Opinión
Ver día anteriorJueves 3 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mutis de Shakespeare en el Zócalo
A

punto de partir a Inglaterra para participar en la Olimpiada Cultural Shakespeare’s Globe Theater y el Festival Globe to Globe, el grupo de la Compañía Nacional de Teatro (CNT) que escenificó en la Plaza de la Constitución, mejor conocida entre nosotros como Zócalo, La historia de Enrique IV rey de Inglaterra (primera parte) de William Shakespeare, y al que se le desea desde aquí buena estancia y buen éxito, se pueden sacar conclusiones de la debatida escenificación. Como es bien sabido, para este montaje –y para los que se ofrezcan posteriormente– se creó una edificación trashumante que lleva en su nombre señas de nuestro mestizaje, corrala en honor de las corralas madrileñas y mitote, como las fiestas prehispánicas: la corrala del mitote. Instalada en el Zócalo citadino, reproduce por esta ocasión en su frente al Globe Theater, en donde actuarán en Londres los actores y la actriz, doblando papeles, en los personajes de la versión de José Ramón Enríquez, reducida en número de actantes y de escenas del original, traducido por Alfredo Michel Modenessi, y bajo la dirección de Hugo Arrevillaga Serrano.

La mayor controversia se suscitó por el lugar en que se instaló la corrala. Muchas voces, algunas de intelectuales muy calificados, se levantaron para decir que existen otras plazas públicas en donde se podría haber llevado la escenificación. Sin duda se referían al extremo ruido que en no pocas ocasiones acallaba la dicción de los actores, queja recurrente de muchos espectadores. Sin negar lo accidentado de la temporada, se me dijo que es en la Plaza de la Constitución en donde circula más gente que probablemente se vería tentada a pedir un boleto. Esto es verdad, pero también es cierto que el público, mayoritariamente de jóvenes, fue hasta allí con la intención de presenciar el espectáculo, no como paseantes salvo quizás algún turista ocasional, y que muy probablemente pocos transeúntes casuales se sintieron movidos a asistir. Lamentablemente, las personas del pueblo llano, las de más bajos ingresos, no se interesaron en ver buen teatro, fenómeno recurrente que espero que vaya desapareciendo con la labor que ha llevado a cabo Nina Serratos, antes de su cargo actual, y que ojalá continúe en el próximo sexenio.

Volviendo al tema de las controversias, a reserva de que se haya hecho alguna encuesta entre los asistentes, recurrí a Internet para enterarme siquiera un poco del sentir del espectador medio. El recurso no me ayudó mucho, porque en la tediosa búsqueda de datos en Google me topé con los pseudoperiodistas que repiten los mismos texos, sin duda de algún boletín y cometen errores por flojera como atribuir a Luis de Tavira la dirección escénica o hablar de la tragicomedia de Carlos IV. Algún internauta se quejaba de que hicieran un gordo de Falstaff –brillantemente incorporado por Roberto Soto– por desconocimiento total de lo que es este personaje, muerto en Enrique V y resucitado en Las alegres comadres de Windsor. Otro internauta escribía molesto porque las escenas de palacio y las de la taberna se daban en el mismo espacio sin percatarse que en la escenografía de Auda Caraza y Atenea Chávez las mesas y sillas se acomodaban para dar las diferentes escenas. El director utilizó los espacios, incluido el bajo en que estaba el público de pie, para mover a los actores, sobre todo al gordo Falstaff que hizo varias entradas por este medio y ofreciendo escenas de gran impacto visual como las de la taberna convertida en corte de los milagros.

El lugar no permitió que las voces, siempre en el necesario grito, tuvieran los matices debidos y esto sería un añadido mío a la controversia por la ubicación de la corrala del mitote, ya que se trata de actores de probada capacidad profesional en sus diferentes trayectorias, quizás a excepción de Gabriela Núñez que se excede en gesticulaciones como la posadera. Como sea, fue un experimento teatral que aprovechó una invitación para asistir a un gran festival para dar a conocer a los citadinos la versión de un clásico (parte de la llamada Tetralogía de Lancaster conformada por Ricardo II que conocimos dirigida por Martín Acosta, Enrique IV primera parte, Enrique IV segunda parte y Enrique V) y obtener un nuevo escenario trashumante.