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Reitera que no accederá a que el Dinamita vuelva a pelear

Nosotras padecemos el dolor de los boxeadores, dice esposa de Márquez
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El entrenador Ignacio Beristáin y el boxeador Juan Manuel Márquez, durante la entrega de la réplica de su mano en la Plaza de las EstrellasFoto Francisco Olvera
 
Periódico La Jornada
Domingo 16 de diciembre de 2012, p. a15

Juan Manuel Márquez parece que acaba de noquear a Manny Pacquiao. Está feliz, inocultable su alegría aún detrás de las gafas oscuras para disimular los rescoldos de aquel combate. Llega a otro homenaje, uno más en este momento de marquezmanía y la gente lo adora, tal vez con esa entrega que no se veía desde los mejores años de Julio César Chávez. Baja de una lujosa camioneta en una plaza comercial donde develarán las huellas de sus manos. Por la puerta opuesta desciende una mujer –vestida con esmero– acompañada de tres niños. Es Érica Lomelí, la esposa del púgil, y sus hijos.

Según Márquez, ella es quien tiene la última palabra sobre el futuro del boxeador, la que decidirá si pelea una vez más o se despide. La postura, dice ella, es insobornable y será un no inamovible. Érica mira con curiosidad el recibimiento entusiasta de la gente.

No va a volver, advierte de forma amable, pero con absoluta seriedad. Juan Manuel ya hizo todo lo que tenía que hacer en el boxeo, no tiene nada más que dar en el cuadrilátero.

Mientras la gente celebra al Dinamita con porras y gritos de júbilo, Érica mira distante junto a sus hijos. Muchos no lo entienden, pero las mujeres de los boxeadores padecemos el dolor que sufren nuestros esposos por los golpes, comparte.

No quiere ceder, aunque su esposo insista en que tratará de convencerla para pelear una vez más. Bob Arum, promotor estadunidense, dijo al final del combate contra Pacquiao que el mexicano no podía irse ahora porque le espera la mejor bolsa de toda su vida. A ella eso no le importa.

Ni con todo el dinero del mundo Juan Manuel podría comprar otro cerebro, dice meneando la cabeza. Yo viví la pelea, cada golpe, con mucha angustia y miedo de que algo malo le pasara: nada está escrito, nadie sabe lo que pasará en el cuadrilátero.

Cuando vio las imágenes de la esposa de Manny Pacquiao desconsolada ante la estampa terrible del filipino inconsciente, Érica sintió congoja. La vio con verdadera solidaridad porque pensaba que ella podía estar en sus zapatos, que el hombre devastado sobre la lona también pudo ser Márquez.

Tenía emoción por la victoria, pero también sentía pena por lo que le pasaba a Pacquiao y lo que estaba viviendo su esposa.

Sabía que existía una cuenta pendiente que esa noche se resolvió y ya no había nada por lo cual volver a combatir.

No será fácil, reconoce. Porque para un peleador el boxeo es su pasión, es su vida, pero nosotras como esposas y madres de sus hijos no queremos volver a pasar momentos parecidos; hay que decir ya, hasta aquí, ahora disfruta todo lo que has recibido.

Márquez, mientras tanto, admite con micrófono en mano que se le enchina la piel con la respuesta de los aficionados. “Ustedes creen que uno no los escucha, pero cuando oímos que todos gritan al mismo tiempo ‘sí se puede’, uno se estremece”.

Al finalizar la pelea Érica habló con Márquez. Le dijo: Ya te sacaste la espinita, ya es tiempo de que digas adiós. Él respondió que tal vez debería hacer otro combate. Ella insistió: No hay vuelta atrás, es mejor retirarse con los cinco sentidos en buen estado y en tu mejor momento; retírate como un héroe.

Márquez lo sigue pensando. Sabe que su mujer acaba de decir que no cambiará de opinión.

–Si es un no definitivo, entonces me toca bailar con la más fea.