Opinión
Ver día anteriorDomingo 23 de diciembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De prisa, que vamos despacio
C

on la tranquilidad lograda, dice el secretario de Gobernación, se harán las reformas necesarias. Por su parte, la profesora Gordillo llama a la movilización de sus huestes, se ofrece en prenda por la seguridad y protección de los maestros y abre la cortina para un panorama todo menos tranquilo.

El éxito político de estos primeros días del nuevo gobierno no sólo ha sido mediático, como suele decirse ahora, sino de indudable (re) construcción de un clima si no de consenso sí de asentimiento al discurso y los modos con que el presidente Peña Nieto decidió inaugurar su gestión. Tranqulidad, de la que hoy presume el secretario Osorio, parece ser un bien ansiado por grandes capas de la opinión pública y de la sociedad en su conjunto, conforme o no algún tipo de opinión que los medios informativos consideren digna de ser tomada en cuenta. Después de la guerra real y virtual a que nos sometió el gobierno anterior, lo que parece imponerse es algo así como un paréntesis imaginario e imaginado dentro del cual el país pueda tomarse un respiro y meditar sobre su marcha futura. Y no es para menos, si se recuerdan los escenarios dantescos y las perspectivas ominosas que se trazaban para México hasta hace unas cuantas semanas.

Por lo demás, para la comunidad mexicana la estabilidad siempre ha sido un bien muy preciado. Más aún si como ocurrió en el pasado, esta estabilidad se ve acompañada de progreso económico y material. Recuperar una combinatoria como esa ha sido, después de todo, la divisa central de la retórica de los gobiernos de los recientes 30 años, aunque sus hechos y decisiones estratégicas no hayan estado siempre a la altura y en congruencia con tales objetivos.

Incluso, podría proponerse que fue el mensaje de serenidad y cambio tranquilo ensayado por Andrés Manuel López Obrador en varios momentos de su campaña, lo que le trajo el extraordinario crecimiento de votos que le dio el segundo lugar en la elección y lo acercó al primero de manera sin duda inesperada. Su acercamiento inicial con el primer impulso del #YoSoy132, podría también ser explicado por la tersura de su discurso, la cual, al combinarse con la claridad y la franqueza que lo acompañaban, lo volvía una convocatoria harto atractiva para quienes irrumpían en la escena política y reclamaban de los contendientes algo más que promesas vacuas.

No es ni puede ser así la mayor parte del tiempo. Las sociedades modernas son enormes sumatorias de complejidad y contradicción y su desarrollo implica siempre desequilibrios mayores y menores, que afectan modos, usos y costumbres de grandes números de la población, así como costos y sacrificios que, de entrada, nadie puede asegurar que se repartirán pareja o equitativamente. La tranquilidad, entonces, sólo puede lograrse y mantenerse mediante la política que sirve para encauzar y definir secuencias, forjar acuerdos y acomodos y descubrir posibilidades de coincidencia donde previamente sólo había conflicto y confrontación. Todo esto, sin embargo, si quienes convocan y auspician una política con estos signos se comprometen con una distribución de costos y una redistribución de frutos minimamente congruente con los principios universales de la democracia moderna, indisolublemente asociados a metas de igualdad ciudadana así como social.

En una perspectiva como ésta, es claro que al gobierno y a su pacto le resta mucho por andar, en un sendero que no podrá ser sino sinuoso e incierto. Celebrar la tranquilidad del arranque no debe llevar a festinarla, mucho menos a soslayar lo omitido y la carga de tareas más o menos dibujadas ya por la agenda abultada a que dio lugar el pacto político.

Ni en las jornadas constitucionales referidas a la Ley de Ingresos y al Presupuesto de Egresos de la Federación, ni en las deliberaciones sobre la reforma educativa, se ha podido apreciar con claridad esta disposición a asumir los riesgos y los compromisos que conlleva un compromiso como el pactado. No se reflexionó en público el tiempo mínimo que se antoja deseable para una empresa como la prevista y anunciada en el Pacto, ni se llevó al Congreso a asomarse siquiera a los retos distributivos y redistributivos que trae consigo una recuperación del crecimiento como la que se promete en el acuerdo.

Si enero sirve para retomar el hilo de lo no dicho y para empezar a acometer lo no hecho en cuestiones fundamentales de la política económica y social, será una buena manera de recibir el año. Si en aras de la tranqulidad se opta por mantener los ritmos dizque apacibles de este diciembre, se habrá perdido un tiempo precioso que puede no regresar, no, al menos, de la manera suave con la que parecen soñar los responsables directos de la conducción económica y política del Estado.

Para alterarles este improvisado nirvana no se requiere de los servicios de la profesora. Basta asomarse a las realidades que nos ofrecen las estimaciones del Inegi y las evaluaciones del Coneval.

Para asegurar una estabilidad productiva, México tiene que marchar aprisa para no caerse.