Opinión
Ver día anteriorMartes 3 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

El cuerpo de la música

T

ania Pérez-Salas, bailarina y coreógrafa mexicana de gran talento y gusto musical, “viento en popa y a toda vela cargada de reconocimientos, premios, becas y experiencias con su compañía, se perfila ya en el terreno de las ligas mayores a escala nacional e internacional. La música le habla, y ella hace hablar al cuerpo.

La capacidad de Pérez-Salas es indiscutible, pues no sólo tiene el poder creativo, sino de organización y conducción de una compañía con espléndidos bailarines, diseñadores de escenografías, ambientes, luces, musicalizaciones, vestuarios, maestros, finanzas y todo tipo de trucos escénicos capaces de transportar al público al verdadero ámbito de la imaginación con la mejor tecnología y pulcritud.

Evidentemente, su creatividad la ha llevado al plano personal agotador y minucioso de la planeación y desarrollo de objetivos concretados con el velo de la imaginación, la técnica y la tenacidad que sólo una verdadera pasión por la danza hace posible.

Afortunadamente su escuela y desarrollo no creció bajo la égida de la poderosa imposición de la técnica corporal y conceptos creativos instalados en toda la República por más de 60 años, con notoria obsolescencia y limitaciones, por lo que puede decirse que su trabajo habla de la libertad creativa, conceptual y cultural, lejos de la demagogia retórica de los círculos de poder, en descomposición y agotamiento desde hace décadas.

Tania Pérez-Salas, en plena madurez artística, ofreció tres funciones en el Palacio de Bellas Artes, del 28 al 30 de un lluvioso y agitado junio, con un público que se entregó de lleno al aplauso sin distorsiones guturales, hijas de la histeria o del estilo fans roquero, tan falso como molesto, que parece haber inundado el gran teatro en los tiempos recientes. Puede decirse que la bailarina es una triunfadora aquí y donde se presente, porque su trabajo es verdadero, sincero y de gran calidad.

El programa consistió en tres obras de larga duración y compromiso total. Así, Las horas, Éx-Stasis y Las aguas del olvido, siempre vigentes, forman parte de un repertorio, digamos clásico, de la autora, sin duda en el gusto del público, como se demostró en esta breve temporada.

Uno de los importantes talentos de esta artista es hacernos sentir un lenguaje, una gramática corporal fluida y poderosa, llena de matices y posibilidades sinfin, en el que va tejiendo, paso a paso, un simbolismo de impactante fuerza en su sensualidad sin timideces, tanto como su energía, suavidad e imaginación general, tocando efectivamente la más profunda raigambre de la siquis.

Tania Pérez Salas parece penetrar la música y el espacio; las evoluciones de su diseño coreográfico se funden de manera natural en cada secuencia con la espontaneidad de lo genuino y la seguridad de una perfecta simbiosis creativa de todos los elementos del espectáculo, que aluden sin duda a la naturaleza humana.

La labor de Alejandra Llorente, y los bailarines Mattehew Bailey, Tzitzi Benavides, Nicole Erickson, Stephany Girón, Emir Mesa, Clinton Edward Martin, Tatiana Martyanova Sarah Matry Guerre, Emir Meza, Sergio Nares, Arianre Roustan, Roberto Solís, Myrthe Weehuizen, Kei Tsuruharatani, no hacen sino demostrar la diversidad de nacionalidades que se amalgaman perfectamente en un oficio profesional excelente, así como la maravillosa iluminación y escenografía de Xochitl González Quintanilla, la presencia de mi querido Jorge Cano –colega de tantas andanzas de la danza–, técnicos, maestros y asistentes que componen la plantilla de esta hermosa compañía, pero cuyos nombres –ahí está el detalle– desgraciadamente no se pueden leer porque las letras, pequeñísimas, están deslavadas, como patitas de araña blanca sobre fondo negro en un buen diseño, pero impresas con ese gran defecto.

El aplauso final fue enorme; mientras, un precioso niñito, hijo de Tania, entregaba a cada bailarín una bella flor, y el público satisfecho, cargado de sonrisas, comentaba encantado la función.

Al salir, con esa sensación de tiempo ganado, una resolana quemaba el mármol de la fachada del Palacio de Bellas Artes, en cuya explanada pululaban mucha gente joven; manifestantes en profusos ríos de gente, unos por la libertad sexual, otros por la libertad de las comunicaciones y algunos por la pachanga. Fue una buena tarde.