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Mi hijo murió trabajando; ese orgullo me queda, dice el padre de un minero fallecido en Progreso

Me siento culpable porque yo le conseguí la chamba
Corresponsal
Periódico La Jornada
Domingo 5 de agosto de 2012, p. 26

Múzquiz, Coah., 4 de agosto. “Ahí está mi’jo, ahí lo tenemos”, indica en voz baja y con la mano izquierda hacia la habitación de la casa con paredes altas donde se encuentra el ataúd cubierto de flores.

Juan Morales Sánchez se refiere a los restos de su hijo Marcos Morales Silva, uno de los seis trabajadores que murieron el viernes tras un derrumbe de cien toneladas de carbón y tierra en la Mina 7 de Minerales Monclova Sociedad Anónima.

Me siento culpable por lo que pasó. Yo le conseguí la chamba a mi hijo. Me siento culpable porque creo que lo mandé a morir, cuenta el padre mientras se muerde los labios para no quebrarse.

Marcos tenía 24 años. El hijo de éste, de dos años y medio, no ha parado de llorar. Es muy chico, todavía no entiende nada, pero desde anoche no cesa de preguntar por su papá. Nos insiste en que le digamos a qué hora va a venir, explica la señora Martha Silva González, madre del obrero fallecido, a un grupo de vecinas y familiares que al mediodía del sábado se guare-cían del sol bajo un árbol frente a la casa.

“Es la ley de la vida. Muchos jóvenes mueren en accidentes o por andar en borracheras, pero mi’jo murió trabajando, ese es el orgullo que me queda”, dice don Juan Morales, quien en 25 años ha trabajado en varias carboneras de la región.

–¿A usted no le ha pasado nada?

Cómo no, mire: una vez hubo un caído (derrumbe), me alcanzó una piedra y me pegó aquí merito, por poco me mato. Me tuvieron que poner unos clavos en las cervicales y fíjese como casi no puedo mover el cuello.

–¿Y a su hijo no le había pasado nada?: trabajaba en la mina más segura de la región.

–No le había tocado hasta ahora. Desde hace tiempo platicaba que en la mina había mucho gas. De hecho varias veces los sacaron a todos porque había mucho combustible. Lo que pasó el viernes pudo haber pasado en cualquier momento y a cualquiera de los que estaban abajo. Ahora le tocó a mi muchacho”.

A no mucha distancia, en la sala de la funeraria García de la zona centro de Múzquiz, están los restos de otra víctima del reciente percance en la zona carbonífera de Coahuila. Se trata de Rodolfo Alfredo Macías González, de 24 años, y entre los que más le echarán de menos está su abuelo Apolonio.

Convivíamos mucho, era muy platicador, tenía muchos amigos y siempre que terminaba el primer turno iba y me veía. La noticia me cayó de peso, pero hay que estar tranquilos, hay que ser fuerte para que no sufra más la pobre mujer y los chamaquitos, menciona don Apolonio respecto a la viuda y los hijos de su nieto, de cuatro y cinco años.

–¿Usted trabajó en las minas?

“Sí. Muchos años, hasta que una explosión se llevó a mis mejores amigos. La verdad me dio miedo y me retiré, me dedico a otras cosas. Si mi’jo Rodolfo hubiera hecho lo que yo, ahora no lo estaríamos velando”.