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Ver día anteriorDomingo 22 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Siria: barruntos de fin de régimen
L

a violencia que padece Siria desde hace más de un año se ha intensificado a últimas fechas, con enfrentamientos entre rebeldes y fuerzas oficiales en la ciudad de Alepo, la capital económica y la segunda en importancia después de Damasco, así como con la tensa calma que se vive en ésta, tras los choques ocurridos entre opositores y leales al régimen. El telón de fondo de estos choques es el manifiesto debilitamiento del gobierno de Bashar Assad, severamente golpeado tras el atentado del miércoles pasado en Damasco, en el que murieron personajes clave de la elite de seguridad nacional: el ministro de Defensa, Dauoud Rajha; el general Assef Shawkat, cuñado del presidente, y viceministro del mismo ramo, y el jefe de la célula de crisis y ex ministro de la cartera, Hassan Turkmani.

Así, mientras el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas continúa inmerso en una parálisis por efecto de la colisión de posturas entre sus integrantes permanentes respecto de Siria –según lo demuestran las críticas lanzadas en horas recientes por Washington a los gobiernos de Moscú y Pekín, por haber vetado nuevas sanciones contra Damasco– en el país levantino se desarrolla un escenario de violencia multiplicada que hace pensar que el régimen de Assad se acerca a su fin, y no precisamente por efecto de una transición pactada y pacífica, como supuestamente quería la ONU, sino como consecuencia de una guerra civil.

En retrospectiva, es inevitable incluir, entre las razones del fracaso de las gestiones de paz en Siria, la abierta intromisión de potencias occidentales en el conflicto en favor de los opositores al gobierno de Damasco, y la parcialidad de la propia ONU, que no pudo o no quiso desmarcarse de la aventura desestabilizadora emprendida por Estados Unidos y la Unión Europea, elementos que se han sumado y agravado la intransigencia y la barbarie tanto de las fuerzas oficiales de Siria como del bando rebelde.

Ahora bien, los potenciales riesgos de un desenlace del conflicto sirio alejado de las vías pacíficas y soberanas –como habría sido deseable– son evidentes y considerables tanto para la población del país como para la comunidad internacional: mientras que la caída de Assad podría sumergir a la primera en un caos peor al actual, a merced de los escenarios de venganza que suelen suceder a los procesos de derrocamientos de regímenes por fuerzas insurgentes, la segunda podría enfrentar, con el arribo de una oposición heterogénea y dividida al poder en Damasco y con la consecuente percepción de amenaza a los intereses de naciones como Israel e Irán, una ruptura del frágil equilibrio que impera en esa región del mundo.

Aunque la violencia en Siria ha arrojado saldos devastadores hasta ahora –que se cuentan en miles de muertos y desplazados–, ello no significa que el escenario posterior al eventual alejamiento de Bashar Assad no pueda ser peor que el actual, y esas consideraciones no deben pasar inadvertidas para la comunidad internacional –empezando por las potencias involucradas en mayor o menor medida en el conflicto–, y por la opinión pública mundial.