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      Hugo Gutiérrez Vega 
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	 Alonso Arreola  [email protected]  
   
    
    Dylan, Sakamoto, Parker y  McCartney 
    
    Pésimo el concierto de Bob Dylan  en el nuevo foro Pepsi Center del World Trade Center. Bueno el de Ryuichi  Sakamoto con Alva Noto en el Metropólitan. Magnífico el de Maceo Parker en el  Plaza Condesa. Paul McCartney, por supuesto, se cuece aparte. Fue histórico. 
    La presentación del señor Dylan tuvo  todo en contra, empezando por él mismo. Es verdad: en este mismo espacio  recomendamos asistir a su presentación, conscientes de que su comportamiento nunca responde a las convenciones y de que su  pensamiento es políticamente incorrecto. Así, atendiendo a la  congruencia y respetando su influencia en la historia de la música popular,  nuestra crítica no va más que en sentido estético, contra él y contra nuestra  propia audiencia, así como contra quienes pensaron que semejante espacio estaba  listo para albergar espectáculos masivos. 
    Dictador inflexible, Dylan impide  que la extraordinaria banda que lo acompaña desarrolle su potencial. Tiene una  magnífica sección rítmica, dos tremendos guitarristas y un talentoso  multiinstrumentista de apoyo; pero no, ha de ser él quien toque cada solo de la  noche con cualquier instrumento, y lo hace muy mal. Vaya, sabemos que su voz  está rota, que nunca fue un gran cantante, pero esto es otra cosa. Las letras,  hoy incomprensibles, lo justificaban todo. Ahora es la estructura, el arreglo y  el cobijo mismo de su canto lo que falla. Hablamos de paupérrimas ideas  melódicas, de una interpretación descuidada y en decadencia, de muy poca  autoridad tímbrica. Repeticiones ad  nauseam, silencios incoherentes, escalitas en  ascenso o descenso eterno… Una verdadera ofensa a quien tenga un poco de juicio  crítico.  
   
    Así las cosas, mientras él se  equivoca una y otra vez pisando cromatismos  en la guitarra, la armónica o el teclado, sus músicos lo observan  buscando algún eco o indicio, alguna señal que les permita hacer algo más que los trucos de siempre:  exagerar dinámicas haciéndose chiquitos  durante los versos, creciendo durante los coros y explotando en los “solos”.  Pero  no.  El señor Dylan ha venido por un cheque y lo demás es lo de menos, incluso la gente, ésa que comúnmente aplaude el puro hecho de ver a una leyenda aunque venga a burlarse de todos.  
    Finalmente,  el foro Pepsi es un asco. El escenario está a una altura que impide el gozo a  quienes pagan boletos de pie. El aire acondicionado  funciona mal. El segundo piso está demasiado lejos. El sonido es malo. No hay pantallas. En fin. Parece una obra en proceso  que ha sido inaugurada antes de  tiempo por un presidente que va de salida. Muy a nuestro estilo. Ojalá que lo mejoren pronto pues hoy parece apenas una  buena posibilidad. 
    Sakamoto  y Noto, por otro lado, hicieron de las suyas en el  marco del Festival de México. Minimalistas y oníricos (igualmente recomendamos su concierto en esta sección), lograron  su cometido con un teatro a medio gas, pues los curadores del siempre cambiante  FMX no saben medir bien las cosas. Este show era para el Teatro de la Ciudad y el de Antony con la Filarmónica de la Ciudad de México debía suceder,  precisamente, en el Metropólitan. Probablemente eso hubiera contribuido a tener  precios más justos, pues pese a los múltiples subsidios el festival parece  haber abandonado su política de acceso fácil a la cultura (sí, hubo conciertos  gratuitos, pero cuando cobraban se excedían). 
    Maceo Parker, contrariamente, estuvo perfecto. Hombre de casi setenta años, fue generoso al brindar una presentación  de casi tres horas en la que su banda (de la  que sobresalía Rodney Curtis, bajista  de Parliament Funkadelic) pudo lucir su discurso a niveles apoteósicos. Funk, jazz y R&B se combinaron en un despliegue de virtuosismo  al servicio del mensaje. Dinámicas imposibles, arreglos de relojería que  equilibraban la improvisación constante. Lo más cercano que hoy puede estarse  de James Brown o George Clinton. Una maravilla  que el lector no debe perderse cuando vuelva, pues es un hecho que así  será. Esperamos que entonces el precio no sea tan elevado.  
    Finalmente  diremos que los shows de McCartney en México  representan el ABC de una leyenda, de alguien señero que pese a los años transcurridos no pierde el respeto ante su audiencia, no pierde la capacidad de asombro y, más aún, no pierde su compromiso con la belleza, acaso una de las pocas cosas que podrán salvarnos a la larga, por encima de candidatos insulsos, estudiantes  sobredimensionados, líderes sindicales enfermos de poder, narcos enardecidos,  maestros mal educados, militares  corruptos y periodistas y ciudadanos asesinados.  
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