Opinión
Ver día anteriorMiércoles 26 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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erminó la gira del señor E. Peña Nieto por el sur del continente. De sólo atender a lo sucedido en los países visitados se pueden desprender enseñanzas que resultarán claves para el futuro sexenio. Las pretensiones enunciadas, ciertamente grandilocuentes, reflejan cuando menos improvisación y superficialidad. Una mezcla mercadológica conocida. Se discriminaron naciones que, en la actualidad, influyen, si no es que marcan los intensos procesos sudamericanos de integración en curso. Visitarlas hubiera, al menos, balanceado las iniciales posiciones de la venidera administración priísta. La retórica ensayada acerca de la recuperación del liderazgo mexicano –de lo que alardean sus voceros– cae, por tales ausencias, en aparatoso vacío. Las interrelaciones en el sur, donde la participación de las naciones de la Alba ha sido vital, no fueron tomadas en cuenta. Mejor dicho, las dejaron de lado, apegándose voluntariamente a la más estrecha visión conservadora y, sin duda, también a los lineamientos establecidos por las políticas de Estados Unidos.

Ir en busca de una buena foto no es práctica inusual en la diplomacia viajera. Pero cimentar un noviciado con base en tales modalidades es abusar de las formas y los desplantes retóricos. Bien se sabe que Peña trasmutó tales artilugios en tácticas de seducción que le resultaron efectivos en su pasada campaña electoral. Fueron vitales, qué duda cabe, para encumbrarse en la posición de privilegio donde ahora se encuentra, pero recargarse en ello le achica en visiones, honduras y conceptos. Peña Nieto no escatimó sonrisas y manos entrelazadas con diversos personajes notorios de Sudamérica. Las instantáneas, difundidas con frecuente premura, se convierten en prueba adicional del oropel que lo envuelve. Abajo de tal caparazón lo que se divisa es preocupante en extremo. El mensaje que apoya su figura rozagante, dulzona y bien acicalada, en compañía de su esposa con similar estilo, deja ver enormes huecos estratégicos. La pobreza de sus observaciones y la búsqueda de modelos neoliberales realzan los cometidos del recorrido.

En Guatemala reforzó la voluntad de apoyo para combatir al crimen organizado. No mencionó, en cambio, la delicada postura que ha introducido el recién electo mandatario de esa nación vecina. De Perú no sacó, en apariencia, lección alguna digna de difundir. Pudo fijarse, entre otras cosas, en las tensiones que acarrea un crecimiento fincado en la salvaje explotación minera que ahí tienen lugar. En Chile, las políticas sociales, ahora en plena crisis, intentaron matizar la búsqueda del priísta por incluir ángulos sensibles, populares, del áspero modelo vigente llevado al extremo. Los encuentros con S. Piñera, el menos popular de los mandatarios latinoamericanos, no lo ayudarán por esos rumbos del subcontinente. Argentina sólo le sirvió de paso. Bien pudo enterarse, aunque fuera a las volandas, de las rudezas del monopolio mediático o el rescate petrolero en que se empeñó, con éxito, la presidenta visitada.

La joya del periplo fue la mano de Dilma Rousseff, la flamante presidenta izquierdista de Brasil. Ahí se pulieron los novatos asesores. Usar, para consumo interno, el modelo de Petrobras fue el equívoco lugar común donde cayó, con toda su sonrisa e inexperiencia, el nuevo dirigente mexicano. Su concepto de abrir Pemex a la inversión privada es un término por demás equívoco. Acudir, como hizo Petrobras, al mercado de valores para capitalizarse es casi imposible para Pemex. Los enormes pasivos, el régimen fiscal incautatorio y la enorme corrupción que lo condiciona son, por ahora, obstáculos insuperables para inscribirse en cualquier bolsa. Pudo decir Peña Nieto que tratará de atraer la inversión privada en áreas específicas de la actividad petrolera, tal como se ha hecho con los famosos contratos de servicios múltiples (ya en anticonstitucional ejercicio). Pudo también mencionar que tratará de concesionar a la iniciativa privada (sin duda externa) la construcción y operación de vitales refinerías. O pudo hablar de contratar el aparato de logística para transportar gas, petrolíferos o crudo. Todo ello sin referirlo a Petrobras, porque nunca los accionistas desde Wall Street han puesto mano alguna en tales asuntos. Ellos sólo cobran sus dividendos. Menos aún intervienen en la exploración o producción de crudo y gas en aguas profundas donde Petrobras será, si mucho, un contratista adicional. La titularidad de esos trabajos está, por decreto expropiatorio de Lula, encomendada, en exclusiva, al Estado brasileño a través de la empresa, monopólica por cierto, formada ex profeso.

Los comunicados emitidos desde Colombia fueron un canto a la improvisación redondeado por el artículo que Peña Nieto mandó publicar en un diario de ese país. Es toda una epopeya tratar de averiguar quién o quiénes son los que han difundido el susodicho éxito colombiano en el combate al narcotráfico. Tomarlo de ejemplo a seguir es afiliarse, de salida, a la más cruda de las mortales trifulcas. Llevan los colombianos, auxiliados por la rampante intervención estadunidense en sus asuntos internos, unos cincuenta años en una lucha de la que, todavía ahora, nadie apuesta por alguna salida airosa. Pero Peña Nieto ha decidido lustrar un tanto sus armas y prepararlas para continuar la guerra doméstica.

El punto crucial, que ahoga la vida mexicana, es su terrible desigualdad. Chile, Brasil, Colombia, Guatemala y Perú, al parejo de México, sufren similar tragedia y no son ejemplo alguno. La visita a Venezuela le hubiera servido para entender por qué, según Naciones Unidas, ahí se tiene el índice de Gini (mide desigualdad) más bajo del continente, incluido Canadá. O por qué Ecuador ha podido incrementar en uno por ciento anual respecto del PIB (durante los últimos nueve años) su recaudación impositiva, obra hecha con base en el impuesto sobre la renta y no en el IVA. Un fenómeno por demás notable en el mundo entero y renglón donde México cojea de manera lamentable. Las negociaciones con los contratistas externos en el campo energético, tanto en Venezuela como en Ecuador o Bolivia, han permitido aprovechar los altos precios, aplicar multitud de políticas de bienestar efectivas y mejorar sus márgenes de soberanía. Pero todo esto es, para el nuevo priísmo venidero, populismo rampante, pura demagogia contagiable. Peña Nieto sólo tiene ojos para la modernización totalizadora.