Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 3 de junio de 2012 Num: 900

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Letras adolescentes
Textos desde la Comunidad
de Diagnóstico Integral
para Adolescentes del DF

La poesía y el
poeta en Hidalgo

Ricardo Yáñez entrevista
con Omar Roldán Rubio

Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
Núm. anteriores
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Letras adolescentes


Jóvenes contra el VIH, durante el Dance 4 Life en el Zócalo. Foto: José Carlo González/ archivo La Jornada

Hacia septiembre del año pasado, a un grupo de compañeros de la Dirección General de Tratamiento para Adolescentes del DF se nos ocurrió hacer un concurso de cuentos en las Comunidades para Adolescentes en Conflicto con la ley del DF, aún conocidas popularmente como tutelares o correccional para menores. La convocatoria duró un mes y llegaron unos 360 cuentos escritos por nuestros jóvenes. Conviene recordar que ellos, antes que cualquier otra cosa, son excluidos sociales.

Al final del proceso, las escritoras Ana Clavel y Francesca Gargallo, juradas de lujo, hicieron una selección de los cuentos ganadores, escritos por chicos a los que como reconocimiento se les obsequiaron libros.

El concurso es parte de las acciones que se promueven en las seis Comunidades que hay en Ciudad de México para propiciar que los poco más de 5 mil jóvenes (setecientos de ellos internos) en el sistema de justicia, lean, mediante talleres de Bunkos, de Paralibros, con la presencia de cuentacuentos, la impartición de clases de literatura, así como la asistencia de connotados miembros del gremio, como estrategias docentes en el proceso para la regularización escolar y formación sociocultural.

He aquí, pues, una muestra de los cuentos, que son publicados sin correcciones sintácticas, de redacción o “estilo”, es decir, tal cual fueron concebidos por sus jóvenes autores.

Raquel Olvera Rodríguez

Directora General de Tratamiento para Adolescentes del DF (www.detm.df.gob.mx).


Niña limpia vidrios en Reforma.
Foto: José Carlo González/ archivo La Jornada

La creación de la violencia

Martínez Cruz Ricardo, Cuajis

Todo esto empezó el 28 de septiembre de 1992, en una familia pequeña, integrada por papá, mamá, tres varones y una niña, la más pequeña de la familia.

El piloto de esta familia era Mario, el papá. Él era el que decía la última palabra, pero no antes de consultar a mamá e hijos.

Todo marchaba muy bien. Claro, siempre había problemas, pero nada que no resolvieran papá o mamá.

Un día viernes por la noche como a eso de las 9:45. Mario llegó del trabajo muy agotado, apenas podía mantenerse de pie, se tiró al sillón como desmayado. Claudia, la mamá de la familia pensó: pobre de mi querido esposo, está muy cansado; Claudia le quitó los zapatos y los acomodó abajo en un rincón de su cama de Mario y Claudia.

Claudia agarró el último billete que les quedaba, que era uno de doscientos, se queda pensativa y dice en voz alta, ¡aunque se enoje Mario y me moje, tengo que ir a la panadería de Macario!

Quedó pensativa otra vez. ¡A poco porque Macario no quiere que salga ni a la esquina no van a cenar mis hijos, pues no, ahora voy a ir antes de que sean las diez y cierre don Macario.

Apenas Claudia llegó cuando Macario ya iba a la mitad de su gran cortina. Gritó: ¡voy a comprar pan blanco! Qué a tiempo llegaste, Clau, y no es necesario que me grites, te escucho a la perfección, estás a un metro de mí.

Claudia tratando de respirar tranquilamente, pidió 30 pesos de pan blanco, 20 pesos de dulce y dos litros de leche. Claro, hija, nada más que ya no voy a abrir mi cortina, está muy pesada, pero te agachas tantito y así te despacho.

Con la tormenta, truenos y relámpagos, Mario se despertó y comenzó a preguntarles a sus hijos: ¿Mamá dónde está? Ellos no respondieron. Mario ya muy enojado, desesperado empieza a buscarla en baño, recámara, azotando las puertas, aventado las cosas. Maldiciéndola, ¡hay qué mujer con la que me vine a casar!, ¡es una hija de su mamacita linda! Ahora que llegue va a ver, le va a ir como en feria.

¡Pinche Clau, cómo deja a mis hijos solos! Seguro que cuando yo estoy partiéndome la espalda, ella ha de andar de loca, pero ahorita mismo la voy a ir a buscar.

Mario sale muy enojado, enciende su auto y empieza a darle tales acelerones que sale disparado por la calle, al dar la vuelta en la esquina ve que va saliendo Claudia de la panadería de Macario, sintió tantos celos que en ese momento hubiera deseado tener dos pistolas, la primera para descargarla en la cabeza de Macario, la segunda para vaciarla en el corazón de ella; lo peor, pensó Mario, es que quieran verme la cara con la pinche cortina a la mitad, con razón me escondió mis zapatos, pero ahorita llegando a la casa no sabe lo que le espera a la condenada.

Mario se dirige hacia donde se encuentran Claudia y Macario, abre la puerta del copiloto, diciendo muy tranquilo, súbete, mi amor, para que no te mojes más. Llegando a la casa cambia de actitud, y dice, ya sé todo, ¿te crees muy inteligente? ¡Ya sé por qué escondiste mis zapatos! ¡Te querías ir con ese panadero! ¿Acaso es mejor en la cama que yo? ¡Ah, como últimamente no hemos tenido relaciones porque he llegado muy cansado preferiste meterte con el panadero!... Y de seguro también con el lechero, ¿verdad?

Claudia muy enojada le contesta, estás malinterpretando las cosas, Mario. No, Claudia, dice Mario, ya me di cuenta de la mujerzuela que eres, mañana tomas tus cosas y te vas, no quiero ni verte.

Claudia llorando toma sus cosas. Sus hijos le dicen, ¡no te vayas mamá! Ella les dijo, yo voy a estar bien, sólo quiero que su papá se dé cuenta del error que ha cometido. Yo vendré a verlos todos los días.

Luego de tres meses, llegando Mario del trabajo, encontró a Macario y le dijo, te pasas, compadrito. Macario le responde: no, mejor te invito a comer y platicamos. Llegaron a casa y charlaron de lo que había pasado ese día. A Mario le cruzó por la cabeza una sola pregunta: ¿Qué hice? ¡Malditos celos! En este momento tendré que pedir ayuda a un especialista. No puedo desconfiar de la mujer de mi vida, la mamá de mis hijos. Iré a hablar con mi esposa, le diré que tuve un gran error, que los celos me hicieron pensar de otra manera, que tengo un problema y necesito ayuda. Así también ella me guiará a confiar nuevamente.

Claudia regresó, apoyó a Mario y salieron adelante con sus hijos. Todo vuelve a ser como antes. Ahora hay confianza en ese núcleo familiar, que es lo más importante.


Festejo del primer aniversario del programa Jóvenes en Impulso del Instituto de la Juventud, Zócalo de Ciudad de México.
Foto: Cristina Rodríguez/ archivo La Jornada

Las consecuencias con violencia

La diablita de la comunidad

Cuando estaba muy chiquita, mi mamá peleaba mucho con mi padrastro, él siempre le pegaba sin que ella dijera algo. Una vez, cuando estaba con mi mamá en la calle, mi padrastro le pidió dinero, mi mamá no quiso darle porque lo iba a ocupar para cosas mas importantes para la casa, de repente le dijo: dame dinero o si no te voy a golpear, de repente sacó el cuchillo y la pico en la mano, mi mamá empezó a chillar, rápidamente fuimos a la casa, le dije: se pasa mucho de pendejo, ya demándalo… ¿cómo lo puedes aguantar?

Al siguiente día vi por la ventana a mi padrastro peleando con mi tío porque vio cómo le había pegado a mi mamá y se desquitó con un desarmador, le pegó en su nariz, se la rompió, como habían muchas patrullas, se acercó a un patrullero, rápido se fue a la agencia a demandarlo, lo subieron a la patrulla, mi mamá lo metió a la cárcel, como a los tres años salió y fue a mi casa a romper los vidrios, a tirar todo lo de la cocina, a parte de eso a robar todo lo que se encontró, mi mamá salió y le pegó otra vez y la estaba ahorcando, su misma hija sacó un arma, le dijo, suéltala o te disparo aunque seas mi papá, ya estuvo que te pases con ella, la retó y sí le disparó, su papá tuvo que soltarla, cuando de repente llegó una patrulla, vio lo que estaba pasando en la cuadra, se acercó hacia mi mama y hacia mi padrastro, le dijo que está pasando señora, mi mama le contesta al patrullero me estaba pegando, le dijo al señor “otra vez usted… ya fue mucho”, lo subieron a la patrulla y otra vez cayó a la cárcel, así era siempre, parecía que su casa era la cárcel, pero él quiso su destino así, como si nunca quisiera tener una familia, yo creo que todo mal tiene su consecuencia.

Cuando salió quiso regresar con mi mamá, pero ella lo odiaba mucho, le dijo “¿Qué haces tú aquí? Tú no tienes nada que hacer aquí, deberías estar muerto por todo lo que me hiciste.”

Viera que a parte de eso ya estaba casada mi mamá con otro que no le pegaba ni la trataba mal, ni le quitaba el dinero, mi mamá hasta la fecha sigue casada por el civil, me gusta verla feliz.

End (¿????)


Niños en situación de calle se dan un relax en el albergue instalado en la delegación Cuauhtémoc.
Foto: J. Guadalupe Pérez/ archivo La Jornada

Las cosas como son

Luna Campeche

A algunas las detienen siendo inocentes, que son pocas. Hay muchas que sufren agresiones físicas, emocionales y verbales ¿Creen que tienen derecho los policías de agredirnos tan sólo por ser delincuentes? Yo digo que no, porque somos seres humanos y todos hemos cometido un error, aunque sean poderosos, ellos no saben por qué robamos, matamos, secuestramos o vendemos drogas, existen muchas razones por las que actuamos así.

Pero la cuestión aquí es que ellos no son nadie para humillarnos, ni despreciarnos o juzgarnos, porque algunos son iguales o peores, pero lo peor es que ellos ya saben lo que quieren y nosotros los jóvenes apenas estamos creando nuestra propia identidad, pero en fin, les voy a contar una historia sobre estas cuestiones.

Yo tenía catorce años y empecé a juntarme con chavos y chavas de mi colonia, la gente decía que no me juntara con ellos porque vendían droga, robaban y me iban a meter en problemas, yo no le creí a la gente. Un día, estábamos todos moneando, fumando mota y algunos con la piedra y el pase, ese día fue la primera vez que “monié” y sentí chido. En ese momento mis amigos se echaron a correr, yo no sabía por qué y me quedé como si nada, en ese momento vi de cerca tres patrullas, en una de ellas venía una señora que me acusó de que había matado a su hija, yo no sabía de que hablaba y le dije que estaba equivocada, contestó que yo era, que no me hiciera tonta, que me había visto, yo le dije que no, que ella estaba inventando, los policías le creyeron más a ella y me subieron a la patrulla, yo iba llorando, me empezaron a insultar a diciéndome “pinche viciosa puta” ahora te vas a chingar por asesina y se rieron de mí, yo sentí feo porque no lo había hecho.


Niños en situación de calle inhalando cemento.
Foto: José Antonio López/ archivo La Jornada

Cuando llegué al Ministerio Publico me explicaron que iba a pasar unos días detenida porque había cometido un delito, luego me pasaron a servicio médico para ver que drogas había ingerido, también me llevaron a una celda, era helada, como si nunca hubiera estado alguien ahí, recuerdo que había una cama hecha de piedra y al lado una taza de baño, su olor era desagradable, me sentía horrorizada, como si estuviera en un laberinto sin salida, al otro día me trasladaron a un lugar ubicado en Obrero Mundial, un lugar especializado en adolescentes, ahí me explicaron lo que estaba sucediendo, primero me preguntaron mi nombre, yo les contesté Utiel Ramírez Salas, después me preguntaron cuantos años tenía, yo le contesté que tenía catorce años, después me dijeron que me acusaba Josefina Martínez Contreras de homicidio en contra de su hija Michel Martínez Reyes de quince años y que fue con arma blanca, en ese momento quedé pasmada y no supe qué decir, y dije que había sido yo, no sé por qué dije eso, me dijeron que me que me iban a trasladar a una comunidad de mujeres y ahí iba a llevar mi proceso, en la noche me trasladaron, me recibió una guía y me explicó que tenía que respetar a las guías, pedir las cosas por favor y dar las gracias, después me llevaron a servicio médico, a jurídico y al último a un cuarto llamado observación, me despojaron de mis pertenencias y me dieron uniformes, playera, zacate, jabón ropa interior, etcétera. Me puse a pensar que me iban a dar comida echada a perder o me iban a pegar, pero no pasó eso. Al otro día me despertaron a las 6:00 am para bañarme, hacer el aseo y después nos dieron de comer, me sorprendí porque la comida estaba muy rica. Pasó todo el día y no me pegaron, no era como contaban allá afuera, era todo diferente.

Pasaron cuatro días y me trasladaron a diagnóstico, ahí conocí a muchas chavas que me preguntaban por qué venía, yo nunca les conté, pasó un mes y me dieron mi sentencia de tres años ocho meses, sentí feo pero dije que de esto debería aprender y cuando saliera iba a ser diferente y no quise apelar, cinco días después me bajaron a tratamiento y me dieron un programa.

Cuando me bajaron me aísle de mis compañeras, me gustaba estar siempre sola, a veces me ponía a pensar yo sola de lo que me había pasado, a la vez yo decía, por no tener mamá ni papá, y me puse a estudiar belleza y mi secundaria y acabé mi prepa, esos tres años ocho meses que me habían dado no los cumplí, salí a los tres años, por mi buen comportamiento, esos tres años se me fueron rápido. Cuando salí vi la calle de nuevo después de tres años, me puse contenta por todo lo que aprendí adentro, afuera me fui a casa de mi prima, ella me recibió encantada, a tres días me conseguí trabajo con una amiga de ella que tenía un restaurante, ganaba bien, con el dinero que ganaba estaba juntando para poner mi estética, pero me encontré con unos chavos que me hicieron la plática y se las seguí. Después de un rato de plática me invitaron a una fiesta y me dijeron que no faltara. Yo fui, me puse a bailar con ellos, tomamos y todo mi plan de vida se vino abajo, porque empecé a salir más seguido y tomaba. Un día me invitaron a robar y fui con ellos, robamos y sentí chido, emocionante, desde entonces empecé a robar y no me importaba nada, después me entró la idea de vender droga y si lo logré, era la “mera mera”, todos me respetaban, sentía bonito empecé a ganar mucho dinero, después le entré al secuestro, ganaba bien, empecé a hacerme de mis cosas.


Jóvenes de diferentes grupos de las llamadas tribus urbanas, se dieron cita en
la glorieta del Metro Insurgentes, para participar en el evento convocado por el Instituto de la Juventud del DF denominado Vive y Deja Vivir, el 26 de marzo de 2008. Foto: Roberto García Ortiz/ archivo La Jornada

Un día fui a una fiesta y conocí a un chavo me hizo la plática y como a mi me gustó, se la seguí, ese mismo día tuve relaciones sexuales y nos hicimos novios, duró solamente un mes, después de ahí no lo volví a ver, desde ahí prometí no volverme a enamorar porque sí me enamore de él. Pasó el tiempo y cada vez me respetaban más y más, un día me encontré con la señora que me había acusado de homicidio, se me quedo viendo y yo a ella y recordé de lo que pasé por ella, y le dije se acuerda de mí, yo con lágrimas en mis ojos y ella me contestó perdóname, me equivoqué, perdóname, y le dije que no, que me las iba a pagar y le solté un balazo en la cabeza, fue la primera vez que había hecho eso y sentí una satisfacción y perdí el miedo.

Un día conocí a otro chavo, fue mi segunda relación sentimental, pero duré un año con él y termine con él. Pasó un mes y hubo una balacera por mi colonia, donde yo también participé y me dieron tres balazos seguidos, el primero fue en mi pierna, el segundo en el estomago y el último, el que acabó con mi vida fue en mi cabeza.

Ahí se acabó mi vida y la del bebé que tenía en el vientre. Si hubiera aprendido de mi experiencia que me encerraron siendo inocente, no hubiera pasado esto, morí muy joven y con una bendición. Me arrepiento, hubiera formado una familia y no hubiera causado tanta violencia en mi vida y no hay que seguir a los demás.

Marcas que no se olvidan

Meneses Tovar Jordan Omar, Viper

Esta historia es la historia de un joven, o más bien de un chavo de diecinueve años, empleado de medio tiempo y también estudiante de prepa. Hasta este momento suena muy bien, pero su verdadera identidad la daba a conocer en las calles, pues hay más cosas en una persona que la de estudiante o trabajador; él era un adicto al alcohol y a las drogas, todos se preguntarán ¿por qué era adicto si estudiaba y tenía trabajo? Pero más allá de eso, él sentía que las drogas serían su refugio ante sus problemas familiares, puesto que toda su niñez y parte de su adolescencia vivió con su mamá y su padrastro.


Adolescentes de secundaria, bailan y se divierten en la Fiesta de fin de Curso sin Alcohol, realizada en la explanada de la delegación Iztacalco. 8 de julio de 2011.
Foto: Roberto García Ortiz/ archivo La Jornada

Desde muy pequeño se dio cuenta de que la vida era muy corta y fácil de perder, con la experiencia que tuvo al perder a su papá, cuando tan sólo tenía cinco años. Con el paso del tiempo, su mamá tuvo otro esposo, y él un padrastro, pues no era tierno, lindo y responsable como aparentaba, el chavo se dio cuenta de su verdadera identidad: un señor enojón, que disfrutaba molestarlo sin motivo alguno, siempre que algo no le salía bien se desquitaba con su mamá, la golpeaba hasta sangrar, el chavo siempre trató de defenderla, pero por ser pequeño y débil, siempre lo hacía a un lado. Con el paso de los años acabó la primaria y la secundaria, pero los problemas eran cosa de rutina diaria, hasta que el chavo se hartó un día en que su mamá y el padrastro discutieron muy fuerte de la economía de la casa, y como de costumbre, él no sabía escuchar, lo único que hacía era arreglar todo a golpes. Ese día el hijo se llenó de todo el odio y rencor que le tenía y sin dudarlo ni por un segundo se lanzó a los golpes y noqueó a su padrastro. Cuando recobró el conocimiento, la furia del padrastro fue tal que lo corrió de la casa, el chavo se fue preguntándole a su mamá si lo seguiría, pero ella no quiso irse. El chavo pensó que su madre lo traicionaba. Entonces se fue a hacer una nueva vida, aunque lo anterior lo marcó. Ahora él toma y se droga, según “para olvidar”.


Emos en la glorieta de Insurgentes.
Foto: Yazmín Ortega Cortés/ archivo La Jornada

Una historia sin fin…

Fer

Había una vez una niña bonita que vivía en un reino muy lejano en la ciudad de México, esa niña tenía una hermana, eran las hijas de un buen matrimonio muy trabajador, porque el padre tenía mucho en mente y decía que quería un buen futuro para sus hijas, pero cuando ellas empezaron a crecer y se daban cuenta de que ese matrimonio ya no iba tan bien, sucedieron muchas cosas, un día la madre se fue de la casa, su hija la más pequeña se dio cuenta de que su madre se había ido, ella lloraba mucho por ella, la extrañaba y lo único que quería la niña era que su madre regresara pero cuando ella veía a su madre le decía: mami regresa, me haces falta, nada es como cuando tú estabas, pero la madre le decía que no podía regresar porque las cosas entre su padre y ella ya no funcionaban. Cuando el padre estuvo a cargo de sus hijos, les decía que nunca las iba a dejar solas –siempre voy a estar con ustedes… El padre se preocupaba por sus hijas, a la más pequeña la quería mucho, la llevaba al kínder, la peinaba, y a su otra hija la apoyaba en todo lo que él podía, pero pasaban los meses y la madre no regresaba. Pero un día menos esperado, la madre llegó al cumpleaños de la hija pequeña y para esa niña fue el regalo más preciado del mundo el volver a estar y tener el cariño de su mamá, pero ella y su hermana pensaron que todo iba a cambiar, que ya nada iba a ser como antes, hasta que un día el padre se sale diciéndoles a sus hijas que se iría a trabajar, pero pasaron las horas y el padre no regresaba… De repente la abuela les avisa que habían detenido a su padre, las hijas pensaron que se les había acabado el mundo, pero como las hijas eran pequeñas, la madre les decía que su abuela no sabía lo que decía y que su padre regresaría cuando ellas durmieran –cuando despierten él estará aquí.

El padre no regresó, pasaron meses y meses, la madre se va de la casa y se lleva a sus dos hijas, las tres vivían en un departamento lejos de la familia de su mamá y de su papá. Con el tiempo la madre veía que sus hijas crecían y cuando una de ellas, la más grande, cumplió dieciocho años, le dijo a su madre que se iría de la casa porque quería formar una familia, pero la madre le decía que no, que todavía no tenía la edad suficiente, pero ella decía que no, tenía todo lo que necesitaba… Un día llegó un hombre a su vida del cual se embarazó, se fueron a vivir juntos y tuvieron una niña.

La madre y la hermana pequeña vivían solas en un departamento hasta cuando se metieron en muchas cosas de las cuales tuvieron un grave problema… Detuvieron a la hija y a la madre un 12 de noviembre como a las 5 de la tarde, las tuvieron en una delegación, después a la menor la trasladaron a un centro de readaptación, lugar donde está aprendiendo muchas cosas buenas, de su madre lo único que supo es que también está en un centro de readaptación y la menor aún sigue en el centro de readaptación aprendiendo muchas cosas, en un largo tiempo saldrá de ese lugar.

Y como esta historia no tiene fin, aquí termina…


Foto: Cristina Rodríguez/ archivo La Jornada

La ñerita

La solitaria

Mi bandita y yo somos desmadrosos, nos gusta salir todas las noches a cotorrear un rato y a veces salimos en pleito por el novio o por la novia, deberían de ver la madriza que nos metíamos unos a otros, pero al final de todo nos encontentábamos, nuestro barrio es en la Guerrero, donde todo es violencia y no puede haber ningún día que esté bien, somos muchas pandillas y cada que nos encontramos por las calles se arma el desmadre. Zara y yo salimos bien golpeadas de las tocadas por las viejas de los güeyes de las fiestas, porque según andamos de zorras con ellos, pero eso no es cierto, la verdad nosotras no tenemos la culpa de estar tan buenas y de que esos mequetrefes se nos avienten como perros hambrientos… puff creo que se escuchó un poco vulgar eso, jaja, creo que me estoy pasando un poco, pero a Zara y a mí todavía nos gustaba salir aunque pasara lo que pasara y nos gustaba ir de cábulas a todos los reggaetones y tocadas, aunque salíamos bien golpeadas por las rucas y pues es cuando se veían todas las pandillas y pues se armaba el fuego con todos y al fin de cuentas todos caíamos en la Delegación por andar de desmadrosos, peleándonos unos con otros, así terminábamos todos dados a la chingada, y al otro día estábamos todos adoloridos y también todos crudos, y cuando nos volvíamos a salir nos encontrábamos en el parque de los Ángeles para reunirnos y contar lo sucedido en las tocadas y reggaetones, cuando llegábamos al parque toda mi bandita y yo nos encontrábamos con las otras pandillas y es cuando nos agredíamos contra ellos, y pues por el parque, porque era el lugar en donde siempre nos la pasábamos todos, por eso es la violencia contra las pandillas, y porque Zara y yo no nos dejamos de nadie, por eso salíamos en conflictos con las viejas de otros, de las viejas porque decían que éramos bien golfas y pues rompíamos vidrios por todos lados, y nos decían “las ñeritas” porque éramos bien desmadrosas, éramos más cuando nos encontrábamos en las tocadas.

Pero en todo eso que vivimos, también hay momentos en que todos convivimos y nos la pasamos muy bien, y nos olvidamos de la violencia, es cuando las pandillas estamos reunidas y se nos olvidan un poco los problemas o sea hay mucha risa, estamos todos contentos y Zara y yo platicamos de nuestras broncas en la casa, somos unas chicas que pasamos por la misma situación y por eso nos llevamos bien y con todos hacemos las fiestas y pues todo es diferente y así nos alejamos de la violencia.


XVI Mundialito Deportivo organizado por el Instituto de Asistencia e Integración Social. Deportivo Oceanía. 13 de julio de 2009. Foto: María Luisa Severiano/ archivo La Jornada

Mi vida en la comunidad

Lupita

Había una vez una niña llamada Lupita que vivía en la comunidad para mujeres. Una mañana, al abrir los ojos, se sintió triste, comenzó a reflexionar sobre todo lo que ha pasado durante su corta vida.

Hoy amaneció nublado, pero el clima no me afectó, pensó tampoco tengo dinero en la bolsa, pero al igual que el clima, no me afecta. Cierro los ojos y respiro profundamente para abrirlos y continuar otro día más, o tal vez debo decir, otro menos. Es cuestión de enfoques.

Miro a mi alrededor, todo es igual que ayer y muchos ayeres. He visto sombras danzantes por la noche y caras tristes por el día, yo al despertar, lo que hago es seguir adelante y no caer más, aquí he aprendido el valor de mi misma, yo que no  me valoraba, me agredía a mi misma, era esa niña que se lastimaba drogándose, andando de noche, danzando por las calles, sola, llorando.

En este lugar he aprendido a valorarme y amarme a mí misma, nunca pensé en llegar aquí. Ahora me veo, lloro, rio, grito, etc. El estar aquí ha sido bueno para mí, el amar a mi familia, el seguir aprendiendo más y más cosas cada día para saber cómo salir adelante.

Antes no reía, no jugaba como los demás niños, yo quería una familia y sí la tenía, pero cada día se caía más el encanto, terminaba brotando lágrimas. Ahora río, porque quiero ser alguien en la vida, que la gente me mire pero no por delincuente, por fuerte. Me he dado cuenta que en este lugar inimaginable, la niña de las malas experiencias ha aprendido mucho en la comunidad para mujeres, acerca de amarse a sí misma y a los que le rodean. Me he dado cuenta que estar encerrada no me hace menos, me ha ayudado a dejar de ser débil, a no violentarme a mí misma…

Cuando pensaba en esto, el sol salió, empezó a brillar. Lupita asomó por la ventana y pudo ver el cielo alumbrado por el sol, se olvidó de todo el mal que se había hecho, salió al patio y mirando al cielo se dijo –Ya estoy harta de ser la misma, es tiempo de madurar–. Cerró sus ojos y tristemente regresó a la realidad que pronto está por cambiar.


Frente al Hemiciclo a Juárez. 16 de octubre de 2011. Foto: María Meléndrez Parada/ archivo La Jornada

Vejez y juventud

El escritorcito

Esta es una historia que no sólo pasa en la gran selva que es muy grande y salvaje…

En un rincón de la selva se encontraba un león muy fuerte, algo lento porque ya estaba un poco viejo. Se encontraba muy desesperado, subía y bajaba montañas buscando comida pues tenía varios días sin comer;

León: ¿Cómo es que soy el rey de la selva y no tengo nada que comer? No puedo ni atrapar un venado, ¿será que ya estoy muy viejo?

El león subió a un árbol para descansar, cuando se estaba acomodando entre las ramas para poder dormirse escuchó unos pasos detrás de unos arbustos, levantó la mirada y observó que era un leopardo, el cual iba muy rápido y con un conejo entre sus garras.

El león bajo lentamente del árbol y sin hacer ruido, se pregunta a sí mismo: ¿Cómo es posible que ese leopardo pueda cazar conejos y yo no? Le diré que me entregue al conejo, él debe saber que soy el rey de la selva.

El león observó cómo el leopardo iba entrando a una cueva y decidió seguirlo, iba oyendo lo que decía el leopardo.

Leopardo: Te ves muy sabroso conejo.

Conejo: Las apariencias engañan tengo un sabor horrible además no me he bañado en varios días, te prometo que si me dejas ir te daré a mis hermanas, ellas sí están sabrosas,

El leopardo que era muy desconfiado le dijo:

Leopardo: A mí no me engañas orejón.

De pronto se escuchó un ruido y grito:

Leopardo: ¡Quien anda ahí!, ahhh eres tú viejo, ¿Qué quieres?.

León: Sé lo que escondes detrás de tus sucias garras.

Leopardo: No escondo nada.

León: Entonces enséñame tus garras.

El leopardo supo que lo había descubierto el león y le dijo entono retador:

Leopardo: Sí es un conejo y ¿qué?, ni creas que te voy a dar de él.

El león dice: veo que te niegas a convidarme leopardo envidioso,¡ tendré que robártelo!

El leopardo comenzó a reír y en un tono burlón le dijo al león:

Leopardo: Tú no eres más que un viejo hablador que no puede atrapar ni a un pobre venado, ya estás “ruco”.

León: ¿Viejo?, tengo más sabiduría y más experiencia que tú.

Leopardo: Pero yo soy más rápido y astuto que tú.

El león se enfureció tanto que se lanzó sobre el leopardo, en eso momento el conejo aprovechó para escapar diciendo.

Conejo: Son unos idiotas prefieren pelear a comerme.

Los dos felinos pelearon hasta terminar cansados y arañados, en ese momento el leopardo comenzó a llorar y el león le pregunto:

León ¿Por qué lloras si no te pude derrotar leopardo?

Leopardo: No lloro por eso sino porque se me escapó el conejo y tengo mucha hambre, debí convidarte, comería menos pero ahora ni siquiera lo probé

León: Tú deberías perdonarme porque te quería quitar el alimento que te pertenecía.

Leopardo: Dejémonos de arrepentimientos, tengo una idea, trabajemos juntos para atrapar a ese conejo. Tu sabiduría y fuerza más mi agilidad y serán para atraparlo.


En Ciudad Universitaria. Foto: Cristina Rodríguez/ archivo La Jornada

Mi vida loca

Editora lokita

Yo les voy a relatar un poco de mi vida que ha sido de fracasos, encierros, soledad y desmadre.

Cuando tenía seis años, mi madre no vivía con nosotros porque ella se había ido a trabajar a Veracruz y nos dejó con mis tíos y mi abuela, los cuales se hicieron cargo de nosotros, pero de una manera muy fea: con golpes, humillaciones y burlas porque no queríamos aprendernos las tablas o a leer, pero eso no nos importaba, entre más y más nos pegaran, nos daba mucha risa y eso nos fue curtiendo, pero eso sí, nos herían más sus palabras y las comparaciones, fuimos creciendo, mi madre regresó con nosotros, pero entró a trabajar y conoció amigas y le gustó cotorrear, nunca estaba con nosotros, prefería a sus amigas, tomar y no llegar a la casa. Mi padre jamás se hizo cargo de nosotros, él ya había hecho su vida por otro lado, mi hermano empezó a agarrar las drogas muy chico, se drogaba diario, ya no entraba a la escuela y eso… A mi familia no le importaba lo que él hacía como andar en la calle cotorreando con la bandita que se juntaba en la esquina de mi casa, entonces como nadie le llamaba la atención yo empecé a ser igual, lo que más me ha dolido es empezar a drogarme con mi hermano, porque según nosotros olvidábamos el dolor que nos hacían, pero sin saber que el daño no los hacíamos nosotros.


Niño duerme bajo un puente vehicular, 26 de abril de 2002
Foto: archivo La Jornada

A mí me latía cotorrear con mis amigas, y la mejor de mis amigas era Dana, a ella y a mí nos gustaba tener un chingo de amigos, no llegar a la casa, drogarnos, pero cuando se empezó a dar cuenta mi madre de lo que yo hacía ella trataba de darme un consejo y yo la ignoraba y le reprochaba todo lo que ella había hecho y por más que me regañaba y ya no quería que me juntara con Dana, a mí no me importaba, lo seguía haciendo más y más; y cuando me drogaba me sentía grande, mejor que las demás, y lo máximo para mí era pegarle a las chavas o chavos, robarles o andar con uno y con otro, por muchas cosas o nada más los quería para cotorrear.


Niño disfrazado de payaso ante la escena en la que fue encontrado el cuerpo de una persona en un tambo
Foto: Alfredo Domínguez/ archivo La Jornada

Entré a la secundaria, empecé a enfocarme cada vez más y más en las drogas y yo me sentía “aquella”, la que podía más que las demás y me gustaba pegarles a mis compañeras, gritarles a mis maestros, y lo que más me gustaba era irme de pinta y drogarme, conocer a chavitos bien guapos y jugar con ellos, ya después de lo que quería me daba igual. Yo y mis amigas éramos bien putas porque luego nos pasábamos a los novios o si nos gustaba algún chavo íbamos atrás de ellos, después cuando conocí a una persona que me gustaba mucho, él vendía P.V.C (activo) y por una tontería mató, pero eso a mí no me importaba, un día desapareció. La última vez que lo vi, iba a bañarse, pero como a la semana agarraron a mi hermano, lo mandaron al tutelar y ahí lo volví a ver, empezamos a llorar y yo iba a ver a mi hermano, pero también a él, después me empecé a aburrir, me daba flojera, y conocí al papá de mi hijo, el me gustaba por muchos motivos; porque se vestía bien, me complacía en lo que quería y lo que a mí más me gustaba era salir a fiestas con él y drogarnos los dos, todo era de poca madre, me fui metiendo cada vez más y más a las drogas, él fue cambiando conmigo porque yo ya estaba embarazada y no quería cambiar, él me decía que ni así quería cambiar, yo seguía en mi desmadre, él me decía que era una puta, que el hijo que estaba esperando no era suyo, y aparte de todo se fue metiendo cada vez con una de todas las zorras que solían ser mis amigas y eso a mí me dolía, hablé con mi suegra y me dijo que iba a apoyarme, también le dije a mi madre y ella cambió totalmente, ya estaba conmigo, llegaba temprano y trataba de que yo me empezara a olvidar de las drogas y de todo lo que yo había vivido. Me cumplía todo lo que le pedía, pero todavía tenía la sensación por drogarme, me alivié y a los nueve meses y medio dejé a mi hijo, volví de nuevo a recaer, empecé con mi desmadre, de nuevo fiestas, fue cuando más y más me entraban los nervios, la nostalgia y el sufrimiento, porque cuando me drogaba, todo el daño lo volvía a recordar, y lo que más me dolía, era que quería hacer lo mismo que me hicieron mis padres con mi hijo, entonces me empecé a tirar a la prostitución, a drogarme más, como yo ya no podía vivir pensando en lo que estaba haciendo y dañando a mi hijo, decidí acercarme a una señora, no la conocía pero me empezó a dar consejos y habló con mi madre, y ésta optó por anexarme, duré un mes en sobriedad y volví a recaer, entonces encontré a mi mejor amiga Dana, con la cual yo me fui a vivir, duré un mes con ella, a ella la anexaron y vivíamos con su padrino, un señor que todo nos daba a cambio de que tuviéramos relaciones sexuales con él, nunca entendí el motivo por el que lo hacía, cuando él me dijo eso, yo preparé mis cosas y me fui con un amigo que era de la familia, también me apoyaba, yo no trabaja y me la pasaba drogándome todo el día, conocí a un señor de treinta años que vendía “vicio”, empecé a andar con él porque me daba dinero pero a cambio de que tuviera relaciones sexuales con él, así estuve una semana, pero yo ya no me sentía a gusto, me sentía sucia, sin sueños, como mujer ya me había devaluado mucho, entonces regresé a mi casa a hablar con mi mamá y por última vez le volví a pedir ayuda, ella me volvió a anexar tres meses y no me iba a ver, conocí a una persona muy especial que hizo que empezara a reflexionar todo el daño y el sufrimiento que le causaba a mi madre e hijo, y que ella ya estaba cansada de verme en las circunstancias que yo me encontraba, él me brindo todo su apoyo y confianza, me motivaba y me hacía sentir segura, porque hasta ahora no jugó con mis sentimientos y no me pidió nada a cambio por lo que me daba, a él lo seguía frecuentando, pero le molestaba que yo fuera a ver al padre de mi hijo, porque ya estaba muy enfermo y lo único que quería era ver a su hijo, después falleció y yo cada vez frecuentaba más a mi suegra, a él le molestaba y le daba miedo que yo volviera a recaer, no tanto por mí, sino por el niño, porque él no tenía la culpa de mis acciones, entonces, como bien me lo dijo volví a recaer…


Grafiteros plasman su arte en pipas, como parte del programa Jóvenes al Rescate del Agua, 28 de noviembre de 2009.
Foto: Francisco Olvera/ archivo La Jornada

El día de hoy me encuentro en un proceso jurídico, me acusan por el delito de robo, acepto que sí lo cometí y yo sé que eso no me hace ser menos ni más y estoy dispuesta a pagar las consecuencias de mis actos, pero ojalá y Dios quiera y me dé esa libertad que toda presa busca, para echarle ganas y salir adelante con lo que quiero ser: una estilista profesional, para mí la carrera ya esta empezada, sólo falta llagar a la meta, pero yo sé que puedo, al igual que mis demás compañeras, nuestros sueños se pueden lograr; sólo nos queda la voluntad, y gracias a todos por el amor y confianza que me están brindando, el amor de mi madre, de mi familia y de ese hijo al cual quiero y me quiere.

A mi madre y padre por todo el apoyo y el amor que me han brindando, espero poder algún día ser feliz con las personas a las que quiero mucho y que a pesar de mis tonterías y errores que he tenido en la vida están apoyándome, ahora quiero vivir solamente el presente y tan sólo por hoy estoy bien.


Reclusorio Oriente, 10 de julio de 2003.
Foto: José Antonio López/ archivo La Jornada

Negros pensamientos

Docken

En una vieja y desolada cabaña de un cerro de un humilde pueblo vivía una familia, un señor de estatura baja, barrigón, alcohólico y drogadicto, una señora también de estatura baja, tez morena humilde y de buen corazón, y un niño delgado, curioso y juguetón, llamado Peto. Todas las tardes le daban permiso de ir al pueblo para que fuera a ver qué había de nuevo. El niño caminaba solo, mientras en casa sus padres discutían: –Ya no pienso trabajar más, sólo te gastas el dinero en tu vicio. –Yo no tengo la culpa de haber nacido con el maldito defecto de las drogas. –Nadie nace así, eso se hace, y pasa por andar vagando.

El niño regresó una hora después de la discusión. –Hijo, ya estás en edad de irte a pedir limosna, al menos para que aportes algo en la casa, tú mamá ya no va a trabajar, entonces ya no habrá comida –dijo el señor. La señora indignada le dijo al señor: –¿Cómo le puedes decir eso al niño?, solamente tiene diez años, no puede trabajar. –No me importa, además por eso le dije que pidiera limosna. Anda, hijo, ve y no te preocupes. Cuídate –dijo el padre.


XVI Mundialito Deportivo, organizado por el Instituto de Asistencia e Integración Social, en el Deportivo Oceanía, 13 de julio de 2009. Foto: María Luisa Severiano/ archivo La Jornada

El niño se fue caminando, y después de unas horas lo que consiguió fueron sólo veinte pesos. Regresó a su casa, abrió la puerta y vio a sus padres dormidos en la cama, puso el dinero sobre el buró y se volvió hacia el reloj a ver la hora. Se acostó en la cama y se durmió al momento, el cansancio lo había vencido. Acostado en su cama, soñaba en lo que había fuera, pero sólo estaba seguro de que existía su recámara y no había más que el infinito, la nada, solamente. Soñó cómo viviría si fuera rico, como el personaje de la película que había visto un día antes en la televisión. También soñó cómo sería si su mundo no fuera una maldita sociedad oscura, vacía y sola como él en ese momento, sin nadie, sin un amigo.

De repente escuchó a su padre decir: –No es posible, ¡solamente veinte pesos! Cómo fuiste capaz de hacerme esto. ¡Vete –dijo el padre con un garrote en la mano. –Pero son las 3 de la mañana, papá ‒respondió con una voz tímida el niño. Al decir esto, el señor se le fue encima, lo golpeó por cada centavo que le faltaba para su droga. Lo dejó tirado en un rincón de la sala vieja y se fue a dormir. El chico con las pocas energías que le quedaban se levantó, se lavó, se cambió y salió sin rumbo. Vagó por todo el pueblo hasta las 7 u 8 de la mañana, y siguió haciéndolo hasta que anocheció sin comer, sin fuerzas. Llegó a un callejón desolado, al entrar, un gato negro se le fue encima y un perro le ladró hasta cansarse pero el niño se acurrucó en una caja, en el último rincón del callejón. Pasó ahí dos días más sin comer pero el tercer día sólo durmió. Jamás pensó lo que le iba a pasar después, solo, sin rumbo, sin saber quién lo podía ayudar falleció en el mismo callejón.

La madre al darse cuenta de lo que pasó con su hijo, decidió enfrentarse a su esposo, no con golpes sino con acciones, porque a golpes nunca lo iba a derrotar. Se fue a vivir sola en el pueblo, lejos, del otro lado del pueblo, donde no la fuera a ver, donde todos y todas la desconocían, donde todo fuera distinto. Decidió rehacer su vida, volver a empezar. Dos años después, cicatrizada la herida por lo que había sucedido con su hijo, conoció a un señor, pero lo que ella no sabía fue que el señor tenía un hijo, de la misma edad que hubiera tenido el suyo de haber vivido, doce años.


Durante el Segundo Torneo de Box Guadalupano, en la Penitenciaría de Santa Martha Acatitla, 11 de diciembre de 2005 Foto: Jesús Villaseca/ archivo La Jornada

Lo fue conociendo y tratando. Y después de un tiempo intentaron hacer una nueva vida. Se fue a vivir a su casa y los conoció más, a él y a su hijo. Le parecía que eran la familia perfecta, nunca había visto una igual, en la que no le tenían que decir al niño todo lo que estaba mal hecho porque él lo hacía bien, no le decían que recogiera su cuarto, fuese a la escuela o hiciera la tarea. En la que el padre de familia es trabajador, atento, responsable, cuidadoso y amoroso. Aunque donde todo parece perfecto, siempre hay un defecto, en este caso era la madre del señor. Una mujer flaca, con cara de muchos amigos pero hipócrita y déspota. Ella los fue separando, pero el amor y el bienestar fue lo que los mantuvo unidos, además de tener algo en común: un hijo, alguien que ellos querían, que los necesitaba, la señora sabía muy bien que un niño es lo más preciado del mundo, algo invaluable, que no se compararía con todo el dinero del mundo. El señor sabe también que es lo más bello que le dejó su esposa, sabe que ella está dentro de ese niño que injustamente está sufriendo por las peleas que ocasionan los comentarios de una suegra imprudente y déspota.

El día menos esperado llegó cuando el señor defendió a su nueva esposa y a su hijo, pero la señora habló con él, y quedaron en un acuerdo, que ella le iba a decir a la suegra que no se metiera en sus problemas porque no se vale que por comentarios de ella se habían hecho problemas entre ellos. Todo iba a seguir igual pero que los dejara arreglar sus pleitos a ellos.

Los demás del pueblo seguían criticándola porque pensaban que ella había sido quien mandó a su hijo a morir, pero las conclusiones por sí solas llegan, ellos siguieron su vida tan normal como siempre.


Limpia vidrios, payasitos y vendedores protestan en el Ángel de la Independencia para que se les permita trabajar, ya que fueron retirados de las calles por una de las recomendaciones de Giuliani, 25 de agosto de 2003.
Foto: Jesús Villaseca/ archivo La Jornada

Reflexión Interna

Alexander Valencia

Había una vez un chico de dieciséis años que tenía todo. Era medio alto, moreno claro y con buena educación, se llamaba Alejandro.

Lo malo de ese chico es que era muy necio, se dejaba llevar por los amigos. Él buscaba ser aceptado por los demás y que no lo criticaran, ni se burlaran de él por lo que en verdad le gustaba. Eso llevó a que desobedeciera a su madre, abuelos y tíos, y a veces él discutía mucho con su familia.

Su mamá, sus abuelos y tíos le dieron todo, lo consintieron mucho. Él y la mayoría de su familia vivían en un barrio donde había mucha delincuencia y drogadicción, pero ellos sobresalían de entre todos los demás por ser muy tranquilos y porque no se metían con nadie. Se le conocía como la familia Pérez, porque eran humildes y trabajadores.

Alejandro se dejaba llevar mucho por sus amigos y todos los fines de semana se la pasaba con ellos en la calle o de fiesta en fiesta. No pasaba mucho tiempo con su familia pues se iba a la prepa en la tarde de 3:00 pm. a 9:00 pm., pero como se metió a un taller su entrada era a la 1:00 pm.

A pesar de sus malas amistades, él era muy responsable, llevaba muy buenas calificaciones y trabajaba para ayudarle a su mamá con la renta, la comida y para sus estudios, además de lo que le ayudaban sus tíos.

Alejandro conoció a un profesor que le daba taller, y el profesor notaba algo en él, que era muy juguetón y simpático, pero que aparentaba ser muy rudo y con corazón de piedra. El profesor habló con Alejandro y le dijo lo que pensaba.

Alejandro se quedó pensando mucho aquellas palabras de su profesor. Conoció a chavos de su misma edad, bien educados, muy estudiosos y, al parecer de Alejandro, buena onda.

Ahora cada vez que Alejandro se iba a trabajar se despedía de su mamá, sus tíos y sus abuelitos, cosa que antes nunca hacía.

Alejandro se llevó bien con un grupito de su salón conformado por seis adolecentes: tres chavos y tres chavas, que se llamaban: Geovani, Pablo, Abisai, Margarita, Karen y Karla.

Alejandro iba con Pablo y Geovani a todas partes, como a museos o parques o simplemente a pasear, pues Alejandro los consideraba sus mejores amigos.

Su madre y toda su familia estaban sorprendidos por el cambio que había hecho aquel chavo necio, rezongón y que discutía por cualquier cosita.

Ahora, cuando Alejandro salía con sus “amigos” del barrio ya no le llamaba la atención hacer lo que antes hacía, y sus amigos se enojaban con él porque había cambiado hasta su forma de hablar. Cada vez que lo veían le decían de cosas para molestarlo pues decían que se creía mucho.

Entonces Alejandro dejó de salir con sus amigos del barrio y se la pasaba más con sus amigos del colegio.

Pero algo en el fondo de él sentía que le faltaba algo, era más agresividad, robar y la droga.


Un grupo de niños duermen en la plancha del Zócalo en compañía de su perro, 29 de mayo de 2003.
Foto: Carlos Ramos Mamahua/ archivo La Jornada

Cuando Alejandro salió de vacaciones, se juntaba en unas maquinitas por su casa, pero ahí se juntaban sus ex-amigos del barrio, así que volvió a caer en el juego de ellos y lo convencieron de ir a robar.

Ese día, Alejandro se atrevió a robar un auto, drogarse y llegó al siguiente día a su casa. Su mamá lo regañó, lo mismo que sus tíos y sus abuelos, pero él no los quería escuchar y empezó a discutir con ellos.

Al otro día, Alejandro salió a una fiesta en el otro barrio con sus amigos, empezó a tomar y a drogarse hasta terminar peleando con otro chavo.

Sus amigos pensaban que tenían de vuelta a Alejandro, ya que ellos decían que el barrio era su hábitat, que pueden sacar a un chavo de la calle pero no iban a sacar la calle de un chavo.

Alejandro empezó a robar carros. Tenía mucho dinero y se juntaba con gente muy peligrosa; las personas de su barrio le tenían mucho miedo pero él pensaba que era respeto. Empezó a creerse mucho, para él nadie merecía hablarle y si alguien le faltaba al respeto lo golpeaba hasta dejarlo casi inconsciente.

Se volvió muy violento, hizo una pandilla e iba con ella a golpear a los de otros barrios vecinos, según él, para defender y dar a respetar su barrio.

Su mamá y sus familiares le decían que andaba en malos pasos, que dejara de juntarse con esos dizque amigos, que un día de éstos le podía pasar algo, que incluso podían matarlo, pero él jamás quiso escuchar los consejos y pláticas que le daban.

Un día, Alejandro se preparaba para ir a la feria y se le hizo fácil agarrar su navaja y se fue con sus amigos. Se subió a los juegos mecánicos, él pagó todo los juegos a que se subieron sus amigos y después de un gran rato se dirigía a su casa cuando escuchó un grito, eran dos de sus amigos a quienes les estaban pegando bola de 14 chavos como de su edad, él al ver eso corrió a verlos y notó que uno estaba gravemente lesionado, lo llevaron al hospital y Alejandro le preguntó al otro chavo, al que también lo estaban golpeando, que quién había sido y él le respondió que habían sido los “Texanos”.

Alejandro empezó a buscarlos por toda la feria hasta que encontró a tres de ellos, a uno le puso la navaja en el cuello y lo amenazó. Empezó a buscar a todos y no los encontró en la feria hasta que un chavo le dijo que ya se habían ido, pero que él sabia donde vivían, entonces Alejandro le dijo que lo llevara hasta sus casas; entonces Alejandro llamó a varios de sus amigos para que les ayudara a pegarles.

El chavo los llevó a sus casa, pero Alejandro vio que donde vivían era una unidad grande, pero decidió entrar y sus amigos se metieron por los andadores para emboscarlos y cuándo los vieron a todos reunidos les empezaron a pegar, pero algo sucedió, Alejandro se quedó paralizado del pánico y ya no hizo nada, al contrario empezó a separarlos y corrió hacia afuera de la unidad porque salieron todos los de la unidad y querían lincharlos.

Después del problema ya no se supo nada de los chavos ésos, pero se corría el rumor de que habían picado a un chavo y decían que había sido Alejandro. Pero él como si nada, no le dio importancia y estaba tranquilo porque no lo había hecho.

Al sexto día del problema, se fue a inscribir a la prepa y vio a sus amigos del colegio y él les platicó el problema que hubo y lo que hizo y le dijeron que no estuvo bien, pero tampoco estuvo mal; mal por haberse metido en problemas que no eran de él, pero bien que no lo picó y que los empezó a separar, pero que ellos sentían que ya no lo iban a ver.


Reclusos en la sección A, primodelincuentes del Reclusorio Oriente, 10 de julio de 2003.
Foto: José Antonio López/ archivo La Jornada

Al otro día estaba con un mecánico que se pone enfrente de su casa porque estaba arreglando una camioneta perteneciente a su familia, de repente vio que se acercaba un carro a gran velocidad y se estacionó frente a él y vio que se bajaron dos personas del carro y se dirigieron a él, le empezaron a pegar y como él no se dejó, bajaron dos personas más y le dijeron que eran judiciales y lo subieron al carro.

Después se lo llevaron a la delegación donde lo interrogaron y le estaban diciendo por qué estaba detenido, y al escuchar que lo acusaban de que según él había picado a un chavo en el problema que estuvo, se sorprendió, se enojó y lo negó.

Después se lo llevaron a la cárcel y quedó interno, y al estar ahí se sintió mal por él, por su mamá y por su familia.

Al estar ahí empezó a recapacitar todo lo que hacía antes afuera y que estaba mal, también aprendió a valorar mas a su familia, que los consejos que le daban jamás escuchó, y lo que pensaba el profesor de él y siempre pasaba por su cabeza aquellas palabras que le decía el profe “Tú Eres Tú. No imites a los Demás. Vive Libre Y Busca La Felicidad.”

Alejandro solo, encerrado, pensando qué sería de él, si seguiría estudiando, hacer el bien, arrepintiéndose de todo el mal que había hecho, empezó a pedirle perdón a toda su familia por su forma de comportarse.

Al estar interno Alejandro cambió mucho, empezó a convivir más con los chavos que estaban también internos, iba a todas las actividades, aprendió a cocinar, a tejer, y también descubrió que tenia gran facilidad para hacer cuentos y poemas.

Él estuvo interno trece meses y cuando salió notó que muchas cosas habían cambiando, cómo sus amigos que ya no le hablaban, la gente al verlo lo señalaba mal y le tenían miedo etc.

Una vez ya estando fuera, Alejandro volvió a la escuela, se puso a trabajar en el taller de herrería, cada vez que veía a una persona la saludaba, le daba sus buenos días, tardes y noches. Los niños pequeños lo querían porque era muy cariñoso, gentil y a demás porque les leía cuentos. Hablo con sus amigos del barrio, les platicó su experiencia estando interno y desde entonces sus amigos se dedicaron también a estudiar y trabajar.


Una joven practica patineta, durante la celebración del primer aniversario del programa Jóvenes en Impulso del Instituto de la Juventud, en el Zócalo de Ciudad de México, 16 de julio de 2008. Foto: Cristina Rodríguez/ archivo La Jornada

Palabras de niños

Alaska

Unos días antes de salir de vacaciones todos los niños estaban felices porque ya era fin de curso y otros pasaban a un grado superior, era la emoción de poder seguir desarrollando su conocimiento. El viernes de esa semana, no teniendo nada que hacer un grupo de ocho niños estaban en la calle de sus casas, ésta era muy estrecha, las banquetas muy reducidas que cuando pasabas era casi imposible no pegar con el cuerpo en las puertas. Con tan poco espacio lo único que quedaba era el deseo de los niños de divertirse, así que empezaron a elegir qué deseaban jugar, uno propuso stop, otro las strais, otro los encantados. Así la pasaron diez minutos hasta que un niño del mismo vecindario llegó con un balón, y dijo: –¿Por qué no una cascarita? Todos contestaron emocionados que sí, que empezaran a jugar. Comenzaron felices hasta que golpearon la puerta de la casa de una señora odiosa y payasa. Salió muy enojada amenazándoles: –¡Otro golpe a mi puerta y van a ver cómo les va! Los niños siguieron jugando y otra vez por accidente le pegaron a la puerta. La señora pensó y se dijo a sí misma: –Estos chamacos no entienden, ¿qué haré, qué haré?...ya sé, mojaré la calle para que se resbalen y así dejen de dar lata. Dejó de regarla hasta que quedó completamente mojada y con charcos. Los niños comenzaron a pensar y uno dijo: –Si jugamos así nos caeremos y lastimaremos, mejor hay que aventar piedras a la causante de esto. Haciendo esto, la señora se puso como alma que se lleva el demonio. Se dice a sí misma: –Creo que me equivoqué, salió peor, ay, ay, ¿qué haré para que dejen de molestar? Trataré de cambiar mi actitud hacia ellos. Quizás yo no disfruté mi infancia y por eso me molesta, pero debo pensar qué haré para ganarme su confianza y que no me miren feo. Salió a comprar los ingredientes para un pastel de chocolate, y dos o tres horas después ya estaba listo. Salió y les habló a los niños: –¡Niños, vengan, les preparé un pastel! Los niños sorprendidos no podían creer en su generosidad, se acercaron a ella y preguntaron si era en serio, ella contestó: –¡Claro! tomen un pedazo. Un niño lo tomó y lo dejó caer al piso. –Mire, señora, lo que hago con su pastel. La señora muy triste le preguntó: –¿Por qué lo haces? –Los niños le contestaron: –Para que sienta lo mismo que nosotros cuando usted mojó la calle. La señora arrepentida por su mala actitud les pidió disculpas queriendo rectificarlo con el pastel que les había preparado, pero se dio cuenta que eso no haría feliz a los niños. –Díganme qué puedo hacer para que ya no me vean feo. Los niños no le pedían nada. –Solamente sea feliz, que su corazón no esté lleno de amargura, que su alma sea pura, sin odio, solamente disfrute de la vida día tras día, los vecinos la querrán y podrá ganarse su confianza, en nosotros puede tener a unos amigos. La señora estaba agradecida. –Estoy orgullosa de ustedes, gracias por sus palabras. Con el tiempo la señora cambió su actitud y carácter, los niños jugaban y comían pastel.

Todo problema se puede arreglar y las personas pueden cambiar, sólo es caso de entenderlas, escucharlas y hacerlas reír un rato, tener sentido del humor, nunca hay que amargarse, una sonrisa cada día y gozar cada minuto de la vida, buscar la paz de cada persona y hacerles entender que todo ser humano tiene sentimiento.