Opinión
Ver día anteriorDomingo 29 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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¿La Fiesta en Paz?

Barbarie civilizada sin sociedades protectoras de seres humanos

U

na lástima que los compasivos protectores de mascotas brillen por su ausencia cuando la crueldad y la sangre se ciñen sobre simples seres humanos, o cuando elecciones amañadas son secundadas por partidos ver-des –de espíritu– ecologistas –de saliva–, o cuando la estupidez despliega su imaginación en todos los campos, excepto en el de algunas ganaderías de reses bravas.

Esto de tomar el rábano por las hojas puede tener sus ventajas para tranquilizar espíritus compasivos deliberadamente desinformados, sensibleros pero aquejados de una fobia destructiva, cari- tativos pero obtusos, vehementes pero cerrados, afectuosos pero ignorantes, enternecidos pero subsidiados.

Sin embargo, cuando a diario y en diferentes formas afloran la crueldad y la violencia infinitas que permean este planeta, los defensores de especies en abstracto, de animales de compañía comercializados y de toros de lidia, ya no se rasgan las vestiduras, sino que su estridente animalismo se torna entonces silencio tan piado- so como cómplice. Desde sus prejuicios o ignorancia y agazapados tras intereses ideológicos y económicos concretos, les parece muy virtuoso abogar por la sa- lud de todos los seres sintientes de la tierra. Es el vitalismo idiota de los provida como sinónimo de prosida.

Principal promotor del pensamiento único o imposición de valores propios con pretensión de universales, junto con sus países-socios que se han atribuido el título de propietarios del mundo, el gobierno de Estados Unidos frecuentemente tiene que tragarse sus propias palabras justicieras, conservacionistas y humanitarias cuando el desquiciamiento de muchos de sus ciudadanos rebasa todo parámetro y la violencia más atroz, resultado de un sistema social de doble moral, aflora con desalmado humor negro.

Con cinismo sin límite, estos singulares terratenientes del planeta prometido pretenden salvar al mundo de las dictaduras y de los regímenes con armas de destrucción masiva, cuando lo que buscan es apropiarse de yacimientos petroleros y seguir contaminando el planeta con vehículos de gasolina; desvergonzados e impunes invaden naciones y asesinan millares en su hipócrita lucha contra el terrorismo o su variante, el redituable narcotráfico.

Falsamente preocupados por calentamientos globales, calidad ambiental y especies en peligro de extinción, mejor concentran sus esfuerzos en desaparecer la tauromaquia como fuente de crueldad, violencia y mal ejemplo a los niños, mientras toneladas de mierda televisiva y cinematográfica producida por ellos intoxican a diario el cerebro de la raza humana, y así hasta el infinito, pues la barbarie civilizada no conoce límites ni tiene llenadera.

Surgen entonces loquitos disfrazados de personajes ficticios que asesinan o hieren en un cine, en una escuela o en un centro comercial, al lado de productores y provedores puntuales de millones de armas de todos calibres a sus socios locales y foráneos en negocios tan pingües como la guerra o la droga, a ciencia y paciencia de sus seudodemocráticos gobernantes.

En los dependientes países como soberanos que los secundan, aparecen las aportaciones de origen inconfesable a campañas políticas sostenidas con alfileres; condonación de impuestos a evasores multimillonarios y todo el peso de la ley a los causantes don nadie; imposición de multas simbólicas a bancos usureros, mentirosos y lavadores por parte de las autoridades con ellos coludidas; inhabilitación en vez de cárcel a funcionarios corruptos de parte de un régimen fervoroso, pero cómplice.

A lo anterior añádase –por citar el enésimo comportamiento de un incumplimiento que data de medio siglo–, la descarada y sistemática inobservancia de la ley por parte de los concesionarios de televisión y radio, solapadotes de oficio. Aguas, porque para donde te muevas te pican, advirtió un agraviado ciudadano, perfectamente hasta la madre de tantos abusos públicos y privados y de tanta connivencia institucional.

En medio de este escenario impunemente manipulado, los aturdidos taurinos empiezan a resentir los efectos de su autocomplacencia, desunión, protagonismo, autorregulación y torpe desdén por la grandeza del toreo, la bravura, la dignidad animal del toro de lidia y los públicos, así como por una expresión cuya naturaleza exige otra sensibilidad y otros niveles organizativos.