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Una luna anclada en el amanecer
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Paul Motian (1931-2011)Foto John Rogers
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Masabumi Kikuchi, Paul Motian y Thomas MorganFoto John Rogers
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Masabumi Kikuchi, Paul Motian y Thomas MorganFoto John Rogers
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Masabumi Kikuchi, Paul Motian y Thomas MorganFoto John Rogers
 
Periódico La Jornada
Sábado 14 de julio de 2012, p. a16

Música de una rara belleza: gotas de lluvia contra el cristal de la ventana; el roce infinitesimal de la extremidad inferior de una grulla mientras se aparea; el callado estallido de un perfume de mujer desde su cuello desnudo.

Sunrise: Alba, Amanecer. Así se titula el nuevo disco de Masabumi Kikuchi y el último de Paul Motian, quien murió dos meses antes de que saliera al público esta grabación, que no obstante habían realizado ya dos años previos él, Kikuchi y el contrabajista Thomas Morgan.

Música zen, hay quien ha nombrado así la contenida en Sunrise. Y por mucho se acerca a una posible definición.

Otras maneras de aproximarse a poner en palabras esta música tan mágica: el suspiro de un hada enamorada; el sonido de la seda contra la piel, última prenda de una dama al desprenderse antes del amor; el sonar de los pétalos de una flor cuando abandona su condición de capullo para convertirse en mil sonrisas.

Estamos ante uno de los discos más hermosos que han aparecido en los meses recientes en los estantes de novedades discográficas.

Pertenece al sello discográfico alemán ECM y sencillamente con nombrarlo sabemos que es garantía de calidad extrema.

Los discos que ha grabado Masabumi Kikuchi se consiguen precisamente en los sellos ECM y su semejante, Winter & Winter también disquera alemana.

Masabumi Kikuchi, llamado cariñosamente Poo por sus colegas, nació en Tokio en 1939. Hoy, a sus 73 años, se le puede ver caminando por las calles de Greenwich Village, donde vive y donde conoció hace una treintena de años a su entrañable amigo Paul Motian, a quien dedica unas líneas conmovedoras en el booklet de Sunrise, como una manera de concluir y de continuar la conversación que dejaron trunca la última vez en el hospital de Manhattan, donde Paul Motian era atendido en la sección de cuidados paliativos y murió de manera repentina para todos, menos para Motian, cuya intuición le decía que el disco Sunrise era su amanecer más nuevo, como define la tanatóloga suiza Elizabeth Kubler Ross al misterio de la muerte: es un amanecer la muerte.

Con Paul Motian a la batería y Gary Peacock al contrabajo, Kikuchi fundó hace tres décadas un trío que revolucionó literalmente y de manera efectiva lo que hasta entonces se había hecho en formato jazz, lo cual es mucho decir, pues tenemos ante nosotros, en la historia reciente, la perfección que alcanzó Keith Jarrett con Scott LaFaro en el contrabajo y... por supuesto: Paul Motian en la batería. El mismísimo Paul Motian.

Y ya que decimos Keith Jarrett, el japonés Kikuchi también gime, grita, gutura, canturrea mientras toca el piano. Y ya que dijimos Jarrett, digamos Cecil Taylor, a quien muchos nombran como uno de los parámetros posibles para el estilo de Kikuchi, aunque el consenso apunta más hacia el maestrísimo Paul Bley, ese genio hacedor de música siempre tan sublime, tan cercana al momento definitivo del Nirvana.

Avant garde es otro término que suelen utilizar quienes intentan, en vano, poner en palabras el estilo Kikuchi. Ignoran que la humildad zen de este maestro japonés lo llevó a declararle a su amigo Paul Motian en el hospital donde el baterista agonizaba: es que no tengo estilo, tengo pensamiento.

Pensamiento musical. El solo nombrarlo ha llevado a otros teóricos a descalificar, sin proponérselo, en su afán por formular en palabras, a Kikuchi: cerebral. Tómela, barbón.

Como buena música zen, el arte de Masabumi Kikuchi no necesita definiciones. Busque el amable lector las obras maestras (ya en las tiendas físicas, ya en iTunes) de este pianista singular: Experiencing Tosca, de 2002, donde celebra, con música abstracta, el genio de Puccini de manera inimaginable. Imperdible también, Chansons d’Edith Piaff (1999) y sobre todo el colosal First meeting, el álbum más celebrado del trío Luna Anclada (Tethered Moon) con sus episodios donde el escucha parece levitar y observa, sí, observa la música que surge del contrabajo acústico como una neblina, una brumilla apenas perceptible y en formación que se cierne sobre un lago a la medianoche de la luna en cuarto menguante, y a la batería del maestro Paul Motian como el reflejo de esa luna sobre el centro del lago, imagen que embrujó de por vida al poeta chino Li Po, quien encontró gloriosa muerte, ahogado cuando caminó hacia el centro de ese lago en pos de aquella luna.

Una música que de tan bella hace llorar.

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