Opinión
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No sólo de pan

Por la creación del Museo Nacional del Chocolate

E

n octubre de 1995 se inauguró el primer Salón del Chocolate de París, la exposición tuvo lugar en un bodegón temporal que ocupaba el lugar del hoy Museo del Quai Branly, al lado de la Torre Eiffel. Casi enfrente, del otro lado del río Sena, en el Grand Palais que alberga exposiciones temporales, había una exposición poco visitada sobre el chocolate y en la cédula de presentación, en grandes letras que leían los grupos escolares, decía: “La historia del chocolate comienza en el siglo XVI…”

Quien esto escribe, en su calidad de funcionaria mexicana del Servicio Exterior, a la sazón directora del Instituto Cultural de México en París, protesté enérgicamente y se nos concedió gratuitamente un espacio de nueve metros cuadrados a la entrada del pabellón, para exponer el fundamento de nuestra queja. Así, expusimos más de una veintena de fotografías amplificadas sobre unicel, con una docena de cédulas del mismo tamaño explicando la verdadera historia del chocolate desde sus orígenes botánicos amazónicos, su migración probable mediante las heces de simios hasta el sur de Mesoamérica y el crédito incontestable de los mayas de haber convertido esta maravillosa semilla en un bien para el ser humano. Sin olvidar su utilización como equivalente universal de productos diversos, o moneda en tiempos imperiales mexicas y su uso continuo hasta hoy en las cocinas de México.

Pusimos los pocos objetos que conseguimos llevar de urgencia: un metate, semillas de cacao, círculos y cilindros de chocolate con piloncillo hechos por indígenas de Oaxaca… Tuvo tanto éxito la introducción de la verdadera historia de este producto, que durante años el Salón dio a México gratuitamente dicho espacio. Sin embargo, funcionarios sucesivos de nuestra embajada abandonaron este privilegio y misión; hasta que buenos ciudadanos mexicanos alquilaron stands un año u otro y, según sus posibilidades, mostraron más bien modestamente –al lado de las grandes transnacionales del chocolate– evocaciones de nuestro aporte histórico y productos actuales. Lo sé porque yo también acudía como espectadora a las exposiciones anuales y dicho Salón me invitó en 2005 para preparar delante de 300 personas un mole poblano: único platillo salado conocido que lleva este ingrediente, me dijeron los organizadores el mismo año en que un notable chef fabricó una catedral de chocolate.

En sólo 17 años, el Salón del Chocolate de París tuvo repetidores en las ciudades francesas de Lille, Nantes, Burdeos, Lyon, Cannes y Marsella, así como en ciudades de otros países: Nueva York en Estados Unidos, Bahía en Brasil, Boloña en Italia, El Cairo en Egipto, Seúl en Corea del Sur, Shangai en China, Tokio en Japón y Zurich en Suiza… y ¿en México? Un casi ex presidente diría todos bien, gracias, pero la realidad es que ¡el cacao en nuestro país está en peligro de extinción!

Según expertos, la producción de cacao mexicano, el originario de almendra blanca de gran calidad y exquisito aroma, ya casi no existe, habiendo sido sustituido por granos de Brasil, Ecuador y el Caribe, menos frágiles. Aún así México tiene una balanza negativa en el mercado de cacao en grano seco: este año se importará dos veces lo que producimos. Y mientras existe una falta total de interés por parte del gobierno de la Federación y de los estados de Tabasco y Chiapas para fomentar la producción y la comercialización, un productor puede vender, tocando de casa en casa, un kilo de cacao en cinco pesos, cuando podría ganar 30 a 40 pesos por kilo si el acopiador que lo toma en consignación lo llega a vender al procesador. Al tiempo que los mexicanos comen el peor chocolate del mundo por su calidad y aditivos químicos.

Ghana, Nigeria y Camerún en África, e Indonesia y Malasia en el Oriente, satisfacen la mayor parte de la demanda mundial constituida en 32 por ciento la de Estados Unidos y 37 por ciento la de Europa. Para el chocolate no hay crisis, señalan artesanos reunidos en París, consignó La Jornada este viernes. ¿Qué esperamos? Es el momento de crear el Museo Nacional del Chocolate, cuyo guión me fue encargado hace tres años por el flamante alcalde de Tequisquiapan, un museo que hiciera renacer la conciencia de este otro oro negro, patrimonio de los mexicanos, y defenderlo.