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Fui monarca del orbe e ingresé al Salón de la Fama; ¿qué más puedo pedir? resume

Ultiminio Ramos, a sus 71 años de edad, en familia y siempre campeón mundial

Después de medio siglo el pugilista regresó a Cuba, pero me sentí como un extraño

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Ultiminio Ramos, quien ingresó al Salón de la Fama en 1972, cumplió 71 años ayerFoto Karla Torrijos
 
Periódico La Jornada
Lunes 3 de diciembre de 2012, p. 6

Ultiminio Ramos nació un 2 de diciembre hace 71 años, pero todo ese tiempo no le basta: él quiere vivir hasta los 108…

–¿Es por alguna razón en particular?

–¡Claro!, para seguir dedicándome a lo que más me gusta, a lo que es mi pasión, el boxeo. Con 108 me conformo, pero si me dan 109, 110 o 111, ¡ya es ganancia!” –dice y explota en una carcajada.

Después de reflexionar varios segundos, el ex campeón mundial, originario de Matanzas, Cuba, asegura que de lo que está más orgulloso es de haber consagrado la mayor parte de su vida al deporte de los guantes.

Estoy muy satisfecho con lo que he logrado. Desde muy pequeño sentí, viví y sufrí el boxeo. Fui seleccionado olímpico y monarca del mundo e ingresé al Salón de la Fama, ¿Qué más puedo pedir? (risas), todo lo que quise lo tuve, presume el ex pugilista, quien a pesar de los años no abandona su estilo elegante.

Como siempre, viste un traje impecable, zapatos bien boleados, corbata sin nudo, gafas oscuras y su inseparable anillo que le dieron cuando ingresó al Salón Internacional de la Fama del Boxeo, en 1972.

Después, ya en tono serio, en plática con La Jornada, reitera que desea dedicar lo que le resta de vida a este deporte: “Ya estuve mucho en el medio boxístico, hice 18 años de carrera, aún sigo aquí y quiero continuar. El asunto mío es estar trabajando en eso; algunas veces doy clases, quiero enseñar a las nuevas generaciones lo que es esta disciplina, a tirar bien los golpes, a saber cómo defenderse.

El boxeo es dar y que no te den

El pugilismo es para personas inteligentes, es una técnica, es dar y que no te den; si tú das, da mucho, y si recibes, que sea poco. Tengo la experiencia necesaria para entrenar a los jóvenes y eso es lo que pienso hacer ahora, ya estoy viendo eso.

Vive con su esposa Angélica en una modesta casa ubicada en la colonia Santa María La Ribera, en la ciudad de México. La sala y el comedor son un espacio amplio, con muebles sencillos y pocos adornos. La iluminación es sombría y el ambiente silencioso. En el librero están el televisor y algunas fotos familiares, pero en toda la estancia no hay nada que recuerde su época de boxeador.

La casa está lejos de la opulencia de otras épocas, en las que ganaba buen dinero y se daba el lujo de gastarlo en lo que fuera. Sin embargo, aclara: Ahora me la paso bien; soy un hombre completamente feliz y tengo cerca lo que es más importante para mí: la familia.

El también conocido como Sugar tuvo cuatro hijos: Ultiminio, Lázaro, Adriana y Viviana. El que lleva su nombre fue el único que se dedicó al pugilismo y aún lo práctica, pero no de forma profesional. Algunos viven en México y otros en Cuba, pero con todos hay comunicación constante, nos hablamos y vemos muy seguido.

Desde muy pequeño sus padres le inculcaron que la familia era la base de todo. Es tu apoyo y siempre estarán ahí y tú también debes estar ahí para ellos.

Por eso no le interesa vivir sin riqueza mientras mis seres queridos estén unidos; no necesito más. ¿Para qué quiero lujos si no voy a tener cerca a los míos? Lo que he ganado ha sido para ellos, a todos les ayudé cuando pude y estoy demasiado satisfecho con eso, señala.

Y aunque toda su familia es importante para Ramos, hay una persona que fue fundamental en su vida: su padre, Pascual Luis Lázaro Ramos Betancourt: Gracias a él soy lo que soy. Me ayudó mucho, llegué al boxeo por él, porque le gustaba mucho. Supo llevarme por el buen camino, por el de la rectitud.

Lamentablemente fue el mismo boxeo el que lo alejó de su padre y de su familia, pues salió de la isla en 1962 para continuar con su carrera sin saber si algún día regresaría.

Ultiminio cuenta que desde aquella ocasión, hace 50 años, apenas hace mes y medio regresó a Cuba, pero el rencuentro con su tierra natal no fue lo que esperaba.

En tono nostálgico relata: “Fue muy lindo, pero me sentí como un extraño, como que algo me faltaba. El ambiente ya no es el mismo; antes todos nos conocíamos, nos hablábamos… ¡Mira! Ahí va el Niño, ése era yo. Todos me llamaban así porque era de los más chicos de mi familia y siempre andaba jugueteando con los otros chamacos.

“O ¡Mira!, ahí va el Gorila, que era mi primo hermano, o ahí va fulano, zutano o perengano. En fin, todos nos conocíamos, sabíamos dónde vivíamos, quiénes eran nuestros familiares, pero ahora ya no es así.”

Ya se habían ido muchos

Sonriente admite que le dio mucho gusto volver a su país, pero otra de las cosas que no le agradaron fue que ya se me fueron muchos, y de inmediato cambia su rostro por un gesto melancólico y después suelta un suspiro.

“Al regresar a tu país piensas que todo seguirá como lo dejaste, con la misma gente; que permanecerán los lugares a los que ibas cuando eras niño, que verás a tus amigos de siempre, pero no… en lugar de eso me encontré con que ya muchos se habían ido, ¡ya se habían muerto, pues! y lamenté mucho no haber estado ahí cuando pasó”, explicó, y luego apresuradamente se limpió con la mano una lágrima que apenas asomaba por el ojo izquierdo.

–¿Entonces tampoco estuvo con sus padres cuando fallecieron?

–¡Noooo! –responde casi con un grito –pero gracias a Dios mi papá supo que yo fui campeón mundial, que era lo que él más quería. ¡Uta, ese viejo cómo gozaba cuando yo peleaba! Yo era el más contento de todos cuando veía a mi papá, que se sentía como un muñeco, como un pavo real cuando yo ganaba.

En la amplia sala de su casa, donde tiene una conga como centro de mesa, que evoca sus épocas de músico cuando creó el grupo tropical Suaveson, comentó que precisamente ése es uno de los muchos sacrificios de los deportistas: En ocasiones no estamos cuando la familia nuestra más nos necesita.

Describe: “Así es la vida de los boxeadores; unos creen que la pasamos de lo lindo, que es puro cotorreo, jaja… jeje… pero ¡noooo!, ¡eso es mentira! También sufrimos y estamos mal. Cuando tenemos hijos es lo peor. Se nos mueren nuestros seres queridos y luego no estamos cerca cuando sucede, eso es muy feo”.

Y continúa: “Como deportistas tenemos que entregarnos a nuestros aficionados de todos lados, a viajar por todo el mundo para satisfacerlos, hay que sacrificarnos. Es muy lindo cuando te reconocen y te gritan por la calle: ‘¡Heeyyyy campeón!, ¡Sugar, quiero ser como tú!, ¡Heeeeyyyy matancero!’, uno siente cosas muy bonitas, escuchas eso y te dan ganas de ser más grande todavía, porque la grandeza de uno no es sólo por lo que fuiste, sino también por lo que sigues haciendo”.

Este 2012 también se cumplen 40 años de que Ramos dejó el pugilismo. Su última pelea fue el 25 de abril de 1972 contra César Cinda, la cual perdió por nocaut en el décimo round.

Orgulloso aclara: “No me retiré del boxeo, ¡lo dejé! Ya había logrado muchas cosas; empecé muy chavo, a los 11 años, y me retiré también muy chico, a los 28. Si ya había conseguido lo que quería, si cumplí mis objetivos…. ¿para qué seguir?”, y estalla en una carcajada.

–¿Echa de menos estar arriba del cuadrilátero?

–¡Si!, sobre todo extraño la adrenalina, los momentos en que uno estaba nervioso, con temor. Cuando peleábamos decíamos que no teníamos miedo, pero ¡mentira!, sí había pánico, ¡pero a perder, más que a que nos surtieran! –declara con un gesto pícaro.

Todo se queda dentro de uno

–Don Ultiminio, hubo dos hechos que marcaron su carrera; la muerte de su compatriota José Tigre Blanco, en 1958, y la del estadunidese Davey Moore, en 1963, quienes fallecieron luego de haber peleado contra usted… ¿Cómo aprendió a vivir con esos recuerdos?

Piensa unos segundos antes de responder, vuelve a suspirar y confiesa: “Uno aprende de todo con el paso del tiempo. Esas cosas no se olvidan, todo se va quedando dentro de uno. Siempre hay que tener mucho respeto hacia los rivales. Yo subía a arrancar cabezas, porque si no lo hacía así, ellos me la iban a arrancar a mí.

Lo bonito de eso fue que no hubo odio, no existió la idea de que uno lo hizo por rencor. No, son cosas del destino, nadie tiene la culpa de nada. En el boxeo hay que dar mucho amor y respeto a tus contrincantes.

–¿Cómo le hizo para sobrevivir a las delicias que otorga la fama?

–Gracias a mi padre. Con la fortuna llegó de todo, pero él siempre me llevó por el camino del bien. Él era mi Dios, mi guía. Cuando lo veía contento era porque yo estaba haciendo las cosas bien arriba del cuadrilatero. Nunca he hecho nada malo; eso de las drogas o el alcohol no debe estar en la mente de los deportistas. Me echaré una copita o dos de vez en cuando, pero hasta ahí, no más.

–¿Cómo festejará su cumpleaños 71?

–¡Uuuuyyyyy! Como tantos años lo he celebrado. Tranquilo, con mi familia, con amigos y en el pugilismo, porque mientras haya boxeo yo siempre seré Ultiminio Ramos, el campeón mundial de peso pluma.