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No me preguntes, Pablo, cómo pasa el tiempo
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En imagen de archivo, el subcomandante Marcos, el doctor Pablo González Casanova y otros jefes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, durante la clausura del primer festival de la Digna Rabia, en Chiapas, el 5 de enero de 2009Foto Moysés Zúñiga Santiago
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uerido Pablo González Casanova:

Esta tarde del 23 de octubre en que El Colegio de México te hará presente su reconocimiento por tu vida y tus obras en la sociología, la docencia, la investigación y la incansable apertura de caminos, te estará reconociendo también la fidelidad de una vida en las ideas y en la conducta. Esta tarde el Colmex nos representa a todos.

Coincide este día con una fecha que algunos de nosotros, tú entre ellos, de seguro recordamos con más intensidad que muchas otras: se cumplen cincuenta años –¡medio siglo ya!– de la Crisis de Octubre, cuando la locura bélica del Pentágono y de su doctrina militar, combinada con la irresponsabilidad de la casta gobernante en la Unión Soviética, pusieron al mundo al borde mismo de la guerra nuclear y el cataclismo cósmico y al pueblo cubano de su desaparición de la faz de la tierra.

Dicen que la prudencia y la sabiduría de los gobernantes de ambas potencias de entonces, Estados Unidos y la Unión Soviética, evitaron la catástrofe. Dicen también que la dirección cubana, Fidel Castro y el Che Guevara, entre ellos, nunca debió haber aceptado jugarse el todo por el todo recibiendo en su territorio las armas nucleares.

No pretendo aquí discutir el tema, ahora que quién sabe cuántos estados, grandes y menos grandes, disponen de esas armas y pueden desencadenar el fin del mundo una noche de estas. Quiero recordar cómo reaccionó el pueblo cubano en esos días frescos y ardientes de su revolución, que desde Playa Girón vivía cada día bajo la amenaza del desembarco y la provocación permanente de un barco de guerra de Estados Unidos, cuya silueta podía verse a toda hora desde el malecón, vigilando las entradas y salidas del puerto de La Habana.

Un cronista de aquellos días, corresponsal en Cuba del periódico Marcha de Montevideo, lo registró para sus lectores uruguayos:

A las armas. Un cartel rojo con un civil enarbolando una metralleta y sólo tres palabras en grandes letras blancas: A las armas apareció cubriendo todas las calles de La Habana el martes 23 de octubre de 1962. Desde las 18 horas del día anterior, Cuba estaba en pie de guerra. Kennedy había lanzado la amenaza de invasión y Fidel Castro había llamado a la movilización general. El cartel –un color, tres palabras y un gesto– sintetizaba la reacción inmediata del pueblo cubano.

Trescientos mil hombres y mujeres armados movilizó el gobierno en el ejército, las milicias, los centros de trabajo y de estudio, los barrios y las calles de las ciudades: el pueblo en armas. Hoy, Pablo, vuelvo a decir que esta reacción inmediata de la joven revolución amenazada le salvó la existencia y –quiero pensar hoy todavía– puso un alto a la política de desembarcos estadunidenses en América Latina, aunque las intervenciones nunca cesaran y las amenazas tampoco.

Los dirigentes soviéticos –los dirigentes de Rusia, si queremos actualizar el nombre de la gran potencia de entonces y de ahora– no entendieron esa reacción, ni entonces ni después. Se trataba para ellos de una confrontación global entre las grandes potencias nucleares, donde Estados Unidos adelantaba un peón: cohetes nucleares en Turquía, y Rusia (o la Unión Soviética, ahora que me acuerdo) respondía adelantando otro: cohetes nucleares en Cuba.

Se trataba en cambio para los cubanos de la supervivencia de su revolución, y eso hacía la diferencia; y de la preservación de la autonomía de sus decisiones en la confrontación entre las dos grandes potencias que disputaban entre sí por sus propios intereses, no por los de Cuba o de Turquía, países a quienes pensaban como peones intercambiables en un ajedrez nuclear donde sólo ellos movían las piezas. Fueron aquellos los días luminosos y tristes de la crisis de octubre, como los llamó el Che Guevara en su carta de despedida.

Para encontrarles su sentido todo depende de hacia dónde el propio corazón ordena a la mirada dirigirse. Lo has sabido tú, Pablo, que por algo escogiste El Proyecto Nacional: de los habitantes originarios a #YoSoy132 como título y tema de tu conferencia de este día.

Tan distintos como puedan ser quienes te los otorgan y sus legítimas razones, yo veo en tu vida un hilo tendido entre el reconocimiento que te dieron los comandantes zapatistas en enero de 2009 en San Cristóbal de Las Casas, y este que hoy te concede El Colegio de México.

Cincuenta años ya, Pablo González Casanova. No me preguntes cómo pasa el tiempo, nos dijo hace algún tiempo José Emilio.