Opinión
Ver día anteriorMiércoles 29 de agosto de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías
L

a belleza es el objetivo del poema, pero la belleza no necesariamente es complaciente, y puede bien decirse que exige trabajo, aun cuando parezca darse –al autor, al lector– de manera espontánea, inmediata. Cuidadoso trabajo, agregaríamos.

Considero, tal vez no sea verdad, que los asistentes a talleres de poesía incurren en el error de fabricar, digamos fabricar, un poema cada vez que abordan un texto. De no resultarles, se desilusionan, cuando que deberían a sí mismos agradecerse el trabajo realizado, llegue hasta donde llegue.

El ejercitarse en el poema o para la poesía debe a mi entender ser tan satisfactorio, o casi, como el logro del poema mismo. El gusto por la labor prefigura el resultado. La espera de –la expectativa sobre– éste, puede muy bien cancelarlo o, si se quiere, alejarlo un poco más.

El logro de un poema conlleva un gusto por el sentido; si acaso pudiera hablarse de éxito tendría que ser en ese camino: siento ahora mejor que antes el senti-do o, de alguna manera, lo he recuperado. El poema breve, el poema de aliento, pueden –ambos– definitivamente de ello dar buena fe.

No sólo la figura, también la pincelada. No sólo el significado, también la construcción.

Bebe del silencio el poema, suele más o menos decirse. Se dice menos que silencio es, porque hace silencio, asilencia, devuelve la quietud. O, si se quiere, la quietud necesaria para actuar. ¿Para hablar?

Todo es poesía, pero hay imágenes, objetos, más propiamente poéticos. La dificultad con éstos, con éstas, es que tienden a gastarse, a ya no transmitir lo que en efecto son. Dejan, en el texto, de ser imágenes para ser recursos. No sorprenden y quieren, quizá con buenas intenciones pero con cuestionables resultados, cautivar. Por supuesto que en ocasiones, y no para nuestra sorpresa, lo logran.

Prefiero, es una preferencia, no un dictamen, la poesía en verso a la poesía en prosa. En el segundo caso me hace falta el aire, ese silencio que bien repartido en el poema permite la agradecible aspiración, de vez en vez, sucede (aun cuando uno, el lector, no sea poeta) con los mejores poemas: la inspiración.