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Surrealismo: nuevo libro
E

l libro Surrealismo: vasos comunicantes publicado por el Museo Nacional de Arte no es un cofee table book y trasciende la categoría de catálogo. Los ensayos ex profeso a cargo de varios autores están ilustrados primordialmente con las piezas que integran la exposición.

El del sicoanalista Néstor Braunstein y el del investigador y crítico Serge Fouchereau, debido a la temática que guardan, están entre los principales. Asimismo el de Fabienne Bradu, que integra un tríptico en el que la autora ha trabajado a fondo, acerca de las estancias en México de Antonin Artaud, André Breton y Benjamin Péret. La que concierne a Artaud, reviste particular interés debido a que ofrece material que complementa su libro del Fondo de Cultura Económica, Artaud todavía (2008): El viaje de Artaud a México (1936) se vio motivado (aparentemente) por su deseo de explorar lo que quedaba en el país “de un naturalismo pleno de magia…” Esa idea regía entonces y siguió rigiendo durante décadas. Por eso Bradu advierte (acerca de esa magia) que se trata de ideas preconcebidas, añadiendo una importante observación. Él vino con la esperanza de encontrar aquí una curación mágica y definitiva de los trastornos mentales, físicos y espirituales que lo aquejaban. De aquí su viaje a la Tarahumara.

El poeta, cineasta y creador del teatro pánico, desde mi punto de vista erró al considerar en 1946, fecha de una gran exposición de Van Gogh en L’Orangerie, que el pintor holandés prefirió volverse loco a transigir. Todo lo contrario, Van Gogh luchó denodadamente a través de su pintura y de su copiosa escritura a ahuyentar o detener sus demonios interiores, pues su idea del honor humano que manejó Artaud en El suicidado de la sociedad se concentró en su propio poder de expresión, que tenía que ser verídico, genuino en todos los casos. Era un buscador de la verdad, o de Dios si se quiere, acudiendo a la expresión del texto novelado de Julius Meier-Graefe, de 1921, que a la postre desató varias películas sobre su persona, entre otras la de Vincente Minelli. Buscaba la salud y buscaba crear. Artaud puso su esperanza en el peyote que, según creyó, devuelve el espíritu a sus fuentes. Al correr del tiempo su idea se vincula a las letanías de María Sabina que ella concentró en los niños sagrados, los hongos alucinógenos, cuyo principio activo es la psilocibina, alcaloide que al metabolizarse crea estados sicodélicos y sicoactivos. El principio del peyote es la mezcalina. Ambos efectos se concentraron sintéticamente en el ácido lisérgico (LSD), más los usos de las sustancias originales estuvieron vinculados a ritos religiosos. No a la exploración de mundos interiores.

Bradu atribuye a abstinencia de láudano las ocasiones en las que Artaud hizo referencia a miasmas o maleficios.

La pérdida de sí que padeció Artaud hasta su muerte, lo condenó a ser dos, dice Bradu (dos o más, pero en todo caso es la otredad) y a ver y verse con el mismo exceso.

Respecto del capítulo sobre Breton, lo que es muy poco conocido es el encuentro de éste con los hermanos Almazán, en Monterrey. Recordemos que Juan Andrew Almazán contendió por la presidencia de México contra Manuel Ávila Camacho. Diego Rivera, por cierto, fue almazanista.

El texto de Bradu viene ilustrado, entre otras imágenes, con la pintura de María Izquierdo (tan admirada por Artaud), que antes se titulaba Sueño y presentimiento, y que ahora aparece como Sueño y pensamiento (1947). Ella asoma la cabeza por la ventana de la construcción en línea de fuga acelerada tipo De Chirico, blandiendo como trofeo su propia cabeza decapitada. Las lágrimas que emite esa cabeza van convirtiéndose en hojitas de siempreviva que caen en una tinaja o canoa en la que está plantada la cruz. De la ventana que ostenta la pared en fuga emergen unos ramales rojizos que son también conjuntos venosos y arteriales de donde cuelgan máscaras. A la figura del primer hombre con brazos alzados en primer término se van sucediendo medias figuras sin torso que se dirigen al punto de fuga. Eso corre paralelo al monte Calvario al que suceden troncos de árbol brutalmente cercenados. Esa no es la representación de un sueño ni un pensamiento, es, como lo asentó la propia Izquierdo, un presentimiento, pues al poco tiempo de efectuado el cuadro sufrió un accidente vascular cerebral que la dejó paralítica del lado derecho. Con voluntad férrea aprendió a pintar con la mano izquierda.

Al hablar de los ensueños diurnos, Freud anotó que la visualización de los espejismos suelen trasponer realidades síquicas y físicas.

Así, el cuadro La soga, también de 1947 (colección Blaisten) en cierto grado está vinculado al que comento, que hasta donde recuerdo pertenece a una colección particular regiomontana.