Opinión
Ver día anteriorDomingo 29 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La pedagogía de la multa
H

ace un buen número de años, tuve la oportunidad de cruzar el puente internacional entre Ciudad Juárez y El Paso. Por fin, ahí estaba en el famoso Paso del Norte, que había leído en tantas crónicas sobre la frontera. Y cuando me recreaba en un cúmulo de historias y noticias fronterizas, me devolvió a la realidad el conductor de la camioneta.

Al llegar a la mitad del puente, el chofer de El Colegio de la Frontera Norte se puso el cinturón. Sabía perfectamente lo que tenía que hacer. En Estados Unidos era obligatorio el cinturón y si no, venía la multa. No es que se pudieran aplicar, es que sabía que lo iban a multar.

Al regresar de El Paso, después de haber disfrutado de un brunch,el chofer nos regresó a Ciudad Juárez y al cruzar el puente, ya del lado mexicano, tuvo a bien quitarse el cinturón. Es lo que algunos académicos podrían llamar un comportamiento o una práctica transnacional, de alguien que se sabe manejar muy bien entres dos culturas diferentes, con normas, valores, percepciones y costumbres distintas.

La solución a la interrogante de por qué los migrantes mexicanos no tiran basura en la calle en Estados Unidos, cruzan por las esquinas y respetan los altos y los semáforos, es muy sencilla: allá las multas y los biles se pagan. En México, quién sabe. Uno se arregla con el policía, o eventualmente esa posibilidad está abierta, en ambos sentidos. Las cuentas tampoco son muy claras. A uno le cortan la luz si no paga, pero puede colgar un diablito del poste. Ya no digamos el agua, que cuesta tanto traerla y cobrarla.

La diferencia va más allá del lenguaje, es un asunto práctico y en eso los estadunidenses son expertos. En español decimos que se aplicará la ley con todo rigor o todo el peso de ley y a veces se le añade caiga quien caiga. A la hora de la hora no pasa nada. En inglés la expresión que se utiliza cotidianamente es Enforce the law. No se trata de un futurible, un se aplicará; se trata de que la multa se pone y se paga. No hay de otra, no hay discusiones, menos aún negociaciones con el agente de la ley, sea este de tránsito, funcionario o policía. Posteriormente, si uno no está de acuerdo se puede ir con el juez a que solucione el diferendo.

Cuando se dice Is the law se acaban las discusiones, pese a que puedan ser disposiciones ridículas. Se llega al extremo de que en supermercados y en muchos bares, en lugares públicos, como en los aeropuertos, se exige a las personas mayores que muestren su credencial donde se acredita la edad. Y en caso de no solicitarla, porque el mesero o el cantinero obviamente puede comprobar visualmente lo anterior, el empleado puede ser el acreedor a la multa o simplemente lo despiden. Eso no quita que todos los adolescentes tengan credenciales falsas; el hecho es que tienen que presentarla a la entrada del bar. El empleado no puede comprobar la validez del documento.

Cuando viví en Los Ángeles por unos meses, siendo profesor en UCLA, me impusieron tres multas por estacionamiento. La primera porque el coche había quedado unos 20 centímetros sobre la línea amarilla, la segunda porque me quedé dormido y no lo cambié a tiempo para que pasara la barredora los jueves y la tercera porque estaba apurado, lo estacioné frente a mi edificio y no lo hice correctamente. En esa última ocasión me encontré con el agente, le expliqué el asunto y nada. Cada multa fue de 60 dólares, si se pagaba a tiempo. Y tuve que pagarlas, con el dolor de mi bolsillo. Uno no sabe dónde o cómo le hacen, pero siempre aparecen. Es un sistema persecutorio, efectivamente, pero funciona.

En México, los policías van con sus folios y obviamente deben poner multas, pero si lo hacen a todos los que están mal estacionados no acabarían nunca. El Enforce the law en México se da cuando llega el grullero, pero incluso en esa situación se puede negociar.

No es que los estadunidenses sean bien educados, limpios y respetuosos de la ley. Sus coches están llenos de basura y restos de comida. La diferencia es que dejan la basura en su propiedad y nosotros en la vía pública y no pasa nada. La pedagogía de la multa funciona como terapia social.

Tampoco se trata de un asunto cultural o que los mexicanos seamos sucios o descuidados. Se trata de que casi nunca nos cae la multa, por una parte, por otra no hay sanción social; y esto sí es cultural. En Estados Unidos si uno tira basura en la calle o no limpia la caca del perro, hay alguien que está viendo y lo dice.

Es muy posible que esto haya derivado en una sociedad de vigilantes, donde te pueden denunciar por cualquier cosa. Una vez una vecina me recriminó porque no me gustaban los árboles, no entendía qué quería decir. Finalmente me dijo que ella iba a regar el árbol que quedaba frente a la casa, ya que yo no lo había hecho nunca. Era un álamo gigantesco que no necesitaba una cubeta de agua.

En efecto, en Estados Unidos hay una tendencia excesiva al control y en muchos casos se han ido a los extremos. La persecución contra los fumadores ha sido implacable, pero la tolerancia hacia los mariguanos va ganando camino. Existe una fascinación por la velocidad, pero se la reprime cotidianamente a 65 millas por hora.

A eso lleva la política de tolerancia cero. Un vidrio roto invita a romper otro, un coche mal estacionado a que otro se ponga detrás, una esquina con basura incita a tirar más basura. Es entonces cuando funciona la multa y la persecución sistemática, pero en nuestro caso hemos encontrado otras vías. Recuerdo haber visto transformaciones increíbles en esquinas donde se solía tirar basura, pero a alguien se le ocurrió poner, precisamente ahí, una imagen de la Virgen de Guadalupe y santo remedio. Se acabó el cochinero, ahora le ponen flores.

Donde sí se aplican multas es en el IFE, pero al parecer no ha sido nada pedagógico. Finalmente, los partidos las pagan con dinero ajeno, de todos no-sotros. Otro gallo cantaría si se les descontara de la dieta.