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Estaba muy feliz con el hombre que era: en aquel tiempo se trataba de ser temible, resalta

No quiero ser recordado como un monstruo, señala Mike Tyson

Ahora prefiero que me vean amable y educado, dijo durante una gira de promoción turística en la ciudad de México

Recuerda que el mánager Cus D’Amato le enseñó a controlar sus miedos

 
Periódico La Jornada
Sábado 14 de julio de 2012, p. a13

Cuando Mike Tyson mira hacia el pasado siente vergüenza. El ex campeón de los pesos completos no quiere ser recordado como aquel hombre brutal que subía al cuadrilátero a destrozar a sus rivales. Cada vez que echa mano del ayer como peleador lo hace con expresiones de arrepentimiento.

Le pesa el estigma de ser evocado como un monstruo que alguna vez estuvo en prisión acusado de violación y que, junto con los episodios espectaculares entre las cuerdas, también regresa con aquella escena en la que arrancó con los dientes un trozo de la oreja de Evander Holyfield.

Mi legado en el boxeo no me gusta. Mucha gente me reconoce por lo que hice en el pugilismo, gracias a eso hoy hago películas, aparezco en programas de televisión y pude hacer algo por mi familia, dice en cada oportunidad el boxeador, cuyo aspecto aún parece temible.

Tyson, el hombre del tatuaje maorí en el rostro, trata de modificar en todo momento esa imagen salvaje a la que se le asocia. Demuestra sus modales, habla con respeto, bromea, y denota una curiosidad casi infantil por todo lo que le rodea.

Prefiero que me vean como un hombre amable y feliz, dice durante la gira de promoción turística que realiza por estos días en la ciudad de México.

Pero la mala fama que construyó durante años es imborrable, la lleva en la piel como uno más de los tatuajes que exhibe su cuerpo.

Esa reputación fue planeada

“En aquellos años –cuenta Tyson– yo estaba muy feliz con el hombre que era. Deseaba esa reputación y no la conseguí por ósmosis, sino que fue planeada; se trataba de parecer temible. Yo quería ser ese tipo”, confiesa entre risas.

Por supuesto que no fue gratuita esa imagen: el pugilista aprendió a parecer feroz y a hacerse de una mala reputación para sobrevivir en las calles peligrosas de Brooklyn, donde vivió antes de llegar al estrellato.

A los nueve años ya había empezado a forjar esa mala reputación. A los 12 fue arrestado varias veces y solía estar metido en líos con la policía. Pronto el joven pendenciero se volvió cliente frecuente de prisiones y reformatorios. De ahí, justamente, fue de donde saltó al boxeo.

El entrenador Constantine Cus D’Amato se hizo cargo de aquel chico conflictivo pero con talento para moler a golpes a los contrincantes. El mánager se convirtió a partir de entonces en una suerte de maestro y tutor del joven indómito que era Tyson.

“D’Amato me rescató. Fue como mi padre, si él no me hubiera recogido lo más seguro es que me habrían matado en la calle”, dice con esa devoción con la que siempre habla del hombre que lo hizo el peleador más implacable de su época.

Tyson no es un hombre grande, apenas mide 1.78 metros, estatura limitada para una división en la que sobresalen verdaderos gigantes, pero la carencia de centímetros la remedió con una fuerza desmedida y un espíritu virulento. De los 58 combates que sostuvo en su carrera, 44 los obtuvo dejando al rival inconsciente sobre la lona.

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Tyson reconoce que esa leyenda que tanto le pesa lo ha catapultado como actor de cine y televisiónFoto Xinhua

“No nací con el poder de la pegada. Cus D’Amato fue quien me hizo creer que podía vencer a mis rivales más grandes. Nací fuerte, pero aprendí ciertas habilidades para revertir la desventaja del tamaño”, revela.

D’Amato no sólo le dio herramientas para ser un mejor peleador, sino además domesticó el carácter telúrico del joven Tyson. Le enseñó a enfrentar sus temores.

“Hoy sé cómo controlar mis miedos; fue D’Amato quien me ayudó a canalizarlos”, dice siempre con un tono de agradecimiento al recordar a su maestro.

Lo que era puro instinto en Tyson se transformó en habilidad para ser irreductible en el cuadrilátero. La fama subió con esa misma rabia que mostraba ante sus rivales, a quienes no dejaba hasta verlos completamente abatidos, y a los 20 años se convirtió en el boxeador más joven en ganar un campeonato mundial de peso completo.

No sólo impuso marcas sobre la lona. Nadie antes había amasado tanta cantidad de dinero en el deporte como lo hizo él. La fortuna del ex campeón se calcula que llegó a 300 millones de dólares, pero toda se esfumó al final de su carrera.

El escándalo y la vida patibularia del peleador lo arruinaron. Llevé mi vida al ocaso, repite constantemente.

Hace un par de años la revista estadunidense Details publicó una entrevista en la que el ex peleador confesaba lo difícil que le resultaba convivir consigo mismo. En aquel texto reconocía que después de todo había quedado sumido en la bancarrota financiera y emocional.

Fueron año duros, recuerda Tyson, quien apenas soportaba mirarse al espejo. Mi vida es un pedazo de mierda, era lo único que podía balbucear después de perder todo.

Hay mucha gente que no sabe quién fui en el pasado, que desconoce que era un salvaje en el boxeo, y prefiero que me vean como el que soy hoy día, el que sale en programas de televisión y películas, señala.

Ahora bromea y se muestra educado, incluso ríe cuando le dicen que parece un hombre bonachón. Y a pesar de todo conserva vestigios que recuerdan su lado salvaje. Asegura que el tatuaje que lleva en la cara lo hizo porque se considera un guerrero. Por eso también se tatuó al Che Guevara, a quien admira por su espíritu rebelde.

“Yo también lo soy… depende la situación y el momento”, dice antes de marcharse rodeado de su equipo, todos con camiseta estampada con el tatuaje maorí como logotipo.