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Poder, libertad y democracia en México
M

éxico, en cuanto Estado moderno, ¿constituye realmente un auténtico Estado, con los rasgos de una modernidad republicana? ¿Podemos afirmar, sin traicionar la moral política, que se han cumplido los ideales del movimiento de Independencia y de la Revolución Mexicana? Son las candentes preguntas que en esta hora 25 de nuestro Apocalipsis mexicano se plantea Francisco Piñón Gaytán en su libro de reciente aparición México, Los rostros de un Leviatán (Poder, Libertad, Democracia), editado por el Centro de Estudios Sociales Antonio Gramsci y por Plaza y Valdés.

Piñón Gaytán nos presenta una desnuda y lacerante radiografía de México en esta hora 0 de principios de siglo. Pero la mirada del autor, profesor universitario, no es la que recoge una casuística amarillista que escandalice a las buenas conciencias, o que se pueda encerrar en una simple lectura de crítica política. Su punto de partida es histórico-filosófico, ya que enmarca su reflexión dentro del horizonte de una filosofía de la historia.

Recoge las aguas del pasado, precisamente para poder enjuiciar y reflexionar el presente. Nos presenta un Estado-Nación en grave crisis, prácticamente en un estado terminal, donde las instituciones políticas no hacen sino respirar decadencia y anunciar cataclismos. Sobre todo tiene muy claro el panorama: en México ya no basta cambiar de rumbo es necesario cambiar de nave. La República, a lo largo y ancho del país, ya no resiste las embestidas de un Leviatán económico-político que desde hace muchos años ha perdido el rumbo.

El autor nos recuerda que los tiempos actuales de crisis y penuria son secuelas ciertamente del pasado, pero al mismo tiempo fruto de una catastrófica condición política posrevolucionaria, que no supo aprovechar lo mejor de las conquistas de los movimientos a partir de la Independencia. De allí la parálisis y el caos de ésta y las pasadas administraciones, de allí la pregunta que el libro se preocupa en responder desde la perspectiva de la historia y la filosofía: ¿Cómo y por qué se ha perdido el rumbo, si es que alguna vez lo tuvo?

Es la razón por la cual el autor se adentra en mostrarnos algunos girones de historia del paisaje nacional. El análisis de la crisis política, económica y social de México que realiza, parte del estudio de varios bloques históricos, en recíproca dependencia.

México es fruto no mecánico de la lengua-visión española y del mundo indígena, todavía no suficientemente descubierto. Lo que llamamos México surge de una conquista española que tiene dos grandes vertientes: 1) la civilización occidental humanista de fray Bartolomé de las Casas, Pedro de Gante, Bernardino de Sahagún, Vasco de Quiroga y fray Alonso de la Veracruz, y 2) los comportamientos políticos de Hernán Cortés, Diego de Ordaz, Pedro de Alvarado y Cristóbal de Olid. México también es en lo jurídico expresión de una República ante la cual todos somos iguales en la forma de la ley. Conquista de los movimientos independentistas y revolucionarios. Igualdad, sin embargo, que muchas veces no ha respondido a la conformación de la complejidad y diversidad cultural del país.

La racionalidad cientificista y tecnocrática importada, que persigue la consolidación del homo economicus y la globalización del mercado, del Leviatán económico, se han empeñado en ofrecer esa supuesta igualdad. Muchas veces la ley, la realmente existente y la pragmáticamente interpretada, ha sido la que esclaviza, manteniendo las desigualdades sociales.

En el ámbito político el Estado mexicano, el ya independiente, ha pugnado por erigirse como ese moderno Leviatán que exige pleitesía y sumisión, al que los individuos deben ser sacrificados. En el lenguaje de la burocracia se nos repite en la práctica política en México, a veces de forma velada, directa o indirectamente, que fuera del Estado-gobierno no hay salvación, y que al margen de su voluntad todo es heterodoxia, antimexicanidad, delito de disolución social, casi traición a la Patria. Como bien lo señala Piñón Gaytán, Se ha confundido la persona del príncipe con la voluntad de la Nación, cayendo en un presidencialismo absolutista que nada tiene que envidiar, en lo que a concentración de poder se refiere, a los césares de la antigua Roma o a los soberanos absolutistas de la Francia de los siglos XVIII y XIX (p. 11).

El deterioro de nuestras instituciones anuncia un Estado que ya no puede garantizar el mínimo de la seguridad social. Piñón nos invita a soñar una vez más lo imposible. Los poderes fácticos ya no se pueden enfrentar sólo con reformas electorales o fiscales, sino a partir de una verdadera reforma intelectual y moral, que acompañe a una auténtica reforma económica. El desafío que vivimos como sociedad es grande. Urge un nuevo proyecto de nación. Uno que emerja desde abajo, de la organización social. Donde se exprese lo nacional-popular.

El origen debe estar en las culturas subterráneas, que vía la organización echen a rodar los movimientos de libertad. En estos tiempos mexicanos la honda de David debe tener derroteros precisos: saber que el eterno Goliat tiene, a fin de cuentas, los pies de barro. Es la hora 0, es la hora de pasar de la indignación a la organización política, es la hora de la acción. De ahí la importancia histórica, añado yo, de las organizaciones y movimientos que desde hace décadas surgen y se multiplican en el país, y que hoy procuran articularse democráticamente entre sí, para resistir de múltiples maneras contra el neoliberalismo, y seguir luchando por otro proyecto de nación.