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Ver día anteriorDomingo 8 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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A la mitad del foro

Adiós mamá Carlota

C

uentan, recuentan y vuelven a contar. Las abuelas que vivieron los festejos del Centenario y gozaron escenas del cine mexicano, imágenes, diría Renato Leduc de Cuando era Dios omnipotente y don Porfirio Presidente: La aritmética no peca: dos Hidalgos, un Azteca. Y hoy contamos voto por voto y algunos olvidan que en las casillas empieza y termina el acto soberano de votar. Quien ahí no proteste, o presente ahí su queja, acabará contando palos, picos y azadones; cuentos para asustar niños y para ilustrar la diferencia entre la vocación política y la voluntad de poder.

Nadie se equivoque. No alimentemos la furia de los anarquizantes que navegan y dominan el coro en las redes sociales. Andrés Manuel López Obrador y sus dóciles, pero ineficientes allegados, están en su derecho de impugnar las elecciones del 1º de julio y denunciar las irregularidades, abusos, trampas y delitos del vencedor. Sobre todo si es del PRI, cuyo retorno aterrador invocaron en alianza antinatura la derecha extrema y la izquierda dispersa. Gallina que come huevo, aunque le quemen el pico. O como el alacrán de la fábula que pica a la rana a sabiendas de que se ahogarán ambos a la mitad del río, porque está en su naturaleza. Ni modo. Los tres partidos en pugna y el añadido utilizaron la palabra cambio con unción de rezadoras del rosario. Y se olvidaron del cambio de régimen.

Y se olvidaron del cambio a la legislación electoral de hace unos años, la que siguió al desastre de 2006 y las tomas idénticas en la vergonzante protesta, una en la penumbra y por la puerta trasera; la otra en la calle, en la plaza que milagrosamente debería dejar de ser de la Constitución para transmutarse en Constituyente. En las urnas quedó el voto de más de 50 millones de mexicanos que eligieron, dieron su mandato para constituir un gobierno en el que la división de poderes se confirme, se impongan los pesos y contrapesos y el titular del Poder Ejecutivo no disponga de mayoría absoluta, se vea ante la obligación primaria, razón de ser de quien atiende a los asuntos de la cosa pública: hacer política. Ni los que obtuvieron más votos, ni la izquierda que vio aumentar los suyos, ni los del tercer sitio pueden desdeñar que en la república no tienen derechos, tienen los funcionarios estrictamente las facultades que la norma expresamente señala.

Primero, la izquierda. Porque es la que está ante el mayor riesgo. López Obrador y los suyos tendrán que llegar hasta el límite que marca la ley. Quedó atrás el contar y recontar los votos. Ahí no está el fraude, reconocen con reticencia los de la feligresía; lo saben quienes hacen política como si se tratara de algo más que alcanzar un puesto para compartir el botín. Bounty, dicen los politólogos en inglés. El reparto de las ganancias es inherente a la democracia representativa. Cargos, empleos y otras cosas. No todas indebidas, inmorales, fruto de la corrupción. Aunque siempre esté ahí el viejo unto de indias, el unto de la expectativa, atributo del priato tardío, según el sabio Monsiváis. Los conversos de la izquierda que predica virtudes individuales y deja para después las sociales, dieron con el demonio que explota por igual el vicio y la virtud: el dinero.

Ahí está el fraude, dicen. Y el zacatecano Monreal litiga en busca de una condena en el tribunal electoral, sentencia para una ilegalidad cuyo castigo no conlleva la anulación de las elecciones. Haría falta haber denunciado y comprobado que las hubo en 25 por ciento de cada casilla; luego en 25 por ciento de todas las casillas, para que se anulara el proceso. Lástima, porque en Zacatecas, tierra de Ricardo Monreal, la izquierda perdió hasta el modo de andar. Lástima, porque todos los partidos votaron las reformas recientes y ya hubo cuento y recuento. Pero, sobre todo, porque el dinero del diablo se concentra cada día en menos manos y hay más mexicanos que no lo ven ni pasar, que sobreviven en el hambre, que no tienen centavos suficientes para pagar una de las miserables canastas básicas que diseñan, programan y recetan los elegantes tecnócratas y polkos.

Mucho ganó la izquierda este año. Para empezar, en Tabasco ganó el experimentado y buen político Arturo Núñez; en la tierra del líder, del estratega de la república amorosa; donde el peso de Garrido Canabal y de Carlos Madrazo se les atravesó y López Obrador perdió dos elecciones de gobernador. Y en Morelos, sin sorprender a nadie, porque el PRI se encargó de perder y la izquierda hizo larga, tenaz, eficaz campaña, ganó Graco Ramírez: segundo gobernador del PRD que no proviene del PRI, del desgajamiento del tronco común. La primera fue Amalia García, en Zacatecas. Los demás, como decían los caciques huastecos, traen el fierro tricolor en la frente. Graco a lo suyo. Aunque en Morelos, tierra de Zapata, el agrarismo se refugió en los campos de golf, en las fotografías que adornan oficinas públicas y en la visión romántica de tecnócratas y otros elegantes neoliberales y reaccionarios de cepa, que bautizan un hijo con el nombre de Emiliano.

La otra victoria de la izquierda fue en el Distrito Federal. Y ahí, Miguel Ángel Mancera obtuvo más de 60 por ciento de la votación. No es militante del PRD, ni del PT, ni del Movimiento de Dante. Candidato sin partido, por obra y gracia de las encuestas, hoy declaradas instrumento del gran fraude nacional, que hicieron a Andrés Manuel López Obrador candidato a la Presidencia, y a Marcelo Ebrard, príncipe heredero, en línea para 2018, bajo tutela del consejero áulico Manuel Camacho Solís. Por cierto, éste será senador con el manto protector de la pluralidad y sobre todo de la tenacidad, dúctil en este caso, de López Obrador. El abogado Mancera será jefe de Gobierno del Distrito Federal. Bastión imbatible, fuente de poder y de recursos de la izquierda que volverá a buscar el mandato nacional para un gobierno popular.

Ya se va la derecha ultramontana. El panismo vuelve a la sacristía, a buscar el cáliz de la brega de eternidad, del prestigio de la legalidad como única vía al poder. Se van tras seis años del sainete de Vicente Fox, personaje creado para encarnar al ranchero criollo en la cuna de la Cristiada. El Maquío era vigor de la burguesía rural del noroeste. Y ahí están los hijos, al servicio de Enrique Peña. Se van en plena euforia de Felipillo santo, quien se declara prócer nacional, presidente constructor, legislador, transformador de la realidad; asegura que es un hecho el seguro de salud universal. Y mariscal de valor incomparable; Iturbide y Miramón fueron simples heraldos de su arribo al campo de batalla.

Pero The Washington Post anticipa que Felipe Calderón se va a vivir fuera de México. Que el comandante en jefe de la guerra antinarcóticos respaldada por Estados Unidos sugiera que no hay seguridad para vivir en su patria, es una revelación asombrosa, y podría verse como admisión de fracaso. Pobrecito presidente, dijo hace unos años el patriarca del Pan Bimbo. Pobrecita Josefina, en el cónclave de Los Pinos, donde los jerarcas sombríos esperan otro sargento Pío Marcha. Algunos sonríen, como el de Jalisco, despedido en su tierra con un coro de mentadas de madre.

Poco de Enrique Peña, por ahora. Es el candidato que obtuvo mayoría de votos. Faltaban los parabienes de la izquierda de la América nuestra. Dilma Rousseff del Brasil ya había invitado a Peña Nieto a reunirse antes de la toma de posesión. Raúl Castro de Cuba y Hugo Chávez de Venezuela, ya lo felicitaron. ¡Terca que es la realidad!