Opinión
Ver día anteriorDomingo 26 de agosto de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El Despertar

Panorama desde el puente

A

veces es conveniente alejarse del torbellino de los acontecimientos para adquirir una perspectiva más amplia. Pudiéramos pensar que estos meses son una transición entre un gobierno y otro, pero si examinamos las cosas con más cuidado veremos que en realidad se trata de la misma época. Una larga época de 30 años en la que el país ha vivido una crisis profunda con varios momentos de agravamiento y un tono general de descomposición. Esta época de decadencia se ha caracterizado en el área económica por la desaceleración del proceso de crecimiento, altos índices de desempleo, reducción del poder adquisitivo de los trabajadores, emigración masiva de la mano de obra, etcétera.

En los años 80 se acuñó la expresión década perdida, que se aplicó a la depresión que sufrió América Latina. La economía de casi todos los países de la región ha mostrado una mejoría progresiva en los 20 años recientes. México, con excepción del fortalecimiento de sus reservas financieras y el control de la inflación, ha continuado entre el estancamiento y el descenso. Así que podríamos hablar de tres décadas perdidas. Pero además, podemos hacerlo no sólo porque casi todos los indicadores macroeconómicos registran bajas, sino porque hoy la gente puede adquirir menos bienes, tiene más dificultades para conseguir empleo o crédito, padece más inseguridad y las condiciones de vida son peores que en los años 80. Cualquier lector que tenga la edad suficiente para recordar cómo se vivía en México en 1982 (para poner una fecha) estará de acuerdo en que la nación es menos próspera, más insegura, menos independiente y menos respetada. Aunque algunos de nosotros hayamos prosperado, para la mayoría la vida es más difícil, azarosa y carente de perspectivas.

Lo más grave es que la política económica que ha generado este declive sigue en vigor y que el experimento democrático que pudo rescatar al país y hacerlo prosperar de nuevo ha fallado lamentablemente. Después de 12 años de alternancia las cosas son peores, es decir, que el cambio político no ha traído ventaja para los mexicanos en su vida cotidiana.

El futuro inmediato es quizás más oscuro. La oligarquía, cada vez más cristalizada (único segmento de la sociedad que ha seguido prosperando), ha adquirido un poder abrumador y fue capaz de imponer un candidato cuyo mandato fundamental es mantener la misma trayectoria. Habrá quien piense que los grupos de interés están actuando en forma autodestructiva, porque una sociedad decadente es un pésimo entorno para los negocios y porque las tensiones sociales generaran más inestabilidad y violencia, pero las oligarquías mexicanas no parecen detenerse a contemplar el panorama desde el punto de vista del interés general. Su voracidad y ceguera no tienen límites.