro. Hacerlo es calderoniano, es ir a pelear una guerra en el territorio del enemigo y con todos los elementos en contra. Además, como diría en célebre ocasión la maestra Ifigenia: ¿Y con qué objeto? Sigo proponiendo: convoquemos a la repetición del flashmob, Thriller que logró récord mundial de Guinness. Dupliquemos, rebasemos con creces la marca (13,957), realizando un velorio tumultuario. Es mil veces más fácil que los jóvenes vayan a un flashmob al Monumento a la Revolución, que a una sesión solemne en San Lázaro. Además, para protestar hay 16 delegaciones, terminales de autobuses foráneos, estaciones del Metro, ¿por qué San Lázaro? Pero para pensar y decir eso tendría que haber tenido yo 60 años menos y mucho más bajo el colesterol y los triglicéridos.

Todo hubiera podido suceder en cierta normalidad de no haberse presentado, como es usual en las protestas populares, las movilizaciones ciudadanas, las expresiones sociales, planeadas o espontáneas, lo que podíamos llamar El tercer hombre (película británica, 1949, de Carol Reed con Orson Welles, Joseph Cotten. Guión, Graham Greene). Es decir, el provocador.

La provocación puede venir de una persona, un grupo o, simplemente, de un incidente absolutamente ajeno a la litis del conflicto (El escape de un auto, la caída de un anuncio, la explosión de una llanta). Esa persona, personas o el hecho impredecible, pueden convertirse en potenciador de las contradicciones en pugna, en detonador de consecuencias inimaginables, aun para quien planea y lleva a cabo la provocación.

Los provocadores pueden ser, profesionales o improvisados, de buena, mala fe o ninguna: onderos, simplemente. Ser de mesas dentro o enemigos infiltrados. Un provocador puede ser un individuo alucinado, narcisista, o un oscuro y timorato sujeto que rehúye todo reconocimiento, pero que goza en el anonimato las consecuencias de su acción. En el primer caso su identificación es más fácil: su protagonismo y arrojo lo exhiben. No está con un solo grupo, pasa de un contingente a otro y entabla conversaciones fáciles, relata experiencias, advierte peligros e insiste en que hay que estar preparados para todo. Y que la mejor defensa es el ataque. En el segundo caso el personaje, cinematográficamente hablando, sería un extra, un figurante. Toda su actuación es low profile. No grita, al contrario sotto voce, brinda información de primera mano: “la chava aquella, la que está buenísima, la de la playera amarilla, la que es la presidenta del grupo –más vale ser estatua de sal que mujer desinformada–, tiene un tío que es tira. Él le dijo que llegando a Madero nos van a encapsular entre el eje Lázaro Cárdenas y el Zócalo. La madrina que nos espera no te la acabas”. Todos los rumores están bien documentados: “Los que dicen que son del CUEC, en verdad son de GL productions (para los recién llegados, Producciones García Luna). Hay que tener cuidado con ellos”. Y así se van, creando desconfianzas, esparciendo rumores taimadamente.

Cuando actúan en grupo no se juntan, pero su atuendo, peinado, colguijes, tatuajes, los identifican. Sus gritos y consignas son expresiones llenas de rabia, son insultos que van calentando la sangre del granadero que todos llevamos dentro. En eso consiste la primera etapa de la provocación: exacerbar los ánimos, predisponer para la reyerta y, en su momento, desatarla. Provocar para dar el pretexto, la justificación de la violencia. Si no es así, ¿de qué se agarran los sabios politólogos plasma, de la pantalla de ídem y los cabeceros de los diarios al servicio de la verdad revelada, para denunciar la subversión y el Coup d’état que tantos dividendos les redituaría?

Otro día nos referiremos, de manera específica, a los diversos tipos de provocadores anotados renglones arriba, y los diferenciaremos de los saboteadores y los delatores: misma fauna, diferente especie.

Desde 1854, cuando Alejandro Dumas, en su obra, Los mohicanos en París, exclama: ¡cherchez la femme! Los franceses, ante cualquier gran problema que afrontan, repiten la consigna: ¡buscar a la mujer! Aquí la expresión debe interpretarse como: Y la violencia ¿a quién convenía? O, si no fue conveniencia, sino torpeza extrema, ¿de quién es la responsabilidad?

Porque de que hubo violencia, la hubo. Daños y agravios a particulares y a la ciudad, también. Los inicialmente responsables se han ido haciendo menos, muy pocos, ya. A mí eso no me parece. Si cuando eran cien o más los inculpados me resultaban desproporcionados los daños y los causantes, ahora con 13 o 14 no lo entiendo. ¿Se trata de una generación de malosos con súper poderes? Si los detenidos hicieron en breve tiempo y en tan diversos lugares los estropicios mostrados, son sujetos de gran peligrosidad. ¡Duro con ellos!

Si las fuerzas del orden capturaron a 120, los presentaron ante el Ministerio Público, éste les fincó responsabilidades y los consignó ante un juez, pero su señoría desestimó los cargos y les dicto auto de libertad, por falta de méritos (a 92 por ciento), alguien está mal: ¿O las fuerzas del orden fueron arbitrarias y violadoras de derechos fundamentales (aunque validadas por el Ministerio Público), y el Poder Judicial tuvo que desfacer sus entuertos e imponer la justicia o, el juez, la jueza, a saber por qué razones, ignoraron la ley y dejaron en libertad a unos delincuentes. Es mi derecho saber la verdad. A mí me hacen falta responsables encarcelados.

Estoy de acuerdo en que es preferible ver a muchos delincuentes presos que a un inocente privado de su libertad, pero ¿quién impone esta opción? Tratemos de aclarar estos enredijos la próxima semana.