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Ver día anteriorDomingo 29 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Cuando duele el corazón
E

l rostro oculto de una tragedia. El estreno tardío en México de Cuando duele el corazón (Beautiful boy, 2010), primer largometraje del coreógrafo y bailarín estadunidense Shawn Ku, coincide con el fuerte debate que ha suscitado en los medios la reciente masacre de Colorado ocurrida en una sala de cine durante el estreno de Batman, el caballero de la noche asciende, de Christopher Nolan. Dicha discusión se centra una vez más en la ausencia de una legislación que controle la libre adquisición de armas en Estados Unidos, situación denunciada por Michael Moore en su documental Masacre en Columbine (Bowling for Columbine, 2002), y en el papel que pudiera jugar la violencia en el cine y en los juegos electrónicos para avivar en las mentes juveniles un pretendido instinto de destrucción.

El realizador Shawn Ku deja totalmente de lado estas cuestiones y para su película se inspira en el drama vivido por seres cercanos durante la masacre perpetrada en el Instituto Politécnico de Virginia en abril de 2007 por el joven Seung Hui-Cho, aquejado de un severo trastorno emocional, que cobró la vida de 32 estudiantes y maestros.

Para elaborar su ficción, el director y su guionista Michael Armbruster eligen el ángulo que consideran más novedoso: explorar los efectos que un crimen escolar de dimensiones parecidas provoca en los padres del estudiante trastornado, quien tras su suicidio deja muy pocas pistas para explicar su conducta homicida.

Filmada con una cámara de 16 milímetros y movimientos bruscos y nerviosos, como si se deseara transmitir, con insistencia gratuita, el desequilibrio emocional que viven los protagonistas, la película presenta una muy trillada crisis doméstica en la que los padres del joven se encuentran, poco antes de la tragedia, a punto de divorciarse. Las razones son el asunto de innumerables melodramas familiares: Bill (Michael Sheen), un hombre taciturno y callado, entregado de lleno a su trabajo, desatiende a su esposa Kate (María Bello), quien a su vez vive ensimismada en su trabajo como editora de textos, ocupándose ambos muy poco de Sammy (Kyle Gallner), su único hijo, quien llega a los 18 años con carencias afectivas y desequilibrios emocionales que la película aborda muy tangencialmente.

La banalidad de este planteamiento narrativo contrasta con el tratamiento que de una crisis familiar parecida presenta la estupenda cinta Tenemos que hablar de Kevin (Lynne Ramsay, 2011), por los cabos sueltos que deja respecto a la relación de los padres con el hijo, pero sobre todo porque el director parece confundir intensidad dramática con una acumulación de diálogos reiterativos que detallan las etapas de un lento colapso sentimental encaminado a la reconciliación y a la expiación de culpas compartidas. En este terreno la película Sólo un sueño (Revolutionary road, Sam Mendes, 2008), con Kate Winslet y Leonardo di Caprio, brindaba ya una lección de cómo analizar con mayor malicia e intensidad este tipo de desencuentros conyugales.

Servirse de una tragedia como la masacre escolar de Virginia como pretexto o telón de fondo para armar un melodrama doméstico de esta índole, pudiera parecer algo frívolo o irresponsable. Por fortuna, el director explora otros aspectos que vuelven la cinta interesante. Al dolor íntimo y a la cadena de incriminaciones mutuas que vive la pareja de padres agraviados, se añade el aislamiento social al que se ven reducidos por un severo linchamiento moral que rebasa todo lo que pudieran imaginar en materia de castigo. El director observa la tiranía mediática y la curiosidad, morbo o desaprobación que padecen los personajes en los ámbitos laborales y en los espacios públicos, un encarnizamiento próximo a la paranoia colectiva, apenas matizado por la comprensión de familiares cercanos.

Si en algún momento la pareja ignoró el desarrollo emocional de su hijo único, la sociedad en cambio no los ignora en absoluto en el momento de la recriminación y la condena. Hay que ver a Bill (un Michael Sheen formidable), arrinconado y solitario, derribado por el llanto y la impotencia, aceptando el auxilio afectivo de su esposa, para vislumbrar cómo, con una mejor organización de sus recursos narrativos, la película podría haber ganado alguna grandeza artística. Es en esta exploración donde el realizador consigue sus mayores aciertos. Mostrar el desequilibrio emocional adolescente y sus consecuencias funestas es un asunto delicado.

El director Gus Van Sant logró hacerlo con concisión e inteligencia en Elefante (2003). Complicar este asunto con el añadido de un melodrama doméstico vuelve aquí más azarosa aún dicha empresa.

Se exhibe en Cinépolis y otras salas comerciales.

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